Vigilar y disciplinar

“Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a ‘pública retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París’ (...); después, ‘a la plaza de Grève, y sobre un cadalso (deberán serle) atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha (…) quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento”. Michel Foucault (1926-1984), Vigilar y castigar.

Panóptico es un neologismo acuñado por el filósofo inglés Jeremías Bentham (1748-1832) que, en su etimología griega, quiere decir “relativo a verlo todo”. El término fue acuñado para describir un modelo de prisión construida de manera circular en torno de una torre desde donde los guardias pueden observar cada una de las celdas. La particularidad es que los cristales de esa estructura central, desde afuera, lucen oscuros. De modo que los prisioneros, que nunca saben cuándo hay un guardia mirándolos, asumen que están siendo vigilados todo el tiempo. Sobre todo porque cada tanto, los uniformados bajan, castigan a un recluso y explican las causas de la represión: han “visto” al preso haciendo algo indebido. Entonces todos hacen lo que “ya saben” que tienen que hacer. Es decir, cumplir con los dictados del poder. Y la cronicidad del cumplimiento de la norma es lo que se entiende por normalidad.

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El filósofo y psicólogo Michel Foucault (el lunes se cumplieron 34 años de su fallecimiento) toma la figura de Bentham en Vigilar y castigar (1975) para dar cuenta de que el poder busca disciplinar. La cumbre de esa meta es el autodisciplinamiento.

“Se pregunta Foucault: ¿y si en realidad la arquitectura del panóptico excede a la cárcel y se ha vuelto la forma de disciplinamiento social en que todos nos encontramos sumergidos?”, plantea el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber en su libro de este año, Filosofía en 11 frases.

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Una cosa es segura: los sucesos políticos tucumanos de los últimos días han mostrado, respecto del capítulo electoral de la prometida reforma política, que esa es la lógica que el oficialismo ha impuesto sobre una porción sustancial de la oposición.

La sustancia

La perspectiva ayuda a dimensionar la magnitud del disciplinamiento. Hace 1.040 días, decenas de miles de tucumanos marchaban espontáneamente a la plaza Independencia a reclamar una nueva elección de autoridades provinciales. Las del 23 de agosto de 2015 estuvieron estragadas de las más escandalosas maniobras fraudulentas: urnas quemadas, bolsoneo, urnas “embarazadas”, acarreo, urnas refajadas en el cuarto de custodia con cámaras que afectadas por cortes de luz desmentidos por EDET, tiroteos con gendarmes y una Junta Electoral Provincial que aclaraba que no había intervenido porque no habían llegado denuncias formales de los hechos que este diario mostraba al país, en tiempo real, desde LAGACETA.com.

Un sector de la oposición promovió una causa judicial y la Cámara en lo Contencioso Administrativo declaró nula la votación y ordenó convocar a otra. Aunque luego, la Corte de Tucumán y la de la Nación validaron el resultado, la reforma política era un clamor de multitudes. Tanto que Juan Manzur, el día en que asumió la gobernación, la prometió.

Dos años y 10 meses después, la Legislatura votará la continuidad del régimen de “acoples”. Una jugada oficialista que, en su esencia, ha sido validada por la oposición. Los adversarios del Gobierno, desde diferentes partidos políticos, han propuesto que sólo haya un “acople” por cada fórmula de gobernador y vicegobernador. Es decir, la naturaleza de ese sistema, hijo prodigioso del sistema de sublemas que debía ser abolido con la reforma constitucional de 2006, ha sido universalmente aceptada. Lo que resta definir es sólo una cuestión de cifras.

El oficialismo mantendrá los “acoples” con el argumento de que los reducirá al eliminar los partidos municipales y comunales. En 2015 fueron más de 1.000, ahora quedarán. Hasta 2019, acaso, un centenar. Léase, un millar de partidos es una locura, ¿pero un centenar, cada uno con su boleta en el cuarto oscuro, será lo normal? Cuanto menos, será lo normado.

El sustancia del asunto no pasa por cifras, sino por esencias. Lo oprobioso es el sistema de colectoras, que es lo que los “acoples” son. ¿Cuántos partidos habría si sólo se pudiera presentar un binomio de gobernador y vice por cada fuerza política? No es una utopía europea: así ocurre en Salta. Los partidos, en lugar de evitar las internas, celebran primarias abiertas. Y el que gana va a la boleta.

¿Cómo pasó la escena política tucumana de mostrar a un PJ acorralado por una demanda masiva de calidad institucional, a contar ahora con una oposición que valida el instrumento electoral del “acople”? Con el autodisciplinamiento opositor.

Las razones

Puesto en otros términos, las PASO y las elecciones de diputados del 2017 le dieron al oficialismo tucumano dos resultados contundentes y una lectura común: el PJ gana aquí, por más de 100.000 votos de diferencia, sin necesidad de fraudes.

Entonces, ¿para qué mantienen los acoples? Hay tres grandes razones. Una es pragmática: el combustible de las colectoras es el dinero. Y nadie tiene más dinero que el Estado, así que sus administradores financiarán, otra vez, decenas de colectoras, lo que le brinda la posibilidad objetiva de colectar más sufragios, a la vez que de mantener a toda su legión de dirigentes como candidatos. Una interna sería fratricida para el oficialismo local.

La segunda razón es, precisamente, interna: la eliminación de los partidos municipales y comunales busca minar la construcción política en la que viene trabajando José Alperovich desde que es senador. Los principales operadores del ex gobernador son hoy, justamente, “ex”. Ex intendentes, ex ediles y ex delegados comunales, montados en partidos municipales y comunales. Ante la guadaña sobre las agrupaciones vecinales, Alperovich decidió romper el silencio y, a la vez, amenazar por primera vez con romper con el binomio gobernante para disputar la gobernación por afuera del PJ.

Es sintomático el cimbronazo del ex jefe de Estado. En la semana en la que tuvo que enfrentar una hemorragia de aliados de la capital, renegó de los dirigentes del peronismo y meneó una eventual candidatura para frenar más exilios. Pero a la vez amagó con ocupar un lugar que la oposición ha abandonado: el de los adversarios de los gobernantes. Pocos opositores han criticado tan duramente la reforma política como lo hizo Alperovich ayer.

El senador buscó disparar al pecho de Juan Manzur y de Osvaldo Jaldo con su aviso de que no descarta dividir el electorado peronista al postularse.

Por lo demás, para decir una verdad (la de que la pretendida reforma política se viene perfilando como un embuste), traficó mil falacias. Pronunciarse en favor del voto electrónico raya la desfachatez. La Carta Magna que él modificó fijó ese sistema en 2006; y él se fue en 2015, ignorándolo. Por lo mismo, que reniegue de los “acoples” es el paroxismo: nadie abusó de las colectoras (y antes, de los sublemas) como él lo hizo. Luego, que propusiera otra reforma constitucional, justamente él, pareció un “relajo”. ¿Con qué se va a convocar la elección de constituyentes que eliminen los acoples: con el régimen de acoples? Justamente, el epítome del eufemismo fue considerar que habilitar las colectoras en la Constitución “fue un error”. “Error” es equivocarse en el color de los afiches para la campaña; consagrar una Constitución plena en institutos inconstitucionales para devastar los contrapesos entre los poderes del Estado es un delito de lesa república.

La tercera razón para mantener los “acoples” es un círculo vicioso. El oficialismo puede hacer lo que quiere con las normas porque gracias a las colectoras puede hacer lo que quiere con los opositores.

Con el “acople” no hay democracia de partidos, sino de “dueños” de bancas. La mayoría no viene de una agrupación sino de un sello de goma. Con 10.000 votos les alcanza para dictar leyes para 1,5 millón de tucumanos. Y los que “bolsonearon” liquidaron su contrato político con los ciudadanos a las seis de la tarde. Ya pagaron el voto con mercadería.

El resultado es que la representación es despedazada en público. Y sus cenizas, arrojadas al viento. Porque la representación es la enemiga histórica de las monarquías absolutas. A Demiens, el torturado en París, lo condenaron por regicidio: intentó matar a Luis XV, sucesor de Luis XIV, su bisabuelo, quien acuñó la totalitaria aserción “El Estado soy yo”.

Para que el autodisciplinamiento opositor a manos del oficialismo fuera posible, cabe advertir, el panóptico del oficialismo tucumano exhibió una variante con respecto al de Bentham.

La pedagogía

En el mecanismo local de disciplinamiento de la oposición, el oficialismo castiga y también premia.

La recompensa que ofrece el Gobierno a los que se “portan bien” es la proyectada nueva Junta Electoral. Un órgano sin igual: será el único en la Argentina sin magistrados. Sólo cinco abogados con sueldos, exenciones impositivas e inmunidades de jueces, aunque no serán jueces. Es obvio: el poder político no quiere el escrutinio de la Justicia.

Dos de esos cargos son para la oposición. Y algunos ya salieron corriendo a encargar el traje...

Ese fue el tema más tajante de la reunión de Cambiemos celebrada el lunes en un hotel. El diputado José Cano maldijo la idea de canjear la Junta Electoral “por dos sueldos”. El intendente Germán Alfaro pidió un sinceramiento. Reclamó que “blanquearan” quiénes seguirán en la oposición y quiénes acompañarán al oficialismo en la reforma política, para saber con quiénes se contará en 2019.

Pero lo revelador (qué ironía) estaba en un bolsillo. A ese encuentro lo habrían escuchado en la Legislatura en vivo y en directo. Uno de los asistentes habría llamado al Palacio y habría dejado abierta la comunicación para que del otro lado oyeran todo.

La reunión era pública. ¿Para qué la maniobra, entonces? No para conocer lo que se dijese, porque con sólo preguntar se averiguaba. Fue para corroborar que lo que algunos dicen en los despachos del oficialismo después no es desdicho. Y, sobre todo, para que los dueños del dueño de ese celular comprobaran que él es un opositor disciplinado.

El panóptico oficialista, entonces, es real: alguien siempre está viendo. O escuchando. Y su eficiencia, a la luz de los resultados, es absoluta.

Para quien no lo descifre, está el castigo. Corporizado hoy en la figura del abogado José Roberto Toledo. Luego de ser derrotada en la Justicia, la Fiscalía de Estado hizo una denuncia penal contra el letrado que patrocinó a la oposición en la causa que declaró nulos los comicios de 2015, con planteos tan dudosos como injuriantes que datan de 24 años y sólo fueron formulados tras el revés judicial. En términos objetivos, es tan seria la denuncia que, al cierre de esta edición, ni siquiera había sido ratificada… No se busca justicia, sino disciplinamiento.

La persecución contra Toledo no es casual. Se da justo cuando comienza a discutirse la reforma electoral y cierra circularmente la pedagogía domesticadora del poder: para el que se “porte bien”, premios del mismo calibre que una vocalía de la Corte en una nueva Junta Electoral. Para el que no se autodiscipline frente a los intereses electorales, el escarnio. Y el oficialismo no hesitará en poner a todos los abogados del Estado en su contra.

Para que esto sea posible, queda claro que lo que se ve desde el panóptico oficialista es que no sólo la oposición se ha autodisciplinado. También lo han hecho las instituciones intermedias, que supieron ser señeras. El Colegio de Abogados de la Capital, ¿nada va a decir del ataque contra un abogado?

Por cierto, el final del panóptico es el inicio. Cuando el poder impone su norma, su normalidad, prácticamente no hacen falta los guardias. La estructura que moldea el comportamiento funciona por sí sola. Y el prisionero ya se porta bien. Por las dudas...

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