“Antes, los changos se hacían la yuta de la escuela para jugar al billar”, recuerda Lalo Elías

“Antes, los changos se hacían la yuta de la escuela para jugar al billar”, recuerda Lalo Elías

La vieja costumbre de reunirse con amigos en las confiterías cayó en desuso. Mientras se concentran en las pantallas de los celulares, los jóvenes van eligiendo otros entretenimientos. Apenas un puñado de reductos quedan en pie en la ciudad para sumergirse en el mundo de los paños y los tacos.

COMO UN RITUAL. “Lalo” Elías llega a la confitería y se toma un café, mientras observa a otros jugadores. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI.- COMO UN RITUAL. “Lalo” Elías llega a la confitería y se toma un café, mientras observa a otros jugadores. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI.-
13 Septiembre 2017

Por día pasaba tantas horas seguidas en el billar que volvía a su casa con el olor penetrante del tabaco. En aquellos tiempos, la nube de humo quedaba suspendida por encima de las mesas de snooker y se adhería a la ropa con firmeza. Jugar al snooker y fumar era un ritual casi sacramental. Es así que “Lalo” Elías no fumaba, pero de todos modos le quedaba el aroma del cigarrillo en la ropa. Cuando entraba a la casa, su esposa, Marta Acuña, lo esperaba con una sentencia que parecía amenaza: “andá a bañarte, y sacate todo ese olor a cigarrillo, porque así no te vas a acostar”.

Lalo tiene 78 años, aunque parece más joven. Sigue yendo firme al billar a ver a los amigos, como en los viejos buenos tiempos. Sus padres lo bautizaron Moisés Eduardo Elías, pero a él nunca le gustó el primer nombre. En la escuela se hacía llamar Eduardo, a secas.

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La primera vez que agarró un taco de billar, Lalo tenía apenas siete años. En su casa del pueblo de Las Cejas había mesas de billar y se vendían bebidas. Un día le cambiaron el paño verde a una de las mesas; al mediodía ya habían terminado el trabajo y Susana Iramain, su madre, los invitó a almorzar, entonces Moisés Elías, su padre, y el resto de los empleados se fueron a la cocina. En ese descuido, el chico de apenas siete años sacó un taco y colocó dos bolas sobre la mesa. “No alcanzaba por mi baja altura, pero me daba maña y le pegué al mingo; entonces se vinieron todos corriendo, porque podía romper el paño que estaba sin estrenar”, agrega sonriente.

Las invitaciones

En Las Cejas se crió entre tizas, pizarras, humo de cigarrillo y brindis de amigos. “En mi pueblo, usted dejaba la bicicleta en la vereda -dice “Lalo”- y podía volver a la semana siguiente y seguía ahí la bicicleta en el mismo lugar”. A los 17 años lo invitaban a los torneos nacionales que se hacían en la capital tucumana hasta que, a los 24, se trasladó definitivamente a vivir cerca de La Ciudadela.

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“Lalo” reconoce que hay cada vez menos billares en San Miguel de Tucumán. Se lamenta porque es una práctica casi en desuso. “Antes, los changos se hacían la yuta de la escuela y se iban directo al billar -recuerda-; ahora todo está cambiando y andan con los celulares todo el día”.

- ¡Lalo Querido!

- ¡Hola Lalo!

-¿Cómo estás, amigo Lalo?

- ¡Hola Lalito!

Los saludos se repiten cuando entra al billar Punto y Banca, donde suele llegarse, en especial, los viernes, no tanto para jugar, pero sí para ver a los amigos.

El salón se mantiene casi a oscuras, como en los clásicos billares de antaño, mientras la luz blanca ilumina sólo la mesa para los jugadores. En un extremo, tres amigos comparten bromas, y toman café, mientras le ponen tiza azul a los tacos. Eduardo Antonio Casadey (80 años), Juan Francisco Díaz (83 años) y Jorge Avellaneda (52 años) cumplen su tradicional ritual de jugar al snooker, como todos los martes y jueves, al mediodía. “Al amigo Jorge le dicen ‘Reuma’ -explica Díaz sonriente-; porque agarra a los viejos nomás”. Y suelta una carcajada.

Un mozo acerca un café a una mesa. Lalo se sienta y empieza a contar anécdotas de sus tiempos de jugador. Ganó cinco torneos nacionales de snooker, en el 74 (en la Sirio Libanesa), en el 75 (en la misma sede), en el 76 (en Banda del Río Salí), en el 80 (Caja Popular) y en el 81 (otra vez en la Sirio). “Mi eterno rival fue ‘Lulo’ Díaz; era como un Atlético-San Martín”, advierte.

Admite que casi no hay jugadores y que por eso el snooker va en descenso. Aunque él dedica varias horas a enseñarle a un joven, hijo de un amigo. Mientras toma el café y conversa, pasan otros jugadores y saludan a la distancia.

- Lalo, ¿cómo estás?

- ¿Qué hacés Lalo?

Lo tratan como a un ídolo, que además es un amigo. En aquellos tiempos solía jugar en El Molino, en 24 de Septiembre al 500, donde ya no hay billares, pero se mantiene el café.

En las paredes de Punto y Banca hay tacos de madera colgados y con candado. Cada uno tiene su propio dueño. Todavía llegan los expertos para demostrar su talento. Lalo nunca tuvo un taco propio. “Prefería elegir al azar”, dice. En el salón, los tres amigos arman otra partida de snooker. No hay apuestas, sólo juegan por placer. Es una pasión que los unió desde hace décadas, una o dos veces por semana.

el interior
monteros conserva una buena cantidad de billares
“A veces se organizan torneos, pero depende de los jugadores”. Así lo advierte el encargado de “Punto y Banca”, uno de los billares emblemáticos que se mantienen activos en la capital tucumana. Lalo Elías dice que, en el interior, Monteros es uno de los sitios más arraigados para jugar al billar. “Quedan varios locales”, afirma.

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“A veces se organizan torneos, pero depende de los jugadores”. Así lo advierte el encargado de “Punto y Banca”, uno de los billares emblemáticos que se mantienen activos en la capital tucumana. Lalo Elías dice que, en el interior, Monteros es uno de los sitios más arraigados para jugar al billar. “Quedan varios locales”, afirma.

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