Cambiar para bien
10 Septiembre 2017

LA MISA DE HOY

PBRO. MARCELO BARRIONUEVO

El evangelio de este domingo nos habla de la corrección fraterna. Como el término lo señala es la ayuda entre hermanos, que se corrigen para crecer superando algún defecto o situación de pecado. “Corrígelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”: una indicación del Señor que tiene la hondura de las cosas sencillas y el aroma de la caridad.

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Lo que separa en la Iglesia al hermano del extraño o del enemigo radica justamente en esto: “corrígelo a solas”. Mientras los que no aman a la Iglesia airean las debilidades y errores de los que pertenecemos a Ella hablando o escribiendo lo que no deben, como no deben y donde no deben, Jesús pide que, a solas, como a un hermano o a un amigo a quien se quiere bien pero anda equivocado, se le alerte delicadamente del mal que puede ocasionarse y ocasionar a la Iglesia.

El amor sincero de quienes pertenecen a la Iglesia debe superar con fortaleza cristiana un falso temor a entristecer o a que la corrección no sea bien recibida; que se produzca un distanciamiento, se pierda una amistad o el crearse enemigos; la conciencia de que también nosotros incurrimos con frecuencia en la misma falta o no poseemos la ciencia y la experiencia de quien debe ser advertido. Justamente porque la corrección está movida por el amor y hecha con la delicadeza del que se sabe también pecador, todos, pero especialmente los padres, los maestros y educadores, quienes tienen una responsabilidad sobre los demás, deben procurar mirar más el bien de la Iglesia y de los demás que el temor a crearse alguna dificultad por corregir.

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Jesús enseñó con firmeza: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Esta advertencia no es lavarnos las manos frente al pecado del otro con la excusa de que yo también soy pecador. Al contrario, sabiéndome pecador y viviendo las consecuencias del propio error es que debo ayudar a otros a advertir el error. No hacerlo es caer en el pecado de omisión, en la indiferencia, en el olvido.

Si miramos las relaciones humanas en el mundo de hoy, si observamos las divergencias sociales en nuestras realidades políticas, económicas, etc., percibimos con preocupación una tendencia a dividirnos en vez de corregirnos. Se ha caído en el morbo de criticar y ventilar los defectos de tal o cual persona, de juzgar los modos y las maneras, de sonreir socarronamente ante el defecto del otro. Cuantas veces, en vez de salvar a un hermano lo hemos matado definitivamente por la crítica en nuestras mesas familiares o en nuestros encuentros sociales.

En una sociedad hipercomunicada la gran corrección fraterna es dejar de usar esos medios para juzgar a otros y ponernos al servicio del bien de los hermanos.

La corrección fraterna cierra grietas y crea puentes, crea vínculos humanos y cristianos, forja la cultura de la reconciliación. Cada uno de nosotros ha de pedirle al Señor la gracia de reconocer sus propias miserias y errores, pero al mismo tiempo la fortaleza para corregir, ayudar y acompañar al hermano que se siente solo y abandonado al devenir de sus errores o pecados.

Apostemos a una cultura del encuentro que supera grietas; el perdón y la corrección fraterna será un medio de gran ayuda.

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