¡Nadie me quiere ni me comprende!

¡Nadie me quiere ni me comprende!

¿La victimización es una incapacidad para asumir una responsabilidad o una acción para manipular a los otros?

Parpadeos en busca de miradas. Se posan en el ombligo de la puesta en escena. Lo estudia. Lo mide. Lo seduce. Lo atrae. Desnuda la queja. Esa hoja incomprendida deambula entre gestos ampulosos, que miran de reojo al interlocutor ocasional. Incomprendida. Malquerida. Nadie es capaz de ver su sacrificio por los otros. Ni se fijan en ella. Ni la escuchan. Hace todo el esfuerzo desinteresadamente. Puro altruismo. Nadie la valora. Todos la critican. Pero la lástima cotiza en bolsa. Manipula. Saca provecho. Siempre es pobre, nunca rica… curiosamente. La víctima se regodea en su propia actuación. ¿Oscar? ¿Globo? ¿Martín Fierro? ¿Tal vez un aplauso familiar o vecinal? Sin el amable público, ¿sería posible la victimización?

Colocarse en el centro de agresiones que no siempre lo son, puede ser una forma negativa de llamar la atención sobre sí mismo, una actitud de autocompasión marcada por la percepción de que el mundo está en su contra. Pero también es un modo de no asumir una responsabilidad o de justificarse por algo que no se hace. La victimización se ha vuelto frecuente en la vida cotidiana. Lo vemos, por ejemplo, en la política, donde se es víctima de la pesada herencia o de lo que otros hacen o han hecho adrede. Pero también hay autovíctimas en todos los ámbitos. ¿Se trata de una treta, una incapacidad, una adicción, una acción para manipular a otros? “Nadie sabe cuánto me costó haber llegado hasta aquí”, “nadie se da cuenta de hago cosas sin que me lo pidan”. Nadie me quiere…” ¿Que nos lleva a veces a ponernos como víctimas? ¿Alguna vez te victimizaste? ¿Es una característica de la idiosincrasia de los argentinos? ¿Se cura? Es al vicio, yo siempre te pregunto, pero vos ni me contestás.

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Bichos complejos

Tina Gardella

Locutora-docente

Como somos bichos complejos y nos gusta deslizarnos silenciosa y lentamente por las aguas tibias de la culpa -que intranquiliza- y también de la “des culpa” -que sosiega-, solemos ubicarnos más de las veces como los destinatarios únicos de una especie de persecución manifiesta contra nuestro ser. Pero este ser, a imagen y semejanza de los tiempos que corren, es un ser que necesita reconocerse, pertenecer, parecerse porque es tranquilizador permanecer homogéneo, usuario pasivo del decir y del hacer. Ese balbuceo del vivir es el contexto de la victimización. Y desde ese balbuceo, al que aportan todos los dispositivos tecnológicos de relación y comunicación de nuestro presente, se construyen los sujetos para quienes su principal lógica es la no diferenciación. Es una característica representativa de un tiempo en que se reproducen relaciones de sentido, donde se necesita la mirada del otro y la aceptación del otro para ser y existir. Eso sucede porque se identifica y se celebra el modo de la inconsistencia de lo que se tiene y de lo que se es en tanto lo mensurable, lo cuantitativo, la materialidad pura se adueña de nuestras vidas y atrapa la variable subjetiva que resiste como puede y torna inseguridades y vacilaciones en francas victimizaciones. Esta actitud no sólo es injusta con las verdaderas víctimas del sistema, sino incluso contribuye a la despolitización de la condición de víctima en tanto licua responsabilidades compartidas y alimenta fugas y deslizamientos hacia la mediocridad de la sinrazón y de la ausencia de reflexión.

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Una elección

Alejandra Muratore

Cantante-psicóloga

La victimización es un proceso psicológico, creado por la mente. La persona que se victimiza se ubica en un espacio imaginario que le confiere automáticamente “la razón” y las consideraciones incondicionales de otras personas. El victimismo, en muchos casos, representa más beneficios que problemas. Esta condición permite contar con una especie de inmunidad por la cual todo lo que dicen es verdad, todo lo que hacen es bien intencionado, todo lo que piensan es legítimo. Sin embargo, ese victimismo calculado, consciente o inconscientemente, encubre la falta de capacidad para cerrar el ciclo de una experiencia traumática o bien, una estrategia para ganar cierto privilegio que de otra manera no se obtendría. Hay, por supuesto, situaciones reales de victimización como cuando alguien ha sido objeto de un abuso, o de un exceso, sin que tuviera la posibilidad de reaccionar. Ese tipo de situaciones origina una condición objetiva de victimización. Pero dicha condición no es eterna ni tiene por qué ser un sello que la persona lleve a donde vaya. Después de salir de la situación de impotencia concreta, que muy seguramente requiere de esfuerzo, apoyo y afecto, seguir en el papel de víctima es una opción, no una realidad inapelable. El victimismo como posición existencial es una elección. Que un hecho traumático se convierta en la carta de presentación eterna. Para ello, hay un contexto social que lo sostiene, lo alimenta y lo legitima.

Divide y reinarás

Jorge Montesino

Escritor

Miro por el balcón, veo la estación de trenes: máquinas y obreros. Me siento tentado a hacer una parodia. Me viene a la mente, en ese preciso momento, el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Qué tentación parafrasear: “Un fantasma recorre el planeta: el fantasma de la victimización”. Sí, no queda mal. A fin de cuentas quién no se ha victimizado alguna vez. Quién no lo ha hecho consciente o inconscientemente para manipular (consciente o inconscientemente) al otro. Es una estrategia como cualquiera: una estrategia para vencer las resistencias y poder ejercer el mando. Igual que aquella otra que reza: “Divide y reinarás”. Victimizarse es eso: dividir para reinar. Hacerse el muerto es victimizarse. Hacerse la víctima, no serlo de verdad. Dividir la voluntad de aquel a quien en un momento hay que vencer. Sin escrúpulos. Vencer la resistencia del otro para que haga lo que queremos. Está claro que el problema que debiera resolverse, desde la corrección, desde la normalidad, es del que se victimiza y no de quien sufre las consecuencias. Pero los platos rotos, como bien sabemos, los paga el otro. Es una verdad de perogrullo pero no está mal señalarlo porque nos ayuda a llevar ese comportamiento, muchas veces inconsciente y carne de diván, a un plano distinto. Tentación literaria: dejar la corrección guardada en un cajón y hacer que los personajes se victimicen todo lo que quieran victimizarse, porque de lo contrario la literatura, que no tiene vínculo con la moral ni con la ética, se volvería simple y llanamente política.

Canallescos pasadizos

Honoria Zelaya de Nader

Escritora

Como punto de partida considero necesario destacar que el término víctima por extensión, el de victimización, no será utilizado en su originario sentido teológico sino enmarcado en reciprocidades psicológicas con el mundo de la infancia. Enfoque insoslayable ya que cuando se habla de víctimas, victimarios o victimización, late de por medio un cuerpo social que responde inexorablemente a sus días iniciales. El caso es que, frente a las innumerables y asfixiantes formulaciones de victimizaciones, ya desde las consabidas retahílas, “la culpa la tiene el otro”, o “¿qué puedo hacer yo si nadie me quiere”? Y peor aún, ante los canallescos pasadizos de victimarios a víctimas que se alojan tanto en el ámbito familiar, social y político y en el que quizás por acción u omisión alguna vez también hemos caído, resulta improrrogable centrar nuestra atención en la infancia a fin de evitar que la infección se expanda. “El hombre paga a la sociedad con la misma moneda que recibió en su infancia”, decía el doctor Juan B. Terán. En consecuencia, si la raíz de tales males es psicosocial íntimamente ligado a los primeros años de vida, ha llegado el momento de decir de qué hablamos cuando hablamos de victimización. Pues bien, de atender a la sabia reflexión de Confucio: “Frente a la oscuridad creciente, de nada vale lamentarse y maldecir: enciende la vela”, o a lo señalado en el Evangelii gaudium 96 por el papa Francisco: no cometer el pecado del “habría queísmo”. De las múltiples posibilidades presentes en cada instante, es el hombre quien condena a algunas a no ser y rescata a otras para el ser.

¿Qué les hice yo?

Gabriel Senanes

Músico-compositor

¿Qué les hice yo para que me inviten a escribir sobre la victimización, señoras y señores de LA GACETA? ¿Acaso alguna vez los traté mal? No soy paranoico, pero bien sé que, una vez más, estuvieron hablando mal de mí a mis espaldas, y por eso, decidieron pedirme estas 260 palabras. Suponen que no me doy cuenta, pero el número mismo delata vuestras intenciones. Si sumamos sus dígitos, da ocho, con todas las posibilidades de rima que conocimos desde el primer recreo de la escuela primaria. Ocho, el dorso te abrocho. Y para colmo, habéis incluido un cero, una clara alusión a vuestra valoración de mis dotes intelectuales y de las otras. Y para disimular, en lugar de ponerlo a la izquierda, lo pusieron a la derecha, creyendo que no me iba a avivar. En fin, me duele que piensen eso de mí, y me enfrenten a un callejón sin salida: ¿qué hago? ¿Acepto el reto? Sé que lo hacen para exponerme, para burlarse una vez más de mí, utilizando esta aparentemente gentil invitación como un señuelo para que caiga en la trampa de la humillación pública, de la exhibición impúdica del magro cuerpo de mis ideas, y de la falta de ellas. Cualquier cosa que escriba será usada en mi contra. Ay, quién tuviera vuestro sádico y maléfico humor para responderles con vuestras mismas armas. Yo, que no tengo sentido del humor, y ningún otro sentido, me veo forzado por ustedes mismos a tomar una decisión que también alimentará vuestros insanos reproches y revanchas: no les escribiré nada.

Liberarse de la maldición de la libertad
MARTA GEREZ AMBERTÍN, Posdoctora en Clínica Psicoanalítica
Victimizarse es la treta más común del poderoso que no admite la responsabilidad por las consecuencias de sus actos. Los carniceros nazis la utilizaron a menudo. En vez de decir: “¡Qué horrible es lo que hago a los demás!”, decían: “¡Qué horribles espectáculos debo contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!” Quien organizó la muerte de millones de personas declaró en su interrogatorio que al recibir la orden de Hitler se consoló pensando que había dejado de ser “dueño de sus propios actos” y que él no podía “cambiar nada” (la versión argentina de esta farsa fue la “obediencia debida”). El victimario pide que comprendan el “sufrimiento” que le produce tomar medidas atroces porque “no tiene más remedio”.  
Pero victimizarse es, también, el recurso de quienes explican sus desdichas por la maldad externa. Es la vocación de eterna víctima inocente que nada tiene que ver con sus padecimientos, siempre ajena a sus desgracias e irresponsable de ellas. Dice el protagonista de un texto de Bioy Casares y Silvina Ocampo: “Yo había asumido la peligrosa actitud de quien abjura de sus responsabilidades, de quien se entrega a una voluntad ajena”. Precisamente, esa entrega es la que posibilita al (auto) victimizado evitarse la pregunta: ¿qué tengo que ver con esto que me ocurre? Para el psicoanálisis el sujeto es siempre responsable de sus excesos, siempre “tiene que ver” con lo que le ocurre, siempre tiene la posibilidad de convertirse en una “cuestión” para sí mismo, por tanto, nunca es totalmente inocente de su transcurrir. “No se hace lo que se quiere y, sin embargo, se es responsable de lo que se es. El humano lleva sobre sus hombros la carga de sí mismo. En este sentido la libertad podría pasar por una maldición. Y es una maldición. Pero es, también, la única fuente de la grandeza humana, ha dicho Sartre. 
Victimizarse, poner afuera en el pasado, la inclemencia divina o la mala conjunción de los astros en la causa de los males propios es liberarse de la maldición de la libertad, pero ¿qué, si no la esclavitud, es liberarse de la libertad? Entre estas paradojas discurre nuestra vida, para no enfrentarlas algunos se robotizan tras las redes sociales, el alcohol, las drogas, el juego o la indiferencia... pagando con el precio más alto de todos que es autocondenándose a la infelicidad.

Liberarse de la maldición de la libertad

MARTA GEREZ AMBERTÍN, Posdoctora en Clínica Psicoanalítica

Victimizarse es la treta más común del poderoso que no admite la responsabilidad por las consecuencias de sus actos. Los carniceros nazis la utilizaron a menudo. En vez de decir: “¡Qué horrible es lo que hago a los demás!”, decían: “¡Qué horribles espectáculos debo contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!” Quien organizó la muerte de millones de personas declaró en su interrogatorio que al recibir la orden de Hitler se consoló pensando que había dejado de ser “dueño de sus propios actos” y que él no podía “cambiar nada” (la versión argentina de esta farsa fue la “obediencia debida”). El victimario pide que comprendan el “sufrimiento” que le produce tomar medidas atroces porque “no tiene más remedio”.  
Pero victimizarse es, también, el recurso de quienes explican sus desdichas por la maldad externa. Es la vocación de eterna víctima inocente que nada tiene que ver con sus padecimientos, siempre ajena a sus desgracias e irresponsable de ellas. Dice el protagonista de un texto de Bioy Casares y Silvina Ocampo: “Yo había asumido la peligrosa actitud de quien abjura de sus responsabilidades, de quien se entrega a una voluntad ajena”. Precisamente, esa entrega es la que posibilita al (auto) victimizado evitarse la pregunta: ¿qué tengo que ver con esto que me ocurre? Para el psicoanálisis el sujeto es siempre responsable de sus excesos, siempre “tiene que ver” con lo que le ocurre, siempre tiene la posibilidad de convertirse en una “cuestión” para sí mismo, por tanto, nunca es totalmente inocente de su transcurrir. “No se hace lo que se quiere y, sin embargo, se es responsable de lo que se es. El humano lleva sobre sus hombros la carga de sí mismo. En este sentido la libertad podría pasar por una maldición. Y es una maldición. Pero es, también, la única fuente de la grandeza humana, ha dicho Sartre. 
Victimizarse, poner afuera en el pasado, la inclemencia divina o la mala conjunción de los astros en la causa de los males propios es liberarse de la maldición de la libertad, pero ¿qué, si no la esclavitud, es liberarse de la libertad? Entre estas paradojas discurre nuestra vida, para no enfrentarlas algunos se robotizan tras las redes sociales, el alcohol, las drogas, el juego o la indiferencia... pagando con el precio más alto de todos que es autocondenándose a la infelicidad.

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