Dejar la ciudad buscando calidad de vida

Dejar la ciudad buscando calidad de vida

Alejandra Alvarez y Sebastián Cuello se mudaron hace dos años a El Timbó Viejo. Viven más tranquilos, más seguros y felices, según cuentan.

CUMPLIENDO SUEÑOS. Tener la casa propia y diseñada por él mismo fue un gran anhelo para Sebastián. Su esposa Alejandra está feliz con el cambio. LA GACETA / FOTO DE Osvaldo Ripoll CUMPLIENDO SUEÑOS. Tener la casa propia y diseñada por él mismo fue un gran anhelo para Sebastián. Su esposa Alejandra está feliz con el cambio. LA GACETA / FOTO DE Osvaldo Ripoll
Había verde. Mucho verde. Ni un solo edificio en el paisaje. El silencio, la tranquilidad. Respirar ese aire les daba placer. Se miraron y no dudaron. “Este es el lugar”, dijeron Alejandra Alvarez (35) y Sebastián Cuello (45). Pasaron más de dos años desde aquel día en que decidieron dar el primer paso para abandonar la ciudad e instalarse en el campo. Después de comprar el terreno en El Timbó, comenzaron a construir su casa. El diseño fue de ellos: vidrios por todos lados, mucha madera y ni una sola reja.

La decisión de alejarse de la urbe llegó después de muchas idas y vueltas. Vivieron en México unos años y luego en un departamento en pleno centro de la capital tucumana (9 de Julio y Crisóstomo Alvarez). Esas dos experiencias llevaron a Sebastián a soñar con una casa grande en el campo. Estaban hartos de los ruidos, de la inseguridad. Por eso, les gustó la idea de mudarse a El Timbó Viejo, un pueblo del este tucumano ( a 23 km de la capital) que tiene unos 2.700 habitantes. Un amigo les había ofrecido venderles el terreno en la zona y ellos pensaron que era una buena opción invertir sus ahorros ahí para arrancar con este nuevo proyecto de vida.

Hace dos años se mudaron. No fue fácil adaptarse, dice Alejandra. Ella es estudiante de Letras y trabaja en un call center, así que todos los días parte temprano, a las 7.30, hacia la capital. Desde su casa, camina unos 700 metros hasta la ruta 305 para tomar el colectivo. Una hora después, ya está en la ciudad. “Ahora, me acostumbré y aprovecho para leer en el trayecto. Cuando estoy allá todo el tiempo pienso en volver a casa”, cuenta ella, de ojos marrones oscuros y sonrisa de mujer plena.

Sebastián es el encargado de llevar adelante el proyecto de la vivienda: él mismo hizo la estructura del inmueble con ventanales que compró por internet y placas de cemento. También construye los muebles y hasta diseñó un sistema de canaletas para juntar el agua de la lluvia. Dos días a la semana se traslada a la capital, adonde dicta cursos de fotografía.

Desde los ventanales de la casa de los Cuello sólo se ven árboles, plantaciones, caballos y algunos sembradíos. Ellos aseguran que no volverían jamás a instalarse en la ciudad. “Ya no vivimos más veranos insoportables. Acá ni siquiera nos hace falta el aire acondicionado. La paz que te transmite este lugar se transformó en calidad de vida para nosotros”, resalta la pareja. Ahora que están afincados sueñan con tener una huerta para producir su propio alimento. Y también les gustaría tener un hijo. “Este es el mejor lugar en el que puede crecer un niño”, remarcan.

Los Cuello se asombran por la confianza con la que se vive en ese rincón de Tucumán. “Dormimos sin cerrar las puertas. Una vez salí y me dejé la llave puesta del lado de afuera. Cuando volví, todo estaba igual”, cuenta Alejandra. “Me impresiona la calidez humana de la gente. Siempre te están regalando de sus cosechas: te dan choclos, zapallos y te ofrecen ayuda para lo que necesites. Aquí, volvimos a confiar”, reconocen.

El fenómeno

En El Timbó, en Río Nío, en Los Nogales, en San Pablo. Cada vez son más las parejas jóvenes que dejan la capital para mudarse a una localidad cercana -algunas rurales, otras no tanto- y así establecerse lejos del ruido y el caos vehicular. El fenómeno es incipiente, pero ya figura en las estadísticas. De hecho, el censo nacional 2010 mostró que la capital fue la zona que menos creció en la última década dentro de la provincia.

Un trabajo realizado este año en la Cátedra de Demografía de la Facultad de Ciencias Económicas demostró que en los últimos años el modelo urbanístico de la capital ha expulsado a la población joven hacia localidades vecinas (y no tan vecinas también). “Por esto se observa que en San Miguel de Tucumán hay un fuerte envejecimiento poblacional, parte de la población joven está decidiendo vivir en zonas aledañas. Algunas localidades de Cruz Alta, la zona este de Lules, Yerba Buena y Tafí Viejo son receptores de toda esta masa de gente joven, experimentando un rejuvenecimiento poblacional”, especifica la investigación dirigida por la demógrafa Nora Jarma y realizada por los alumnos Sergio Adler y Laura Gutiérrez La Bruna.

Según Jarma, que cada día más jóvenes dejen San Miguel de Tucumán tiene que ver principalmente por una cuestión económica: “van buscando terrenos más baratos”. Coincide con ella Gonzalo Sáez, de una consultora inmobiliaria: “el modelo urbanístico te va expulsando. Hoy comprar un terreno en la zona céntrica y en muchos barrios de la ciudad es imposible para las jóvenes parejas. En ese sentido, Los Nogales, El Timbó y El Manantial tienen muchas más oportunidades para ellos”. Rubén Bulacio, propietario de una inmobiliaria del interior, también confirmó la tendencia: en su negocio están recibiendo consultas de gente que busca terrenos para retirarse de la ciudad por tranquilidad y por seguridad, según contó.

Cada uno tiene un motor personal a la hora de decidir marcharse de la ciudad. Recuperar el sueño profundo fue fundamental para Alejandra. “Aquí se gasta mucho menos dinero. La ciudad te impone el consumo permanente. Nosotros no tenemos más deudas”, celebra Sebastián. Y su esposa resume: “somos más felices; eso es lo importante”.

Fueron a pasar las vacaciones en Los Nogales y decidieron instalarse ahí para siempre


“Vivíamos en un departamento en pleno centro y con mi esposo decidimos hacer una casa de fin de semana en Los Nogales. La terminamos hace dos años. Era diciembre. Ese año decidimos no irnos de vacaciones para disfrutar la casita. Nos ahí enero y febrero y en marzo nadie se quería volver a vivir al centro”, cuenta Margarita Pastoriza Ferro, de 42 años, mamá de Sofía, de 18, y de Mariana, de 12. “Así que decidimos mudarnos definitivamente. Por las dudas nos arrepintiéramos dejé el departamento vacío, sin alquilar durante ocho meses”, relata.

“Dormir sin el ruido de la ciudad fue impactante. Ganamos mucho en calidad de vida. Todos tenemos actividades en el centro, pero no renegamos. En 20 minutos estamos en la ciudad. A mis hijas esta mudanza no les afectó sus actividades sociales. Al contrario, ahora todos sus amigos quieren venir a casa y no irse más. Para ellos es una aventura ir al campo. La verdad que disfrutamos mucho la casa, es un placer estar aquí. No hay chance de volver a vivir en la ciudad”, concluye.

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