Tras el sueño de producir su propia comida

Tras el sueño de producir su propia comida

Alex y Lucía se mudaron a una finca en Famaillá, donde ayudan a crecer a su hijo. Siembran, cosechan, crían animales y tienen colmenas.

APICULTURA. Alex cuida la colmena; Lucía y Simón lo acompañan. LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL APICULTURA. Alex cuida la colmena; Lucía y Simón lo acompañan. LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL
30 Mayo 2015
Alex Ahmed vivía en el centro hasta que se convirtió en granjero, en un campo de Famaillá. Tiene 36 años, le faltan unas pocas materias para recibirse de ingeniero agrónomo y se siente más que orgulloso de haber dejado atrás su vida de citadino para poner las manos en la tierra.

El sueño de tener la granja propia lo desvelaba desde chico. A pesar de que con frecuencia escuchaba la frase “el campo no vale la pena, mejor es estar en la ciudad”, a Alex le gustaba la idea de producir su propia comida. Fue así que en el año 98 decidió estudiar la carrera de Agronomía. Poco después, su papá le dio a él y a sus hermanos un pedazo de tierra que la familia tenía en Famaillá.

“Yo alquilaba un departamento en el centro, pero me rondaba la idea de empezar a construir algo para instalarme en el campo. El primer proyecto que armé fue hacer miel. También abrí en la ciudad un negocio de productos regionales y así podía mantener mis estudios. Viajaba casi todos los días hasta 2009, cuando una crisis económica me obligó a cerrar mi local”, cuenta Alex. Poco después se enamoró de Lucía, su actual esposa, y se mudaron juntos a una casa en barrio Sur.

A ella, que es artista plástica, docente y tiene un taller textil, no le gustaba mucho la idea de dejar todo para irse al campo. “No le convencía el proyecto porque aquí estaban todas sus amigas y sus cosas. Pero después se decidió. Ahora, ella viaja dos días a la semana a la ciudad y así mantiene todas sus actividades”, detalla Alex.

El productor fue de a poco construyendo su casa, en la que ahora vive junto a su esposa y su hijo Simón, de un año y 10 meses. Para ellos, el campo es lo mejor que les pasó en la vida, dicen. A la granja le llega por la ruta 301. A 500 metros de la réplica del Cabildo, hay que desviarse en dirección hacia el cerro varias cuadras hasta llegar a la finca “La Dulce”. Se llama así porque producen principalmente miel, aunque también tienen animales y siembran y cosechan todo lo que necesitan para vivir. “Después de haber leído todas las cosas que les ponen a los alimentos decidí que todo lo que llega a nuestra mesa lo producimos nosotros”, remarca.

En las dos hectáreas de la finca, el pequeño Simón vive una aventura todos los días. “Es el niño más sano. A nosotros esto nos cambió, nos dio paz. Empezamos a dormir tranquilos, sin los ruidos insoportables, la contaminación y los olores de la ciudad. Además, es muy económico vivir acá: gastamos el 30% del dinero que gastábamos en la ciudad”, describe.

“Si necesitamos ir a la ciudad no hay problema: estamos ahí en 20 minutos. Cuando vamos, antes de salir ya estamos extrañando volver”, relata Alex. No lo desvela pensar cómo hará cuando su hijo empiece a tener obligaciones. “Se educará en una escuela de aquí cerca, en este ambiente, lejos de la furia y las tensiones de la gran ciudad”, dice este joven padre, que se levanta con el canto de los gallos y pasa las horas en contacto con la naturaleza, manejando el tractor, sembrando la tierra, cuidando los patos y los pollos y disfrutando del paisaje del cerro.

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