En el “Monte del Tesoro”

En el “Monte del Tesoro”

Una leyenda lugareña de la zona de Arcadia

ALEJANDRO HEREDIA. Guido Bruveris representó, en este dibujo, el asesinato del gobernador Heredia, perpetrado cuando viajaba en galera rumbo a su estancia de Arcadia ALEJANDRO HEREDIA. Guido Bruveris representó, en este dibujo, el asesinato del gobernador Heredia, perpetrado cuando viajaba en galera rumbo a su estancia de Arcadia
El archivo de LA GACETA guarda el artículo “Folklore tucumano. Leyendas lugareñas”, de Tomás Craviotto (1877-1968). Es un recorte sin fecha. Se cuenta la historia del llamado “Monte del Tesoro”. Estaba ubicado en Arcadia, “como a 7 ú 8 kilómetros al poniente de la estación del ferrocarril”. En la década de 1940 –época a la que parece pertenecer el artículo- era “un bosque muy tupido”, de unos 150 metros por 300, enclavado “en un gran descampado”.

La gente de la zona aseguraba –según Craviotto- que allí estaban, escondidos en alguna parte, ”un gran tesoro y un depósito de armas”. Se decía que lo cuidaba “una guardia permanente, al mando de un viejo sargento, ya muy viejo, de blanca y larga barba, que viste bombachas coloradas, chaqueta azul y calza alpargatas”.

Nadie se atrevía a ingresar. Era versión unánime que quienes lo hicieron, “no volvieron a ser vistos, porque allí fueron muertos y enterrados”. Muchos narraban, inclusive, que habían escuchado los disparos que los ultimaron. Sólo se pasaba por el camino del “Monte del Tesoro”, a la luz del día. Después de la puesta del sol, todos daban un gran rodeo para evitarlo. Algunos afirmaban que, desde lejos, habían divisado alguna vez al viejo sargento, fumando y sentado en un tronco.

Craviotto arriesgaba una posible explicación. La propiedad perteneció al gobernador Alejandro Heredia, asesinado cuando viajaba a Arcadia: pasó luego a don José Gramajo y después a la Compañía Azucarera Tucumana. Pensaba que acaso Heredia había hecho esconder en el monte algunas armas y algunos caudales, en los revueltos tiempos en que gobernó. Y que alentó la leyenda, para que ningún curioso osara acercarse al lugar.

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