Por qué leer “Los viajes de Gulliver”

Por qué leer “Los viajes de Gulliver”

Por Honoria Zelaya de Nader - Miembro de número de la academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil

23 Abril 2014
Los niños, muy sensibles a los símbolos y a los mitos, a la inmediatez de los sueños y a la transformación de lo que llamamos realidad, supieron a lo largo de la historia apoderarse de grandes obras consideradas no válidas para la infancia. A modo de referencia echemos una mirada través del tiempo a una plaza de Atenas donde un maestro en cuclillas, lee a niños y jóvenes que escuchan fascinados. ¿Qué les está leyendo? Versos de Homero. Sigamos. Nos ubiquemos en la Inglaterra del siglo XVII para ver el éxito que alcanza entre los jóvenes la extraña e increíble -aunque verosímil- vida de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe.

Otra sorpresa: hacia la misma época y entre similar franja etaria, tenemos el éxito inmediato que logra Jonathan Swift con “Los viajes de Gulliver”. En consecuencia nos preguntamos: ¿estos libros fueron escritos para niños? ¿Cómo es posible que las dos obras de la literatura inglesa, casi inmediata a su publicación hayan conquistado a la infancia? Tomo la respuesta que brinda Fryda Schultz de Mantovani: “La literatura Infantil Juvenil es iconoclasta: están lo que quizás no quisieron estar”.

Por otro lado, si aceptamos que la literatura es arte, como tal inscribe misterio, encanto, evasión, posibilidad de transformar el mundo, ingredientes caros a los sueños primeros. Los adoptan porque les brindan la fuerza del vuelo. Todo niño se identifica con Robinson y en sus juegos se siente robinsoniano: cuando construye una choza, o cuando sale de caza con un arco con flecha. Y también con Gulliver, desde el simbolismo de la estatura se siente enano, se siente gigante y además se siente con capacidad para transformar lo que no le gusta.

En suma, en el caso puntual de las grandes obras literarias no pensadas como literatura infantil, el mundo poético de la infancia, deja de lado los intenciones filosóficas o políticas, se apropian de la anécdota y la reducen a cuento maravilloso. Pero... sin que ellos lo adviertan, lo esencial queda grabado. Leer los Viajes de Gulliver con nuestros niños es viajar no sólo por las islas flotantes, sino por la recreación ficcional.

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