Gustavo Martinelli
Por Gustavo Martinelli 07 Noviembre 2013
Cuando algo nos resulta especialmente difícil de conseguir, decimos que nos ha costado “un ojo de la cara”. Esta frase, reducida hoy a simples cuestiones económicas, tuvo en la antigüedad un significado mucho más espiritual ya que se remonta a la mitología nórdica.

En rigor, perder un ojo de la cara para conseguir algo trascendente es lo que le pasó a Odín, padre de todos los dioses y señor de Asgard. El cine lo retrató de manera infantil y torpe en el taquillero filme “Thor”, bajo la piel del enorme Anthony Hopkins. Pero, para los nórdicos de épocas remotas, Odín era el ser más sabio del universo.

Cuentan los dignos de fe que, un día como cualquier otro, Odín fue a buscar a sus hermanos por las praderas de Asgard. Sin embargo, pasaron las horas y la búsqueda no dio sus frutos. Acongojado se dirigió al territorio de su amigo y consejero Mimer, guardián de una fuente prodigiosa cuyas aguas poseían la sabiduría del universo.

Al llegar a la fuente Odín -preocupado por el destino de sus hermanos- increpó a Mimer para que le permitiese beber un sorbo del agua de la fuente y así conocer la ubicación de sus hermanos. Pero Mimer se negó aludiendo que la sabiduría no era un don que se podía tomar a la ligera. Atónito por la respuesta Odín murmuró para si mismo: “daría un ojo por un sorbo”. Entonces Mimer, que había escuchado su murmullo, aceptó el trato. Odín, entonces, se arrancó uno de sus ojos, lo arrojó a la fuente y bebió desesperadamente de ella. En ese momento se convirtió en el ser más sabio del universo. ¿Cuál es la moraleja? Pues que a veces, por más que nos duela y nos cueste, debemos sacrificar cosas muy valiosas para ganar algo aun mejor.

Odín no nació sabio; ganó su erudición con sufrimiento y entrega. Y, por eso mismo, se erigió como señor de dioses y hombres. Detengámonos un minuto en esto y pensemos el tema en otros términos. Si alguien nace infinitamente sabio, ¿deberíamos alabarlo por su sabiduría? ¿Hay algún mérito personal en los atributos naturales? Probablemente no. Por el contrario, los sabios se forjan con esfuerzo y sacrificio, una estrategia que, lamentablemente, se está perdiendo en las escuelas argentinas.

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