Oler para creer

Oler para creer

Un carrero accedió a dialogar con LA GACETA mientras tiraba desperdicios en el basural que hay en Congreso al 1700. "Nunca amenacé a nadie"

AL SUR DE LA CIUDAD. El vaciadero clandestino que se desparrama en Congreso al 1700 es frecuentado, según los vecinos, por unos 30 carreros, aproximadamente. Damián Sosa es uno de ellos y vive, pese a todo, de la basura. LA GACETA / FOTOS DE ANALIA JARAMILLO AL SUR DE LA CIUDAD. El vaciadero clandestino que se desparrama en Congreso al 1700 es frecuentado, según los vecinos, por unos 30 carreros, aproximadamente. Damián Sosa es uno de ellos y vive, pese a todo, de la basura. LA GACETA / FOTOS DE ANALIA JARAMILLO
20 Enero 2013
Es carrero full time. Vive juntando y arrojando basura. Es decir, se mantiene con vida porque hace eso y no otra cosa. ¿Se entiende? Sus ingresos económicos dependen, en gran medida, de su cuestionada ocupación. Pero él está contento. Alguien le pagó $150 para que se deshiciera de un montón de escombros. Desconoce que puede recibir severas multas o que su marginada labor fomenta la contaminación ambiental. No sabe que pone en riesgo su propia salud, la de sus hijos y la de los ciudadanos. Su ignorancia intimida. Damián Sosa tiene 48 años y vive en el barrio Autopista Sur. El hombre de las mil y un changas se considera eficiente para la jardinería y la albañilería, pero el oficio que mejor desempeña es el de carrero. Y se nota.

"Tengo esposa y cuatro hijos. Dos varones y dos mujeres. Me levanto temprano, todas las mañanas, y salgo a dar vueltas con el carro", cuenta. Acaba de estacionar su vehículo de tracción a sangre entre la maleza salvaje que crece en Congreso al 1700. Allí, a la intemperie absoluta, crece un basural clandestino que da lástima. A Sosa, muy por el contrario, no se le mueve un pelo. Se escupe la palma de la mano, aferra la pala y empieza a "deshacerse" de los escombros que acaba de recoger a la vuelta de la esquina. "Un vecino me pidió que los tirara. No es basura", se defiende Sosa. Pero el cronista de LA GACETA advierte que entre los ladrillos y el cemento hay papeles, aerosoles, latas de conserva, etcétera. Basura, así de sencillo.

Según el carrero, un viaje con desechos vale $ 10. Ya hizo tres recorridos en lo que va del día, cuenta. Nadie se interpone en su camino y, con extrema naturalidad, arroja en el suelo, sobre escarpines olvidados y revistas viejas, su cuantiosa recolección. Un vecino que vive en la misma manzana, en 9 de Julio, entre Lavaisse y Malabia, lo invitó a terminar "el trabajo sucio" y luego de ofrecerle un par de billetes le pidió que se marchara con la basura. Sosa, pícaro y ágil carrero, no tuvo mejor idea que arrojar los desperdicios detrás de la casa de su cliente, donde está el vaciadero. "La Policía me frena seguido. Me preguntan a dónde voy. No me prohiben tirar escombros, pero sí basura. Y soy un tipo tranquilo, nunca amenacé a nadie", afirma. María, la potranca que mueve el carro en el que Sosa se desplaza por las calles de la ciudad, es -aclara- la mejor compañía que puede tener. "Tengo que trabajar. Mi familia necesita comer. Es la primera vez que vengo aquí", dice, y continúa vaciando el carro.

Su polémico oficio empezó hace muchos años atrás. "Antes trabajaba en una empresa de construcción, pero me despidieron y no me indemnizaron. Por eso empecé con esto", asegura Sosa. Vuelve a escupir la palma de su mano, arroja la pala en el carro vacío, acaricia a María y se despide en busca de otro vecino desaprensivo que solicite su servicio "privado de recolección".

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