Una gala germánica que fue del heroísmo a la vida pastoril

Una gala germánica que fue del heroísmo a la vida pastoril

La Sinfónica de la UNT, dirigida por Andrés Tolcachir, volvió a brillar con un repertorio que incluyó obras de Beethoven y Schumann.

VELADA ROMANTICA. La Sinfónica brilló por el buen manejo de los silencios. Se destacó el director Tolcachir. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL VELADA ROMANTICA. La Sinfónica brilló por el buen manejo de los silencios. Se destacó el director Tolcachir. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL
La lucha vigorosa de un pueblo contra las injusticias, un ensayo para el corazón del pianista y un entorno campestre, fresco y pacífico, salpicado inexplicablemente por el miedo y las tinieblas. Todo en clave germánica. La Orquesta Sinfónica de la UNT volvió a brillar. Bajo la batuta del maestro invitado Andrés Tolcachir (director titular de la Sinfónica de Neuquén) desarrolló en el teatro Alberdi un repertorio del romanticismo alemán que comenzó con la impecable ejecución -apenas más lenta que lo habitual- de Egmont, la célebre obertura de Ludwig van Beethoven, una obra hercúlea, que representa el esfuerzo heroico del individuo contra la inmoralidad y los abusos del poder.

Luego, respetando el orden cronológico, se dio paso a Robert Schumann y su complejo Concierto para piano y orquesta en la menor, que la experimentada pianista Susana Awad sorteó con habilidad.

El primer movimiento de la obra, allegro affettuoso, sonó nostálgico, de una cálida lejanía. Después de aplausos equivocados (se debe aplaudir sólo al final de una obra completa y no entre los movimientos), arrancó el intermezzo: andantino grazioso, que casi sin descanso enganchó con el allegro vivace. En los últimos acordes se percibió algún yerro de Awad, pero no llegó a tiznar lo que terminó resultando una excelente performance; sobre todo, tratándose de una obra de gran complejidad para el solista, ya que demanda más expresividad que virtuosismo de índole técnica.

Poco público
La Sinfónica de la UNT es siempre taquillera, pero el viernes compitió con el concierto de Adrián Iaies en el San Martín (ver página 4). Otros sugieren que el gasto se había hecho ya el jueves, para ver a Ute Lemper. Al final, al Alberdi asistieron alrededor de 100 personas, muchas de las cuales, durante el receso, aprovecharon para fumarse un cigarrillo a la puerta, soportando quizás uno de los últimos fríos de este año.

El telón se abrió nuevamente, ya sin el piano, y a la orden de Tolcachir la orquesta comenzó con la última obra prevista: la Sinfonía Nº 2 en re mayor, de Johannes Brahms, que parece escrita para una pareja de recién casados, según definió el propio autor. El aire de esta sinfonía es el pastoril típico del romanticismo, y, a la vez, lúgubre, lo que da cuenta de la complejidad de la vida interior.

Primer y segundo movimientos, Allegro non troppo delicioso y adagio non troppo, deliciosos, delicados. Asombró el exquisito manejo de la dinámica de la Sinfónica: silencios muy bien logrados y fortes justos, regios. Luego de más aplausos desacertados, la orquesta universitaria continuó con el tercer movimiento, allegretto grazioso, presto ma non assai, en el que se acentuó la mezcla de acordes en modo mayor y en modo menor, la pradera verde y el bosque tenebroso.

Finalizó con un animado staccato (¡y dale con los aplausos!). En el cuarto movimiento, allegro con spirito, la orquesta relució y Tolcachir se destacó no sólo por la claridad de la administración del tempo, sino por la sutileza y el ímpetu con que administró sus manos, su cuerpo y su batuta.

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