Si bien lo conozco desde que él era un niño (de hecho yo vivía en la casa de sus padres cuando José Ignacio tenía cinco años), fue en su adolescencia tardía cuando nuestra relación se afianzó. Un día lo sorprendí leyendo un ensayo político y, cuando le pregunté sobre su contenido, me describió con un entusiasmo y una lucidez notables la tesis central. Lo insté a plasmar por escrito lo que me había contado y así llegó su primera colaboración a estas páginas. Se trata del comentario del libro La república moderna, del político francés Pierre Mendes France, publicado el 23 de febrero de 1963, cuando José tenía 19 años. En esa crítica bibliográfica, de la cual reproducimos un fragmento en este número, ya se evidencian intereses que lo acompañarían hasta el final de su vida.
La más reciente colaboración es de 2008; una entrevista al escritor español Fernando Díaz Plaja. En los 45 años transcurridos entre esta última intervención y su precoz debut, hay diversos escritos que reflejan, en buena medida, las distintas etapas de la labor intelectual del escritor, sus intereses más profundos y el desarrollo de su pensamiento a través del tiempo.
En 1967 publica un cuento con una fuerte impronta autobiográfica y un año más tarde un ensayo en el que aflora uno de los temas que profundizará a lo largo de su obra. El protagonista de su primera biografía, Alberdi, aparece en un artículo de 1992 que preanuncia el libro que abrirá las puertas de un exitoso ciclo y que, poco después de publicado, recibiría en estas columnas un comentario laudatorio de Félix Luna.
En el año 2000 llega Don José, biografía de la que se venden más de 60.000 ejemplares y que genera debates apasionados. Uno de ellos tiene lugar en estas páginas y son sus protagonistas varios especialistas en San Martín: Patricia Pasquali, Hugo Chumbita y Diego Herrera Vegas. José Ignacio también se suma a la polémica publicando un artículo en el que aclara el propósito desmitificador de su libro.
El 4 de agosto de 2002, el mismo día en que LA GACETA, el diario que había fundado su abuelo, cumplía 90 años, José Ignacio publicaba uno de sus mejores artículos. Quizás el mejor. En ese texto, que integraría el libro Reinventar la Argentina, intenta desentrañar las causas del derrumbe argentino a pocos meses de la mayor crisis que vivió nuestro país.
Gran parte de lo que José Ignacio más quería lo plasmó en los escritos que aquí publicó. Despidió a grandes amigos (como Nicandro Pereyra y el "Chuli" Cartier), describió a personajes a los que admiraba (como Raúl Wallenberg), comentó libros que lo apasionaban. Los fragmentos que conforman este número retratan a ese hombre que nunca se cansó de sumergirse en las raíces de su país para intentar comprenderlo, a ese luchador infatigable que creyó que los grandes ideales se defienden con la generación de ideas.
La penúltima conversación que tuvimos fue a principios de este año y giró en torno a la historia de LA GACETA y al Tucumán de los años 50, ámbitos de los que José quería extraer datos para un libro sobre Perón en el que estaba embarcado. La última fue una charla breve, hace pocas semanas, a partir de un encuentro fugaz en la calle. Mantenía el entusiasmo, la agudeza, la inteligencia chispeante de sus 19 años. Me sentí más cerca de él que nunca, lo abracé y me despedí diciéndole: adiós Coché.
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