Felisberto Hernández y una espía del KGB

Felisberto Hernández y una espía del KGB

El escritor uruguayo se enamoró en París de María Luisa y se casó con ella. Pero su verdadero nombre era Africa de las Heras, una agente rusa que lo dejó dos años después.

OTRO PERFIL DE FELISBERTO. Hernández, además de escritor, era pianista y en los 30, por ejemplo, recorrió el interior de Uruguay dando conciertos. OTRO PERFIL DE FELISBERTO. Hernández, además de escritor, era pianista y en los 30, por ejemplo, recorrió el interior de Uruguay dando conciertos.
12 Abril 2009

“Lo que más nos encanta de las cosas es lo que ignoramos de ellas conociendo algo”.
Felisberto Hernández

En su penúltimo libro, El camarada Carlos, Alicia Dujovne Ortiz reconstruyó la vida de su padre, un destacado miembro del Partido Comunista Argentino que fue intérprete de Stalin en Moscú y luego emisario secreto de la Internacional Sindical Roja en distintas ciudades sudamericanas. Carlos Dujovne es un personaje que aparece fugazmente en la reciente novela de su hija, La muñeca rusa (Alfaguara, 2009), pero la compleja investigación que llevó adelante en la biografía tiene una significativa presencia en todo el libro.
Uno de los protagonistas es el escritor uruguayo Felisberto Hernández, quien conoce en París una mujer que lo cautiva y con quien terminará casándose. Lo que desconoce Hernández es que su esposa es una espía del KGB y que él, al ser un anticomunista declarado, constituye una cobertura perfecta para que una agente pueda operar desde Montevideo. La historia es real.
La espía, cuyo verdadero nombre es Africa de las Heras y que vive bajo el de María Luisa, es una veterana de la Guerra Civil Española que se refugia en la Unión Soviética después de la caída de la República y es reclutada por la Inteligencia rusa. Luego logra transformarse en secretaria de Trotsky en México y elabora los planos de su casa para que pueda ejecutarse su asesinato. El muralista Siqueiros, estalinista acérrimo, recibe esos planos, encabeza un atentado fallido y obliga a entrar en escena a Ramón Mercader, quien era amigo de Africa y termina siendo el asesino de Trotsky. Africa vivirá 20 años trabajando como agente encubierta en el Uruguay. Por sus tareas recibiría la Orden de la Estrella Roja y la Orden de Lenin, dos de las más importantes distinciones que otorgaba el gobierno soviético.
Oleg, jefe de Africa, reflexiona sobre su profesión, marcando los puntos de contacto entre el espionaje, la dramaturgia, el oficio del novelista y la ficción en general. “Crees manejarlo todo cuando ingresas al espionaje y cuando los superiores jerárquicos te piden ideas para elaborar puestas en escena en las que nadie más habría pensado. Te ponen a inventar claves y a combinar jugadas, utilizando seres humanos como a títeres. Así es como sucumbes a la gran tentación: tomarte por el destino… No sé quién soy. Ninguno de nosotros lo sabe. Pero si en algo me reconozco es en mi condición de novelista. Un autor fracasado que se da el gusto de escribir sobre la carne de sus personajes”, escribe el agente Oleg en su diario.
Alicia Dujovne Ortiz desmonta la enorme matrioska en que terminó convirtiéndose la protagonista de su historia, una muñeca hueca que albergaba identidades y fidelidades múltiples en su interior. La novela repite ese esquema de cajas chinas; es una historia extraordinaria dentro de la cual un personaje teje una trama asombrosa, dentro de la cual hay un notable cuentista que escribe una historia sobre muñecas que reemplazan a las mujeres reales. Felisberto Hernández, ese escritor inasible (irregular e inclasificable, decía Italo Calvino), termina encerrado en la ficción de un guionista invisible y en una novela que logra atrapar a sus personajes y a sus lectores.
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