“No conozco ninguna obra de arte que haya cambiado algo, y tampoco creo que sea su función modificar la realidad; ya es bastante con que la refleje”.
Aunque él le niegue carácter ideológico, no se puede evitar estos temas cuando se conversa con Antonio Arroyo, uno de los protagonistas de “Fresa y chocolate”, la obra de teatro que subirá a escena esta noche, a las 21, en el teatro Alberdi (Jujuy y Crisóstomo Alvarez).
La celebrada pieza está basada en el texto “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, escrito por Senel Paz en 1990; primero tuvo su versión teatral (1992), y luego, en 1994, se convirtió en una película premiada.
“Fresa y chocolate” se desarrolla en Cuba, y aborda la problemática de la incomunicación de dos seres diferentes: Diego, un homosexual culto, investigador de la nacionalidad y el espíritu cubanos, y David, un campesino, militante comunista y estudiante universitario. El rechazo que David siente por Diego en un comienzo, poco a poco se disipa. Sin embargo, el transcurso del vínculo sirve para hablar de la intolerancia y el rechazo a lo diferente.
El cubano Antonio Arroyo interpretó esta obra en el primer Julio Cultural de la UNT (1999), y ahora, con el argentino Damián Albariño, estará de nuevo en el escenario. Desde 1992 al presente, únicamente hubo tres años en que la pieza no se representó. Y ahora, el equipo comenzó una nueva gira por el país que comprende, en el primer tramo, a Jujuy, a Salta y a Tucumán.
-El tema de “Fresa y chocolate” es la discriminación sexual...
-La discriminación sexual es un puntapié para hablar de la discriminación en general, y no sólo en Cuba, sino en cualquier lugar. Aquí he visto discriminar por ser gordo o judío, por ejemplo. Han pasado 16 años desde el estreno de la obra, pero el conflicto se vuelve cada vez más universal. “Fresa y chocolate” habla de la condición humana, de la comunicación entre los seres humanos más allá de las diferencias. No la entiendo como una crítica al gobierno de Fidel Castro, porque el tema de las diferencias se presenta en cualquier país, está más allá de las ideologías. Hace mucho que no se pone en Cuba (lugar donde se estrenó), pero la gente sigue recordándola y emocionándose.
- Desde 1992 a la actualidad, ¿ha cambiado la situación?
- El hecho de que se pueda hablar de la homosexualidad con mayor libertad, no quiere decir que se haya solucionado. La sexualidad que el cristianismo nos endilgó como cultura, nos provoca mucha culpa y genera censura; a veces esta se ve más o menos atenuada, pero está en todos lados.
- ¿Le costó elaborar el personaje de Diego?
- El personaje está bueno, porque tiene una libertad que ya la quisiera tener para mí. Uno siempre tiene trabas y prejuicios en la vida, pero este personaje te ayuda a enfrentarlos y a tener otra visión. Es verdad que uno se agota después de tantos años. Pero trabajar con Albariño me alentó porque le ha puesto mucho brío a la obra y yo me enganché.
- Para usted ¿ el teatro es un espacio de resistencia?
- El teatro debe entretener y si permite llevar una reflexión a la casa, mucho mejor. Pero no soy un revolucionario de las tablas, soy un actor que hace su trabajo lo mejor posible. No creo que el arte debe cumplir una misión social; el arte no tiene la obligación ni la necesidad de llevar una metralleta. Es verdad que hay que cambiar la realidad, pero no a través del arte. No conozco ninguna obra que haya cambiado algo. De todos modos, si alguien quiere hacer este tipo de teatro, allá ellos, no los critico.