Mientras el oficialismo abruma en números, la oposición aparece maniatada con un corsé del que aún no sabe cómo liberarse. ¿Cómo hacer pie frente a una sociedad que aún reclama soluciones inmediatas tras la crisis devastadora de 2001? ¿Cómo plantear una discusión ideológica cuando desde el oficialismo se elude el debate bajo la excusa de la gestión y del pragmatismo? Las respuestas a las preguntas que envuelven a los cada vez menos referentes opositores son tan esquivas como lo es la sociedad a confiar en la clase política.
Los acontecimientos poselectorales terminan por dar la razón a la ya incrédula ciudadanía y no hacen más que desprestigiar a la dirigencia. Los volantazos que dieron Roberto Lavagna en la esfera nacional y Roberto Palina en la política de entrecasa sólo suman confusión a la hora de discernir el límite entre oposición y oficialismo. Límite que, a la luz de los últimos enredos, aparece cada vez más difuso.
En busca de los orígenesLas crisis que sacudieron a las instituciones desde el retorno de la democracia en diciembre de 1983 dejaron sus huellas en el sistema de partidos y hoy resulta difícil distinguir las diferencias que separan a unos de otros. Se asiste, en definitiva, a un escenario en el que aquellos rasgos ideológicos que identifican los orígenes y la historia de la mayoría de las agrupaciones se diluyen en la misma proporción en la que crecen nuevas estructuras basadas en los personalismos.
En los últimos años, los principales partidos homogeneizaron sus discursos para acomodarse a las modas y seducir al electorado. Esta autolimitación por necesidad pareciera haber concentrado la discusión en aspectos limitados. Giovanni Sartori dice que, cuando esto ocurre, no es posible identificar a las fuerzas en algún lugar del péndulo que transita de la izquierda a la derecha. En sistemas poco ideologizados, recalca el politólogo italiano, el voto se inclina hacia las personalidades de los candidatos y se definen por la valoración que hace el electorado sobre su capacidad para resolver los problemas. El ADN de cada partido pasa a ser, entonces, un elemento pintoresco.
En ese contexto, las realidades local y nacional resultan adversas para los pocos referentes opositores que navegan en medio de la brava marea en pos de escapar de las ansias oficialistas. Ocurre que cada vez son más los sectores en los que los tentáculos impuestos por el kirchnerismo y el alperovichismo lograron asentarse. Bajo esta generalidad, ¿cómo hace el electorado para identificar a la verdadera oposición? ¿Hay alguien que cobije a los sectores sociales desencantados? El principal desafío de la oposición, según entienden los especialistas, es superar la fragmentación. Para ser protagonista de los cambios debe producirse una reestructuración. Para ello, entienden los politólogos más destacados del país, deben darse dos condiciones. En primer lugar, un conjunto de ideas: no hay renovación política si no hay un conjunto de intelectuales y de dirigentes políticos que hayan pensado antes las líneas de renovación. Y, por otro, es necesaria una alta dosis de carisma. Esto es, la aparición de un dirigente con capacidad para generar la adhesión e identificación de la sociedad a ese proyecto.
Es cierto que muchos opositores sostienen que les resulta difícil hacer oposición a un oficialismo con índices de apoyo social altísimos. Pero no es menos cierto que su función es absolutamente necesaria para el buen desenvolvimiento del Estado democrático. Por ello, en los países más avanzados, la oposición tiende a convertirse en una institución política a la que se le reconocen tareas de importancia.
El dirigente radical Rodolfo Terragno sostuvo en una entrevista concedida al matutino La Nación que el país debe reconstruir el bipartidismo. “Para gobernar hace falta una fuerza muy grande y poderosa. Y para que haya democracia hace falta que otra fuerza grande y poderosa le sople la nuca a la primera”, concluyó. En efecto, la crisis de identidad del radicalismo dejó sin resguardo a un amplio sector de la sociedad, que deambula en busca de un movimiento que la represente. La UCR cobija en su seno a sectores a los que separan anchas veredas ideológicas, lo cual suma mayor confusión en tiempos en los que la principal discusión pasa por identificar a los radicales K.
“La clase media argentina quedó políticamente huérfana y sin guía. Se trata de un público que tiene memoria larga y que recompensa y valora la consistencia, lo cual requiere paciencia y una mirada que vaya más allá de las próximas elecciones. La clave es consolidar un perfil ideológico claro”, enfatiza el sociólogo Marcelo Leiras. Pero, tal como lo aclara el catedrático de la Universidad de San Andrés, no se puede responsabilizar al oficialismo por la debacle de la oposición. El primer paso por dar, en defintiva, consiste en que la dirigencia ubicada en la vereda de enfrente sepa lo que la sociedad le reclama.
El socialismo redefine su papel
El congreso nacional del Partido Socialista, desarrollado ayer, definió al partido como oposición constructiva. Así se pone blanco sobre negro al papel del PS tras los comicios nacionales del 28 de octubre, cuando en algunos distritos había apoyado a Elisa Carrió mientras que en otros había integrado las listas del Frente para la Victoria (FV). “Casi el 90% de los delegados ratificaron un PS independiente, democrático y opositor. Los que creyeron que había que aliarse con el oficialismo fueron derrotados”, contó el referente socialista tucumano, Rodolfo Succar. El dirigente interpretó la resolución del congreso: “un mensaje que destruye la mala intención del Gobierno de querer cooptar al PS”. Sobre la alianza con Carrió, Succar explicó que fue una alianza electoral, pero que el PS tiene su bloque propio en diputados y senadores nacionales.