Que nadie lo niegue: un cuerpo bronceado y desprovisto de estrés seduce más que aquel falto de melanina que, después de trabajar 18 horas al día, sólo sabe decir que le duele la cabeza. Más todavía si el sol brilla en lo alto, la arena hace cosquillas a los pies y, en el medio, una canción invita a clavar la sombrilla. Sin embargo, sólo ahí residiría la única diferencia entre un amor de verano y uno surgido en cualquier otra época del año: en la estación.
La psicóloga Inés Páez de la Torre, especialista en terapia de pareja, explicó que aquella idea de que el romance nacido entre dunas o montañas es mucho más intenso que aquel que ve la luz entre rascacielos sólo está en la fantasía de la gente.
“La percepción de que un amor de verano es más especial que otro se acerca más a lo mítico que a lo real. Lo cierto es que ambos tipos de relaciones pueden tener la misma intensidad e idéntico nivel de compromiso y de enamoramiento. Una persona que inicia un noviazgo en julio siente igual bienestar que el que se enamora en enero y no cree que su idilio habría sido mejor si hubiese empezado en Mar del Plata”, ejemplificó.
Páez de la Torre reconoció, sin embargo, que los amoríos de vacaciones tienen un agregado que los potencia. Puestos en un destino que han elegido a gusto, a kilómetros de las preocupaciones de la rutina diaria y testigos de una exhibición de piel sólo propia de los meses de sol, parece obvio que los enamoradizos no puedan imaginar mejor romance que el surgido en ese contexto.
“Durante las vacaciones, la gente normalmente está despreocupada, relajada y con más disposición para el disfrute. Esto despeja sus inquietudes y las hace tomar una actitud receptiva hacia el amor. Además disponen de mucho más tiempo para el otro y eso es fundamental porque, en algunos casos, las obligaciones laborales del resto del año atentan contra una pareja”, aseguró.
La experta agregó que el factor climático tiene mucho que ver con el ánimo de los enamorados. “Además, están en un destino que ellos eligieron, donde pueden planear sus actividades y salidas favoritas y compartirlas con los amigos que prefirieron. Se da una mezcla de factores positivos que aportan un tinte excitante a la historia y endulza el recuerdo de ese amor”, precisó.
Nadie es perfecto
En tal escenario, las mariposas en el estómago se vuelven elefantes. Sin embargo, y mal que les pese a los que ya estaban invocando a Cupido, el carácter perecedero de ese estado ideal no perdona ni siquiera a los idilios de verano. Y esta es, justamente, otra de las semejanzas que estos tienen con los erigidos en el resto del año.
“Cualquier enamoramiento implica una distorsión de la realidad, que supone ver al otro perfecto. En todos los casos, esta idealización se va desvaneciendo”, señaló la profesional.
“Con los amores de verano pasa lo mismo: terminadas las vacaciones, los integrantes de la pareja deben volver a sus casas y la relación puede verse distorsionada por la distancia; porque, aún viviendo en la misma provincia, ambos descubren que sus contextos socio culturales son muy diferentes; porque el otro se la pasa trabajando y no le queda el mismo tiempo que antes para la relación o porque directamente no trabaja y eso tampoco le satisface a su enamorado”, enumeró Páez de la Torre, que aclaró que pese a eso muchas parejas prosperan.