
Ansiaban llegar al oasis para refrescarse el alma. El sol del desierto les quemaba hasta las manos del corazón. El rey Shahriyar se bajó de su fiel camello Almanzor, tomó a la frágil Scheherezade entre sus brazos, la posó en la arena con suavidad como si fuera una delicada flor. Se arrojaron con desesperación al agua y luego se recostaron a la sombra de una palmera. Se durmieron. Al despertar, vieron a un hombre sentado en una roca. “¿Cuál es tu apelativo, forastero? ¿Eres acaso un asceta?”, le preguntó el rey.
Sin mirarlo, como si hablara consigo mismo, el hombre dijo: “No entiendo por qué a veces la vida les depara tanto sufrimiento ni por qué se dejan vencer, lo cual es una forma de morir... ¿Para qué viven, sufren, aman, ríen, se enojan, lloran? ¿Por qué ante la adversidad existencial se produce en ellos la angustia de sentirse como un pájaro extraviado entre las dunas? ¿Cuál es el sentido de la vida, de la muerte? Yo soy el último, el más amado o el más odiado... Soy la puerta que se cierra y que al mismo tiempo se abre”.
Scheherezade les alcanzó el odre con vino fresco. Shahriyar sacó el narguile de sus alforjas y comenzó a fumar. Mirando hacia ese horizonte de arena, dijo:
- La vida y la muerte son los dos grandes enigmas del hombre. Unos aceptan estos misterios como un designio de Alá o de la naturaleza y otros, como una tragedia. Sea como fuere, el hombre siempre está buscándose a sí mismo, sobre todo en las situaciones límite que nos hacen sentir frágiles, indefensos, impotentes ante lo que consideramos que son mandatos del destino. Cierta vez, un hombre intentó engañar a un sabio, cuyas respuestas eran infalibles y verdaderas. Decidió poner un colibrí entre sus manos y preguntarle si este se hallaba vivo o muerto. Si afirmaba que estaba muerto, abriría las manos y lo dejaría volar, y si decía lo contrario, lo aplastaría. De cualquier modo, el sabio fallaría. Llegado el momento de la pregunta, el sabio respondió: ”Depende de ti... Su vida o su muerte están en tus manos”.
- Siempre depende del hombre, oh rey. Un ciclo termina y se inicia otro. Fiel al curso de la naturaleza, todo nace, crece, se desarrolla y muere. En algunas culturas, ello sucede cada doce meses. Se muere en invierno y se renace en primavera. En esa relación deberían medirse los 365 días del año y de paso, yo aliviaría mis cargas y dejaría de estar en último lugar, en “el paredón y después...” Unos hallan en mí la felicidad por los sueños concretados y otros depositan ausencias, penas, desasosiego... Celebran los que han cosechado frutos y pariciones, lloran los que llegado a esta instancia con las manos vacías y se lamentan por los fracasos, por las pérdidas...
- Suelen decir que la vida es un aprendizaje hacia la muerte. Otros desearían que el ciclo de la vida fuera a la inversa: nacer viejo, con toda la experiencia, y morir niño. De ese modo, nos evitaríamos los momentos de sufrimiento que nos depara la vida o que, en realidad, el hombre a sí mismo se provoca. Sin embargo, se vive y se muere todos los días. Se es niño y viejo en 24 horas. Hay mucho de verdad en aquello de que el hombre es el que construye su propio destino, pero ciertamente, no lo hace solo, sino rodeado de sus ancestros, de sus progenitores, de sus afectos o de sus ausencias, de atavismos, que de algún modo, lo condicionan ante el mundo. “Para poder ser yo he de ser otros. Salir de mí, buscarme entre los otros. Los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”, decía un poeta mexicano. Para lograrlo no se debe tener vergüenza ni demasiado pudor para enfrentar el mundo. Sólo se alcanza la autenticidad del ser si se posee el coraje suficiente para despojarse de las máscaras con las que suelen vestirse las personas, los pueblos. Se trata de ser y de parecer siempre el que uno mismo es. Para lograrlo debes conocerte a ti mismo y aceptarte como eres. Si ello sucede podrás construir algo positivo y perdurable.
Victorias y derrotasEl vino mojó los labios de Scheherezade. La bella doncella acotó: “Pero es lógico que el hombre festeje las victorias y llore las derrotas, aunque observo que en este mundo siempre son mayoría los derrotados. ¿Por qué? En ese “Jardín de la República”, hemos notado que sus gobernantes festejan con bombos y platillos la pavimentación de una calle como si fuera una hazaña pocas veces vista, pero poco o nada hacen por los miles de hermanos que viven en la marginalidad, en el analfabetismo, en la miseria más espantosa; por los niños y jóvenes que son envenenados por los mercaderes de la droga y que han perdido la esperanza de alcanzar la dignidad. Mientras ello sucede desde hace muchas décadas, sus representantes se pelean por repartirse los dineros del pueblo. A ellos pocas veces les va mal... y les reparten las migajas a los pobres como si fuera un gran acto de solidaridad, de amor al prójimo, mientras circulan en dromedarios y camellos de última generación”.
El hombre que estaba sentado en la roca, se irguió bruscamente y desplegó un extraño ropaje de fiesta, florido, pero también con agujeros; una mezcla de esplendor y de miseria. “En ese ‘Jardín’ se vive, en general, de las apariencias, salvo excepciones. La gente encuentra en mí el aturdimiento; persigue el exceso como si el mundo fuera a perderse al día siguiente. Come y bebe a destajo, se enloquece; algunos lo hacen por alegría y otros para intentar olvidar, como si se tratara de un breve viaje hacia el fin del mundo. Pero si en ese momento no se reflexiona en lo que se ha vivido y se intenta mirar los errores cometidos para cambiar el rumbo de lo que a veces pareciera inexorable, el aturdimiento no nos dejará ver el bosque.
La última pitadaShahriyar dio la última pitada y dijo: “Un ciclo puede ser de un día, una semana, un mes o un año, no interesa demasiado. El hombre y, por ende, los pueblos, están a la búsqueda de lo que no poseen o de lo que carecen. Si no tienes lo que quieres, quiere lo que tienes. Quizás la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace. Y si esto último ocurre se cerrará la puerta y se la abrirá luego con una esperanza renovada”.
El hombre comenzó a alejarse lentamente. Scheherezade le gritó: “¡No nos dijiste cómo te llamas, forastero!” “Diciembre”, le contestó.