Santiago de Chile.- Corrían las lágrimas por el rostro de los simpatizantes de Augusto Pinochet, mientras desde el otro bando se descorchaban las botellas de champaña o se tocaban bocinas para festejar su muerte. Los que consideran a Pinochet el salvador del país, piden banderas a media asta y funerales de Estado, pero el otro bando aún sangra por el exilio, la tortura, las ejecuciones, las desapariciones y el hambre que ocasionó la política de represión y de shock neoliberal aplicada a fines de los años 70. Lágrimas de dolor, champaña: división...
Una postal repetida del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende el 11 de setiembre de 1973, cuando sus detractores bebían licor francés y la izquierda derramaba lágrimas y sangre por la interrupción del “sueño socialista en democracia”. Vinieron crímenes que el mundo jamás perdonó, como el del cantautor Víctor Jara, cuyas manos -de guitarrista- fueron brutalmente destrozadas por culatazos militares. Muchos culpan al régimen de Pinochet por acelerar la muerte del poeta Pablo Neruda, quien enfermo de cáncer gritaba desde su ventana al mar “los están matando a todos”, y murió tras ser perseguido en su ambulancia por una patrulla militar.
Miles de hijos de Chile conocieron el exilio, especialmente en el mundo de la cultura: Inti Illimani, Quilapayún, Patricio Manns, Illapu, Isabel y Angel Parra (hijos de Violeta), los novelistas Luis Sepúlveda e Isabel Allende. Muchos se fueron con la oprobiosa “L” que les impedía volver al país. La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) había deseado “larga vida” a Pinochet para que respondiera por sus crímenes. (DPA)