Un crimen urbanístico: la historia de cómo se destruyó el "Central Park" tucumano
Proyectos urbanos que pasaron al olvido (Capítulo 9). De las 400 hectáreas originales que iba a tener el Parque 9 de Julio se concluyó sólo la mitad norte, donde sobrevivieron 189 y por el avance del cemento apenas quedan 70 manzanas “de verde”.
SOLO UNA PARTE. El proyecto original del parque 9 de Julio contemplaba una superficie superior a la del “Central Park”, pero no se concluyó.
En su origen no surgió como una idea de hacer un parque, sino que fue una iniciativa impulsada por el médico sanitarista y político Alberto León de Soldati, quien en 1898 presentó en el Parlamento nacional el primer proyecto para su creación, bajo el lema “gobernar es sanear”.
Uno de los principales objetivos de ese espacio apuntaba a desecar y rellenar los terrenos pantanosos de la zona este de la capital, que constituía uno de los focos palúdicos y de otras endemias. Otro de los objetivos era purificar el aire con la forestación de los pantanos.
Como senador nacional, Soldati logró la aprobación de varias leyes que permitieron expropiar los terrenos donde luego se construiría el parque.
El trabajo se le encomendó a Thays y el diseño original contemplaba 400 hectáreas (59 más que las 341 del Central Park de Nueva York), en un rectángulo casi perfecto, que iba desde lo que hoy son las avenidas Gobernador del Campo, al norte, hasta Pedro Miguel Aráoz -continuación de la Roca-, al sur. Y desde las avenidas Soldati (De los Próceres)-Brígido Terán, al oeste, hasta las avenidas Coronel Suárez/Silvano Bores, al este. Eran aproximadamente 30 cuadras de largo por casi diez de ancho. La mitad norte se inauguró el 23 de septiembre de 1916, en coincidencia con el Centenario de la Independencia.
Una verdadera tragedia
Hoy sabemos que el Parque 9 de Julio fue y es uno de los mayores latrocinios en la historia provincial, sólo superado por otros hechos trágicos como el cierre de 11 ingenios, en 1966; la deforestación del piedemonte tucumano autóctono, para urbanización y cultivo; o la devastación y contaminación de los principales ríos, sobre todo el Salí.
No transcurrió mucho tiempo después de la inauguración cuando la mitad sur inconclusa, cuyos pantanos ya habían sido secados, rellenados con tierra y césped, empezó a ocuparse para otros propósitos.
El aeropuerto, que funcionó en ese predio hasta la década del 80, cuando fue mudado a Cevil Pozo, surgió más o menos por casualidad.
Los tucumanos vieron un avión por primera vez en 1911, cuando el piloto Marcelo Paillette decidió aterrizar en el césped de esa zona del parque que se estaba construyendo. De alguna manera, es la fecha simbólica del fin de esa parte del parque original.
PORCENTAJE BAJO. De las 200 hectáreas del parque, solo 70 contemplan espacios “verdes”.
Luego se sucedieron los aterrizajes y los despegues hasta que en 1919 se creó el Aero Club Tucumán, que luego pasó a llamarse Aeródromo Benjamín Matienzo.
Ocupadas
En la actualidad, esas 200 hectáreas arrebatadas al principal espacio verde de la ciudad están completamente ocupadas. Se construyeron barrios, el hipódromo, la nueva Terminal de Ómnibus, un shopping, un supermercado, la Facultad de Educación Física de la UNT, cinco escuelas, reparticiones públicas como la Comisaría 11, un Caps, la Dirección Provincial del Agua, el Conservatorio de Música, la Dirección de Emergencias Sanitarias, el Centro de Innovación e Investigación, la Dirección de Recursos Hídricos, y la Dirección de Minería, entre otras oficinas públicas.
Avance del urbanicidio
También se instalaron allí más de una decena de clubes, entre ellos, Natación y Gimnasia, Los Tarcos, Club Hípico, Argentinos del Norte, Cardenales, Tiro Federal o Lince, además de tres iglesias, tres hogares de asistencia social, cuatro fundaciones y numerosos comercios.
La otra mitad del parque, la que hoy conocemos todos, también fue sistemáticamente abusada, saqueada, deforestada y urbanizada.
De esas 200 hectáreas hoy quedan 189 por el avance del pavimento y las urbanizaciones y sólo 70 “de verde”.
El paseo actual poco tiene que ver con lo que era hace 81 años, cuando en 1941 fue declarado Monumento Histórico Nacional, y también quedó trunco el trámite para proclamarlo Patrimonio de la Humanidad, algo que hoy resulta risible, pero que hace algunas décadas era bastante factible.
Se construyó un enorme hospital psiquiátrico sobre avenida Benjamín Aráoz, que luego se transformó en instalaciones de la UNT, con tres facultades (Psicología, Filosofía y Letras, y Odontología), además de dos centros médicos, departamentos, institutos y otras oficinas. Se trata de un predio de unas dos hectáreas a la que año tras año se le agregan más edificaciones.
Casi el mismo tamaño tiene el espacio que se le cedió al Club Lawn Tennis, al igual que el terreno que ocupa el Complejo Tercer Centenario, con enormes tribunas y un club de sóftbol.
Otro 20% del parque original se destinó al autódromo y al Palacio de los Deportes.
El avance del hormigón
El avance del hormigón también incluye a varias instalaciones municipales, como la Escuela de Jardinería, la Casa de la Cultura, la Dirección de Espacios Verdes, o el Complejo Municipal de Contención Social, entre otras edificaciones, como el camping municipal, entre otros urbanicidios.
¿A quién se le habrá ocurrido hacer un camping en el principal parque de la ciudad? ¿Alguien imagina un camping en los Bosques de Palermo o en el Central Park? A la ola de cemento también deben sumarse cuatro locales gastronómicos.
La falta de higiene y educación de la gente aportan bastante a esta decadencia, además del vandalismo y los robos de luminarias, cables, estatuas y plantas. Cada año se repone la mitad de las rosas sustraídas del Rosedal.
Peligrosas avenidas
El trazado vial del parque es otro grave problema. Originalmente concebido como recorridos de paseo y esparcimiento en contacto con la naturaleza, hoy esas calles se han convertido en transitadas avenidas.
“Arterias congestionadas, ruidosas y contaminadas, de tránsito peligrosísimo, donde los vehículos circulan sin límite de velocidad y en diferentes direcciones, con cruces que incluyen hasta cinco accesos y todos de doble mano”, se consignó en un editorial de 2020.
Los conductores utilizan el parque para acortar distancias, sin semáforos y a toda velocidad.
El sector suroeste, frente a la Terminal, ya casi sin árboles, es un constante embotellamiento de autos, motos, colectivos y camiones. Y el sector noroeste sigue el mismo camino.
De haber proyectado uno de los parques más hermosos y grandes del mundo -está documentado-, lo convertimos en un complejo de rápidas avenidas, edificaciones públicas y privadas y construcciones abandonadas.
Una mitad del parque ya se ha perdido para siempre. La otra mitad se está perdiendo de a poco.








