Es frecuente encontrar informes y artículos que sostienen que las siestas deben tener diferentes duraciones. También los especialistas indican duraciones dispares, generando confusión entre las personas. Aunque muchos prefieren el efecto sorpresa de apagar la alarma, otros prefieren tener un control sobre el tiempo que le destinan.
Lo cierto es que es importante tener en cuenta la duración de las siestas porque todas tienen un efecto diferente sobre el cuerpo. El cuerpo reaccionará de distintas maneras y obtendrá distintos beneficios de acuerdo al tiempo que descanse, sencillamente porque los procesos biológicos llegan a distintas instancias mientras empezamos a dormir.
Siesta: cuánto dormir para descansar y cuánto para mejorar la memora
Una de las indicaciones más repetidas es que las siestas deben ser fugaces. Los períodos cortos de sueño que varían entre 20 y 40 minutos, son los más recomendados para la mayoría de las personas. Este lapso permite alcanzar etapas livianas de sueño –N1 y N2– que permiten descansar el cerebro, mejorar la memoria, la concentración y el estado de ánimo sin llegar al sueño profundo. Al despertarse, la persona no se siente desorientada ni con “inercia del sueño” y son perfectas para recuperar el impulso y continuar el día.
En una segunda instancia están las siestas largas que pueden durar hasta 90 minutos y cumplen un ciclo completo de sueño. Algunos especialistas sostienen que es la que hay que elegir para atravesar las tres etapas del ciclo: el sueño ligero, sueño profundo y REM. Son especialmente útiles cuando la persona se desveló la noche anterior. Un punto en contra es que si se interrumpe este ciclo al medio, puede producir una sensación de confusión y pesadez.
En definitiva, una siesta de aproximadamente 30 minutos sirve para “recargar pilas”, mientras que las más extensas permiten recuperarte de una gran deuda de sueño. Esto significa que no hay una opción correcta, sino que hay que prestar atención a las necesidades del cuerpo y luego decidir cuánto dormir.
Higiene del sueño para dormir mejor
Los especialistas coinciden en que modificar ciertos hábitos diarios es clave. Reducir o eliminar el consumo de café, especialmente por la tarde, es fundamental, ya que la cafeína mantiene el cerebro en estado de alerta. Asimismo, realizar ejercicio durante el día favorece el sueño, siempre que no sea demasiado cerca de la hora de acostarse.
El cerebro necesita señales claras para relajarse. Por eso, actividades como el yoga, el stretching o la lectura nocturna son recomendadas por psicólogos y médicos. La lectura, en particular, ayuda a reducir el estrés y favorece la desconexión.
Aunque parece una obviedad, muchos caen en el hábito de pasar largos minutos frente a la pantalla del celular antes de dormir. Este gesto no solo retrasa la conciliación del sueño, sino que además la luz azul inhibe la producción de melatonina, la hormona que regula el descanso, volviendo más difícil conciliar el sueño profundo.








