Los 245 años de Villa de Leales: patronos milagrosos, un jinete a lomo de búfalo y ritmo de zamba en una plaza donde todos se conocen

Así festejaron el cumpleaños del poblado y de la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria.

IMPECABLE. Así luce el interior de la iglesia, cuya construcción data de la década de 1860. Pero estuvo en riesgo. IMPECABLE. Así luce el interior de la iglesia, cuya construcción data de la década de 1860. Pero estuvo en riesgo. La Gaceta / fotos de Analía Jaramillo

Arriba, amo y señor de la torre del campanario, Juan José Albornoz disfruta una panorámica estratégica de la fiesta. Nadie puede quitarle ese privilegio: lleva 12 años tañendo las campanas de Nuestra Señora de la Candelaria. Empezó a los 14; hoy tiene 26, así que en Villa de Leales todos lo conocen. Mejor dicho, en Villa de Leales todos se conocen.

El pueblo y la iglesia nacieron juntos, imposible explicar a uno sin el otro. Allá por 1780 era una capillita de adobe y techo de paja, con un caserío alrededor y el amenazante río Grande -hoy Salí- a los pies. Tiempos coloniales, cuando la Revolución Francesa era un sueño eterno y José de San Martín apenas aprendía a caminar. En aquel antiquísimo Curato de Los Juárez -otro Tucumán- emergieron la Villa de Leales y Nuestra Señora de la Candelaria. Ayer cumplieron 245 años.

EL DUEÑO DEL CAMPANARIO. Juan José Albornoz vio el desfile desde el más estratégico de los escenarios. EL DUEÑO DEL CAMPANARIO. Juan José Albornoz vio el desfile desde el más estratégico de los escenarios.

Hay desfile, empanadeada popular, guitarreros y gazebos en el centro de una plaza decorada con banderines papales. Por la calle José Brizuela, entre las agrupaciones gauchas, marcha Antonio Brito. Cabalga a lomos de un búfalo llamado Indio. ¿Por qué no a caballo? “Y bueno, soy del campo”, resume.

También pasan tractores y camiones, símbolo del corazón productivo de la zona. Uno de ellos va decorado con banderas españolas. “Es en honor a mi abuelo, Patricio Concepción, que vino de las Islas Canarias”, apunta don Pedro Pérez Concepción. “Él ya murió”, acota. A la par, sobre un Fiat Someca 55 que acumula más de medio siglo de nobles servicios, José Antonio Brito pide: “¡saquen una foto!”

De esto se trata

Es tanta la devoción cristiana en Villa de Leales que no hay una fiesta patronal, sino dos. El 2 de febrero celebran a Nuestra Señora de la Candelaria; y el 16 de agosto, a San Roque. Es más; ayer inauguraron una gruta en honor a la Virgen sobre la 306, ruta que conecta San Miguel de Tucumán con el este tucumano. No era muy temprano, pero corría un vientito mañanero de lo más fresco. Allí estaba el párroco Adrián Valdez, repartiendo bendiciones y rezando el Ave María.

“INDIO”. Ese es el nombre del búfalo que montó Antonio Brito. “INDIO”. Ese es el nombre del búfalo que montó Antonio Brito.

En la iglesia la anfitriona es Mercedes González, catequista e integrante del grupo misionero Legión de María. Ella enseña lengua y literatura en varias escuelas secundarias de Leales, así que su relato es de lo más heterogéneo. Habla de religión, de historia, de educación, hasta que aflora su percepción sobre la realidad de Villa de Leales. A fin de cuentas, los rasgos del pueblo se ajustan al perfil de la ruralidad tucumana: fe, memoria oral, resiliencia e inquietud por el futuro.

La capilla fue descripta en detalle por Carlos Páez de la Torre (h), Celia Terán y Ricardo Viola en el libro “Templos católicos de Tucumán”. “Primitiva y sencilla”, la definen. Sobresalen el altar de madera y la profusión de imágenes, con la Virgen de la Candelaria y un Cristo Yacente como atracciones, propias de un milagro. Y eso tiene una explicación.

En 1862, tras 22 días consecutivos de lluvias intensas, una gran inundación arrasó con el poblado. “Se perdió todo. El río se llevó el cementerio, la iglesia, las casas...”, cuenta González. La catástrofe obligó a reconstruir Villa de Leales en un sitio más seguro, a dos kilómetros de distancia del cauce. Es el actual emplazamiento, en el que se trazó la plaza central, se delimitaron las manzanas y se reubicaron las instituciones. “Fue un renacer”, agrega. Pero no todo se esfumó de aquel pueblo original, porque la Virgen y el Cristo fueron rescatados a tiempo. Ese es el milagro.

RAÍCES. Pérez Concepción vistió su tractor con banderas españolas. RAÍCES. Pérez Concepción vistió su tractor con banderas españolas.

La Candelaria bajó ayer del altar y los fieles la vieron desde cerca. La imagen llegó desde España, en el kit de las misiones religiosas que acompañaban a los colonizadores. “La advocación nació en las Canarias, donde la Virgen se les apareció a los aborígenes con una vela en la mano y el Niño Jesús en brazos. Desde ahí se difundió por todo el mundo. En Salta y en Jujuy hay varios pueblos donde la Candelaria es patrona -apunta González-. Se le pide especialmente por las embarazadas, para que den bien a luz. Es la la luz que guía la vida hacia Dios”.

Volviendo a la fiesta

No hay secretos en Villa de Leales, no puede haberlos en un pueblo estructurado en las pocas cuadras que enmarcan la plaza San Martín. En la voz de los vecinos, los apellidos que remiten al poder económico y político se reiteran: Budeguer, Seleme, Herrera, Brito. El campo marca el ritmo, el tiempo viaja a una velocidad impensada para el furor urbano.

Las autoridades miran el desfile desde una pequeñísima tribuna. Van pasando policías (muchos), cadetes, estudiantes de primaria y de secundaria, gauchos y coloridas delegaciones que representan a las numerosas capillas desparramadas por Leales. Cada una de ellas aportó una maqueta y las exhiben en un salón adyacente a la iglesia. En total son 32, algunas muy bien logradas, todas hechas con amor. Un paseo lindo y de lo más original, al que han bautizado “Museo Institucional”.

DESPLIEGUE RELIGIOSO. Llegaron imágenes de varias capillas que dependen de la parroquia de Villa de Leales. DESPLIEGUE RELIGIOSO. Llegaron imágenes de varias capillas que dependen de la parroquia de Villa de Leales.

Al frente, en el almacén de Lea, aprovecharon para armar tres mesas en la vereda y venden café en saquitos. Es lo más cercano a un bar que propone Villa de Leales. Más allá están la comisaría y la biblioteca popular “Ernesto Padilla”, rescatada por la comunidad y festejando 109 años (Padilla, siempre Padilla). La que no está frente a la plaza es la sede comunal, mudada “por problemas estructurales” a un CIC que se construyó en el barrio San Miguel.

Lo que pasó

“Hace unos años, cuando pusieron las cloacas, la empresa cavó demasiado cerca y la iglesia tuvo que cerrarse por peligro de demolición. Hicimos un trabajo grande para fortalecer los cimientos y también hubo que arreglar el techo -apunta Mercedes González-. Si esperábamos al Gobierno nos hubiera pasado lo que en Chicligasta, donde la iglesia histórica se deterioró. Por eso acá nos organizamos, juntamos fondos y la cuidamos. Es nuestra manera de sobrevivir”.

Así transcurre el devenir cotidiano de Villa de Leales, atravesada por avances y retrocesos según las políticas de cada época. En materia educativa, los mayores avances se dieron en el siglo XX. “En tiempos de Perón se crearon varias escuelas primarias y hace unos años se instalaron secundarias en los pueblos más pequeños de Leales. Eso brinda más oportunidades”, reconoce González.

No obstante, la deuda pasa por la falta de institutos terciarios. “Miles de chicos egresan del secundario pero no pueden seguir estudiando. Muy pocos llegan a la capital. Yo misma tuve 20 compañeros de secundaria y sólo tres pudimos estudiar en San Miguel de Tucumán porque nuestras familias podían pagarlo”, señala.

El deterioro de las economías familiares también marca la realidad. “Antes la gente vivía de lo que producía: arroz, maní, verduras, caña. Hoy no se puede. La tierra se arrendó, se concentró en pocos cañeros, y el resto tuvo que abandonar el campo. Si no hay un sueldo fijo, no se llega a fin de mes”, describe González.

La falta de alternativas para los jóvenes abrió la puerta a problemáticas sociales graves. “Lamentablemente llegó la droga. Es un flagelo que afecta porque no hay actividades ni propuestas. Antes toda la familia trabajaba la tierra; ahora eso se perdió”, se lamenta.

El desarrollo de Villa de Leales estuvo en su momento vinculado al ramal del ferrocarril Belgrano, que la unía con las Termas de Río Hondo y facilitaba el comercio. “Desde 1930 hasta la década del 70 el tren nos daba vida. Después lo cerraron y fue un retroceso. Lo mismo pasó con el Banco Provincia y con el Correo, que era la casa pagadora. Al cerrarlos, el pueblo se empobreció más”, resume.

Cuestión de símbolos

Adherida a un muro del templo, en la fachada, hay una cruz de madera de quebracho. Dicen que tiene 300 años. Para Villa de Leales es un símbolo identitario. La rodean infinidad de historias, tantas como las atribuidas al Castillo del Castoral, ubicado a un puñado de kilómetros, a la vera del río.

Al busto de San Martín, en las entrañas de la plaza, le hace falta una urgente intervención. A pocos metros, la iglesia luce impecable. Villa de Leales no escapa a los contrastes, característicos de la tucumanidad. “Avanzamos y retrocedemos con las decisiones de nuestros gobernantes. Pero seguimos de pie. Como pueblo nos organizamos, cuidamos lo nuestro”, advierte González. Se la escucha orgullosa, y a la vez preocupada.

Las fiestas populares también sirven para esto. Sin un espacio de reflexión, el desfile, el almuerzo comunitario y los números folklóricos quedan reducidos a una anécdota. Es maravilloso celebrar 245 años, pero mucho mejor es hacerlo mirando hacia adelante. No es fácil.

Comentarios