
Estrenada en 1995 hace 30 años se rodó la película de Marcelo Piñeyo, “Caballos salvajes”, que, para muchos, parece haber sido filmada por estos días.
Si la repetida frase escuchada en los últimos meses “los 90 están de vuelta”, más se afirma esa impresión cuando se conoce que a fines de 2023 se restamerizó y se reestrenó en Netflix. “La película no envejeció, está totalmente viva, dialoga muy bien con el presente y la realidad que nos rodea”, evaluó Piñeyro.
Desde su nacimiento el cine ha sido un soporte de la realidad, pero también de la ficción, y en los tiempos contemporáneos, de ambos, entremezclados, en distintas etiquetas de géneros. Pero eso, desde una mirada particular, con un lenguaje artístico propio, por eso, no debe creerse que el cine es un reflejo de la realidad.
En países como Argentina cada década y sus cambios políticos han sido registrados en documentales, pero también en grandes películas con sus historias.
Para tomar un ejemplo, los 90. “Caballos salvajes” (1995), “Pizza, birra y faso” (1998) y “Nueve reinas” (2000) abren un ciclo que acompaña y desenmascara críticamente al menemismo, al neoliberalismo, pero también su cierre, expresado de diferentes maneras.
Con un elenco conformado por Héctor Alterio, Leo Sbaraglia, Fernán Mirás, Cecilia Dopazo y Daniel Kuzniecka, “Caballos salvajes” fue vista por cerca de un millón de espectadores, un número envidiable, en el pasado y en el presente.
La historia
Con el guión de Piñeyro y Aída Bortnik, narra la historia de Pedro, un empleado de 24 años que trabaja en un banco donde, de un momento a otro, termina como rehén de un cliente, que entra a exigir algo de una forma extravagante. Apoyando un arma en su mentón, amenaza con matarse si no le dan los 15.344 dólares que hace años le “corresponde”. José es un viejo anarquista estafado por esa financiera. Pedro, tratando de evitar una desgracia irreparable, se hace pasar por rehén del anciano. Y ambos inician así una huida hacia adelante, bajo la mirada atenta de los medios de comunicación, y del pueblo llano, que los convierte en héroes.
Pedro y José arrancan un viaje por la Ruta 3 hacia el sur del país para escapar de sus rutinas, del pasado y de los discursos impuestos por la sociedad, mientras, lentamente van forjando algo más que una amistad. “Los indomables”, como los llaman en los pueblos, empiezan a ser tomados idílicamente como héroes anónimos. En un hotel de la ruta escuchan las noticias. Pedro decide llamar a su jefe y explicarle que no le interesa el dinero, que sólo quiso salvar al viejo que estaba a punto de apretar el gatillo y acabar con su vida. Esa llamada es el primer encuentro con el mundo real. Su jefe, “su pareja de tenis” no lo deja hablar y dice: “Estás muerto Pedrito”. Por cada pueblo que pasan hacia el sur, crece la leyenda de “los indomables” con las corporaciones, donde la máxima aspiración de un pibe de 23 años era seguir haciendo buena letra con su jefe, con el que jugaba al tenis. A la par, cierre de fábricas, el discurso constante sobre los dólares y los intereses acumulados, pueblos dejados a la deriva por la ausencia del Estado.
Para el cineasta, lo que provoca José en Pedro es un giro radical: abandonar la seguridad por el quebradizo terreno de la libertad. “La película muestra la dicotomía entre la bondad de este par de criminales y la impunidad de los poderosos. Se niegan a tomar más del monto del depósito inicial y eligen distribuir el resto entre los obreros de una petroquímica que se encuentran desocupados”, analiza Carolina Rocha en su texto sobre la cinematografía de Piñeyro en los 90, asegurando que “los filmes de Piñeyro aparecen como contrapuestos al capitalismo a pesar de ser productos culturales creados en conformidad a ese modelo económico”. Como para que no queden dudas, terminan cantando ese himno de la guerra civil española que propone “que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda”.
“La puta que vale la pena estar vivo”
“La Puta que vale la pena estar vivo”, la frase que el protagonista grita, no figuraba en el guión. Marcelo Piñeyro cuenta que en ese momento le pide a Héctor Alterio que grite algo y éste le preguntó, qué. “Cualquier cosa”, le respondió el director. Alterio lo hizo en Playa Cerro Avanzado. Piñeyro sentía que a esa escena de Alterio en la playa le faltaba algo, “un detalle”. La música la compuso Andrés Calamaro, con el tema “Algún lugar encontraré” que también viajó con el elenco.