Mama Antula es santa: la madrugada de los milagros

Mama Antula es santa: la madrugada de los milagros

Villa Silipica, tierra adentro en Santiago del Estero, disfrutó el día más importante de su historia. Miles de fieles desbordaron el pueblo para sentirse más cerca de la primera santa argentina.

NOCHE CERRADA A PURO FERVOR. Así se vivió la fiesta. NOCHE CERRADA A PURO FERVOR. Así se vivió la fiesta. La Gaceta / fotos de Diego Aráoz

Son las 4 de la mañana y nadie duerme. Aferrada al micrófono, Cintia Padilla asume la misión de mantener despierto el fervor de este vibrante auditorio. “¡Viva Mama Antula!”, arenga; “¡vivaaa!”, le responden alrededor de 3.000 voces. Un dron sobrevuela la noche. Nadie duerme en Villa Silipica porque en cuestión de minutos la pantalla gigante los llevará al Vaticano y es el Papa quien subirá a los altares a María Antonia de Paz y Figueroa, hija y madre del pueblo. Dormir no es un plan en esta vigilia planeada con una mezcla de minucia, amor y precisión por un pequeño ejército de voluntarios/servidores. Cintia reviste en esas filas. Llorará cuando Francisco declare santa a Mama Antula. Lágrimas contagiosas.

Es el día más importante en la historia de Villa Silipica, patria chica de la primera santa argentina. Por eso hay banderines y distintivos de colores repartidos a lo ancho del caserío. Para los pobladores Mama Antula puede ser la llave de una revolución económica y social, proyectada a esas grandes ligas en las que militan santos populares como la Difunta Correa o el Gauchito Gil, o santos oficiales como el Cura Brochero. Mama Antula derrama sus bendiciones y la prueba es esta vigilia impresionante que comenzó el sábado por la tarde y seguirá más allá del saludo del sol dominguero. Para los alrededor de 2.000 vecinos de la zona, la jornada es un milagro en sí misma. Porque Mama Antula provee.

Cintia Padilla. Cintia Padilla.

Se asentó en este rincón del monte santiagueño un pueblo originario -los silypicas- y al parecer de allí viene el nombre. Son seis kilómetros de asfalto desde la ruta 9, girando a la altura de Simbol. Media hora a buena velocidad desde la capital provincial. Pasada la medianoche, la fila de autos, camionetas, ómnibus, motos y bicicletas se despliega como un rosario interminable. Algo fuerte y conmovedor está sucediendo y el epicentro de este sismo de fe se localiza en torno de la capilla blanquísima y perfecta en la que Mama Antula recibe a los devotos.

Mama Antula es santa: la madrugada de los milagros

La fila para ingresar nunca perderá grosor. Mientras aguarda su turno, a eso de las 5, Federico Lanati cuenta que viene de San Pedro de Colalao, donde la tormenta obligó a suspender la fiesta de la Virgen de Lourdes, y que pasó por la Catedral santiagueña, sede de otra celebración masiva en honor a Mama Antula. Está impactado por la potencia del momento. Como él, son muchos los tucumanos que han seguido este camino.

Lo sacro y lo mundano

La capilla es pura sencillez: dos campanitas coronan la fachada, adentro hay 12 bancos de madera y junto a la imagen de Mama Antula -protegida por un vidrio- luce la reliquia: el fragmento de un hueso de la santa. “¡Circulen, circulen!”, ruegan los servidores. Flanquean la puerta una bandera argentina y otra de Santiago del Estero. Dos religiosas, arrodilladas frente al Cristo crucificado del altar, imponen respeto y silencio. Luego se las verá cantando, felices entre la multitud.

Detrás de la capilla, bajo un enorme tinglado, el clima oscila entre la sacralidad de la liturgia y la vibración de un festival. Los fieles han llegado con reposeras, mesitas, conservadoras, manteles, bidones de agua, galletitas y equipos de mate. Cintia los mantiene activos: alterna oraciones con pedidos a María por los enfermos, canciones, mensajes. Hay familias, parejas jóvenes, grupos parroquiales, una marea que jamás se detiene y va desparramándose en torno a la pantalla. La mayoría suma su voz cuando suena la canción-homenaje escrita por Magdalena Vaccarezza (“Mama Antula peregrina, misionera del Señor / va llevando a todos lados, la alegría de la salvación”). Habrá zambas y algunos bailarines. Cintia los anima y cada vez que nota una leve baja en la tensión lanza “¡Viva Mama Antula!”

Se acercan las 5.30, hora de la conexión con Roma. Tres sacerdotes toman confesiones a un costado del tinglado, a metros del stand que ofrece bibliografía sobre Mama Antula. El autor de uno de los libros es Mario Ramón Tenti, para todos el “padre Monchi”, párroco de Villa Silipica y motor de esta maravillosa historia de fe. En torno de él se formaron los equipos de trabajo y en cuestión de semanas afrontaron el desafío de organizar la fiesta. A los servidores se los distingue por las pecheras de colores. La de Cintia es verde. De fondo resuena otro estribillo: “...no sé si la Iglesia subió o si el cielo bajó...”

A un kilómetro y medio, tomando un desvío -tierra adentro de la tierra adentro- sobrevive al templete donde antaño se le rezaba a Mama Antula. Llegar no es difícil, pero requiere cuidado: el auto de LA GACETA esquivó por milímetros una chancha que paseaba despreocupada. Esa precaria construcción fue amadrinada por Fanny Ledesma, a quien reconocen como una de las grandes impulsoras de la devoción. Su hija, emocionadísima, recibirá el saludo de Cintia en plena celebración.

La conexión

A las 5.32 la transmisión aterriza nítida, como si El Vaticano estuviera a un puñado de kilómetros. El público, mudo y encandilado, se regocija. Eso sí: fruncirán el ceño y sonará algún pequeño abucheo cuando anuncien que Mama Antula nació en Tucumán (imposible detenerse a explicar que en el siglo XVIII el Tucumán abarcaba toda la región). Pero instantes después Mama Antula hará de las suyas. Justo cuando el Papa la declara santa arriba la procesión que había partido horas antes de Manogasta, a 20 kilómetros. Otra marea de fieles, algunos a caballo, muchos con banderas. “Es increíble, como si lo hubiéramos planeado”, se sorprende Cintia.

El grupo trae una imagen de Mama Antula y al depositarla en un altarcito preparado bajo el tinglado la avalancha para tocarla o sacarse una selfie desborda a los servidores. Pero es un caos momentáneo, alegre y natural. No hay logística ni lógica en momentos como este.

Suceden muchas cosas y al mismo tiempo en Villa Silipica. La adrenalina está a tope. A un costado, el arzobispo tucumano Carlos Sánchez bendice las estampitas que Ángel Gramajo se dispone a repartir. La historia de Ángel, nacido y criado en el pueblo, está entrelazada con la intercesión de Mama Antula. Relata que había sufrido un infarto y que le pusieron dos stents, y que tras rezarle a la santa no tiene ninguna clase de secuelas. “El cardiólogo no lo podía creer”, afirma. “Es que los milagros de Mama Antula son muchísimos, tendríamos que ponernos a escribirlos”, apunta Cintia. Su marido también se recuperó de una delicada crisis cardíaca y ella no lo duda: “fue Mama Antula”.

Fe y alegría

De todo esto da cuenta Sánchez cuando define la fiesta como “la expresión de fe del pueblo”. El arzobispo será el encargado de cerrar el encuentro oficiando una misa, pero antes se servirá un desayuno comunitario con mate cocido. Sánchez está exultante: saca el celular y muestra una foto del padre Diego Pereyra, presente en El Vaticano. Se lo ve de perfil, capturado por la cámara de TV. Jorge Blunda también está en Roma. Son embajadores tucumanos en la casa de San Pedro, allí donde Mama Antula es la estrella de la jornada.

De la mano del sol, poco antes de la 7, emergen los mosquitos, recordatorio de la geografía y del clima que predominan en el pago de Mama Antula. Quedan empanadillas y tartas de frutas en un puestito frente a la capilla. A la par se ofrecen remeras con la imagen de la santa ($ 5.000), estatuillas ($ 3.000 la más chica), imanes ($ 1.000), estampitas ($ 100) y mucho más del merchandising religioso. ¿Cómo anduvieron las ventas? “Y... ahí”, resume Darío Susques, y apunta: “también tenemos repelente para los bichos”.

Villa Silipica está cansada, ya proyecta un descanso largo, pero a la vez no quiere que este día se termine. La satisfacción del “padre Monchi” lo dice todo. Agotada, Cintia toma asiento y mira en silencio el celeste profundo, apenas surcado por alguna nube. “Acá está Mama Antula”, advierte. Pero ya no llora; ahora es pura risa.

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