Una dulce y ácida realidad
El limón puede ser ácido y dulce, según su variedad. Con la realidad sucede lo mismo. Esta fruta es la que en los últimos días sirvió para descomprimir una portada de noticias que en Tucumán venía siendo negra desde distintos puntos, en especial por todo lo que generaron las inundaciones: anegados, miles de personas que perdieron todo, impericia estatal para acercar ayuda de manera rápida y precisa, y un rifirrafe improductivo entre funcionarios locales y nacionales.

La citrícola no es cualquier actividad en esta provincia. Genera unos 40.000 empleos, factura U$S 800 millones anuales y en 2016 se produjeron 1,3 millón de toneladas. Que nuestra fruta fresca (somos los principales exportadores del mundo) ingrese a Estados Unidos significa varias cosas, que van desde la posibilidad de que otros mercados del mundo nos miren con cariño tras el aval del país del norte, pasando por una mayor inversión de los industriales hasta mejores condiciones laborales para los que participan de la cadena productiva. Esto último, porque los convenios globales exigen calidad en el producto y en las condiciones de trabajo de los que forman parte de esa industria, a tono con las recomendaciones de la Organización Internacional del Trabajo. Este dato no es menor, teniendo en cuenta que el propio secretario del área en Tucumán, Roberto Palina, reconoce que apenas alrededor del 10% de los cosecheros está “en blanco”, algo que afirma viene tratando de revertir.

Hasta aquí, la parte “dulce” en torno del amarillo y jugoso producto. Hay otra menos auspiciosa y más ácida, que tiene que ver con la gestión política que se cuela alrededor de las negociaciones para el reingreso a EEUU y que lleva varios lustros.

Tuvieron que pasar casi 20 años para que el limón pudiera venderse en la potencia mundial que hoy gobierna Donald Trump culpa de la impericia política de los funcionarios nacionales y locales de antaño. Para algunos la discusión no fue prioritaria y, para otros, era preferible encarar una lucha sin cuartel contra el “imperialismo yankee”. Desde aquel septiembre de 2001 a la fecha nunca antes se habían alineado los planetas como ahora para que la gestión de los industriales llegara a buen puerto. En aquel momento, el país se hundía en una de sus peores crisis de todos los tiempos, con una Alianza en retirada y un Julio Miranda en la picota. Más tarde, con la llegada de los Kirchner al poder nacional y de José Alperovich a la provincia, la prioridad sería la de una relación fría y combativa contra todo lo que sonara a estadounidense. El actual senador realizó algunas gestiones para que el limón volará a EEUU, pero poca intención de oír esos pedidos había por parte de un interlocutor que era agredido o que escuchaba hablar de una Argentina encerrada en sus propias fronteras. La llegada de Mauricio Macri a la Nación y de Juan Manzur a la provincia significó algo así como que cada cara del cubo mágico mostrara el mismo color. Uno y otro, primero con Barack Obama y luego con Trump, se mostraron amistosos y diplomáticos con las gestiones por el citrus. El cambio de postura rindió sus frutos.

¿Cuánto podría haber avanzado Tucumán con la segunda actividad productiva más importante de la provincia ampliando mercados 10 años atrás? Seguramente los índices de desocupación y de empleo en negro serían muy diferentes a los actuales, en especial en una actividad tan informal. Por ejemplo, con el blanqueo, en Trabajo se prevé que el piso de unos $ 3.000 que se paga a un cosechero en negro pase a más del doble o reciban un ingreso de convenio, acorde con lo que exige la OIT.

La “política en serio” genera beneficios, como podrían (o deberían) comenzar a percibir los tucumanos de la mano de una actividad como esta que enfrenta la posibilidad de crecer más y que también debería ser más monitoreada para que la riqueza que genere se riegue hacia abajo. Es apenas un ejemplo en medio de inundados, obras prioritarias no realizadas, políticas de seguridad mezquinas, una Justicia desacreditada, legisladores con gastos poco claros, leyes pensadas para algunos, falta de planificación y proyectos enfrentados. Todo ello parte de rencillas de la “política mala”, esa que prioriza los intereses particulares, los negocios, las internas y las disputas. Cuando pasa así, la que triunfa es la corrupción a costa de un pueblo que cada tanto sufre y cada tanto grita basta.

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