El chico de Taruca Pampa que se imaginaba panadero

El chico de Taruca Pampa que se imaginaba panadero

No quería ir al Belgrano, al que definía como un barco viejo y lleno de ratas.

SOBRE CUBIERTA. “Juancarlitos” por dos, en un descanso (izquierda) y sirviendo con el casco puesto (en primer plano, a la derecha).  SOBRE CUBIERTA. “Juancarlitos” por dos, en un descanso (izquierda) y sirviendo con el casco puesto (en primer plano, a la derecha).
Crujen los metales. Crujen las maderas. Hasta el aire cruje en el ARA General Belgrano, que surca las aguas del Atlántico Sur. Pasadas las 15.30, el cabo Juan Carlos Reguera, recién levantado de su turno para dormir, se dispone a ingresar de guardia. “Poné la pava, que me tomo unos mates y salgo”, le dice al pasar a un amigo de la cocina. Allí está, alistándose en su camarote, sabe que le esperan ocho horas para estar atento, con una guerra en ciernes y la inminencia de la entrada en combate.

De pronto, una explosión. Todo se sacude, violentamente. El reloj marca las 16.02. El almanaque indica 2 de mayo de 1982. En el barco, cruje la vida.

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Principios de 1955. Elsa Claro, criada en Buenos Aires, había ido a visitar a su mamá en Taruca Pampa. Salen a caminar y, en la plaza del pueblo un hombre, Froilán Apolonio Reguera, la ve y se enamora de ella. Con el correr del tiempo se unen y vienen los hijos. “Salvo Teresa, todos los otros nacieron en fechas con alguna festividad o conmemoración: Ema Hilda el día del Maestro; Julio Daniel (ya fallecido) en el del Himno; Nilda Rosa, en el de la Soberanía. Y ‘Juancarlitos’ en el de la Mujer. Yo misma cumplo años el Día de la Bandera”, afirma Elsa.

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Mediados de 1968. Al ritmo del traqueteo cansino del Estrella del Norte, hay sueños de una vida mejor que se trasladan de Tucumán a Buenos Aires. Allí van Elsa y sus cinco hijos: la mayor, Ema, de 11 años; el menor, Juan Carlos, de sólo cinco. “Fue toda una aventura, en lo único en que habíamos viajado antes era en caballo, cuando íbamos a visitar a mis abuelos maternos, Ema Barboza y José Antonio Claro, en El Tajamar”, cuenta Teresa. En San Fernando espera el papá. Un año antes, se había ido a la metrópoli, escapando de la pobreza y de la falta de trabajo en su Burruyacu natal. Trabajando aquí y allá, poniendo el lomo de sol a sol, había podido comprar una casilla de dos ambientes, con un dormitorio y una cocina.

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Un penoso 1969. Elsa se enferma gravemente. Su estado es crítico y, un día de invierno, Froilán decide igualmente casarse con ella, postrada en el hospital de San Fernando. El 10 de octubre todo empeora: él fallece en un accidente: mientras iba a trabajar en bicicleta lo atropella un camión. Imposibilitada de atender y dar sustento a sus hijos, ellos van a parar a internados. Unos dos años pasaron y la mamá recupera, por fin, su salud, y también a sus chicos.

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Los difíciles años 70. Elsa estudia corte y confección y trabaja de modista para mantener a la familia. Pero aún así no alcanza. Mientras las chicas empiezan a trabajar en casas de familia, los chicos son enviados a seguir carreras militares. Julio va a la Escuela General Lemos, y Juan Carlos a la Escuela de Marina. Así, empieza su historia con los barcos, con el mar, con su destino...

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Finales de 1981/principios de 1982. En diciembre de 1981, Juan Carlos pidió licencia y decidió visitar a sus familiares en Tucumán. Hacía mucho tiempo que no los veía. En marzo volvió a estar de franco, en casa de Elsa. El 7, justo un día antes de su cumpleaños, Juan Carlos fue a casa de la suegra de su hermana Teresa. De la charla que mantuvieron, una frase aún retumba en los oídos de la mujer: “me dijo que parecía que lo iban a trasladar al Belgrano. Y que él no quería, porque era un barco viejo y lleno de ratas. También recuerdo que cuando se iba a tomar el colectivo camino a entrar en servicio otra vez, sentí una opresión en el pecho. Cerré los ojos y tuve la sensación de que ya no lo volvería a ver”.

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Algún día de marzo de 1982. Reguera es destinado al Belgrano. El barco zarpó, rumbo al escenario de la contienda. Rumbo a su irreversible destino. “A mí nadie me dijo nada, no sabíamos ni siquiera que estaba en alta mar cuando se produjo el hundimiento”, recuerda Elsa. “La cuestión era peor porque Daniel, mi otro hermano, también estaba alistado y tampoco sabíamos su paradero. Hasta que supimos que estaba en Puerto Madryn”, rememora Teresa. “Yo le escribía cartas a los dos. De ‘Juancarlitos’, un teniente me contestó una de ellas, para decirme que estaba desaparecido. Antes, un militar me había dicho lo que pasaba al venir a casa. Estaba sola. No me acuerdo de nada más”, recuerda Elsa.

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Mayo de 2013. Tras intensas gestiones de Elsa ante la intendencia, en la plazoleta Ex Combatientes de Malvinas de San Fernando se descubrió un busto recordando al cabo Juan Carlos Reguera, realizado por la artista plástica Silvia Guzmán. La escultura es de doble tamaño natural, realizada en cemento. También, se decidió que una calle recuerde al marino nacido en Tucumán y tomado como hijo dilecto por San Fernando. Da con la plazoleta y se une a la avenida Avellaneda, justamente otro tucumano que quedó en la historia del país.

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Marzo de 2017. 35 años después. Elsa, cerca de cumplir 83 años, sigue su vida en San Fernando rodeada de hijas, nietos, bisnietos. Pronto será tatarabuela. Activa, se vale por sí misma, practica natación y camina mucho. Está lúcida y nada olvida. “Tuve una vida muy dura. Y más dura aún por la falta de mis hijos. Es lo que me tocó, el mal destino. Debo sacar fuerzas, seguir luchando y enfrentando todas las situaciones. El dolor por la pérdida de un hijo no se supera con nada. Aun así, todos los años preparo mi ropa celeste y blanca, para homenajearlo y expresar mi dolor por su partida. Me visto así para asistir a todos los homenajes que le hacen a Juan Carlos. Soy su madre, no puedo estar ausente”.

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Algún día de 1969. Una noche, mamá Elsa renegaba amargamente porque no sabía cómo hacer para que al otro día la familia tuviera pan para acompañar el mate cocido del desayuno. Juan Carlos, seis años, la vista contemplativa puesta en ella, el chico distinto de la familia, noble y misericordioso, le dice: “mami, no te pongás triste. Cuando sea grande, voy a trabajar en una panadería. Y ya vas a ver, no te va a faltar el pan”.

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