La última carta: “quédense tranquilos, que no pasará nada”

La última carta: “quédense tranquilos, que no pasará nada”

EN BLANCO Y NEGRO. Así es la foto que sostienen Guillermina y sus hijos. LA GACETA/FOTO DE ADRIÁN LUGONES EN BLANCO Y NEGRO. Así es la foto que sostienen Guillermina y sus hijos. LA GACETA/FOTO DE ADRIÁN LUGONES
Guillermina Condorí quiere saber. Todavía se imagina a su hermano, Claudio Nieve Condorí, entrando por la huella en el monte que lleva a su casa de toda la vida, en Rodeo Grande (Trancas). Ella nació hace 35 años, cuando faltaban cuatro días para el final de la guerra. Siente nostalgia por alguien que no pudo conocer. Guillermina quiere saber más de ese joven que murió a los 21 años a bordo del Belgrano.

Su madre, Andrea Isabel Díaz, murió hace nueve años, a los 64. Su papá, Nicolás Clemente Condorí, falleció en 1987. El matrimonio tuvo siete hijos: José, Claudio Nieve, Roque, Simón, Adrián, Juan Bautista y Guillermina. Los varones se fueron a Buenos Aires a buscar trabajo. La hermana menor se quedó en Rodeo. Después se mudó a Choromoro, cuando se casó.

“Por aquella pérdida mi papá se dedicó al alcohol, él no soportó la noticia. No me recuerdo haberlo escuchado reír. Fue lo peor para él. Y para todos nosotros”, comenta Guillermina en el patio de su casa, frente a las vías del tren.

Luto estricto, su madre no hablaba del tema. Supo que tenía un hermano que había muerto en la guerra durante el acto del 2 de abril de 1988, cuando Carlos Juárez -su maestro de primer grado-, habló de la fecha en la escuela y le dijo: tu hermano murió en el mar.

“Puedo contar lo que me dijeron mis hermanos y mis tíos”, explica mientras saca de un sobre fotos, algunas en blanco y negro, de su hermano. Claudio terminó la primaria partió a la Escuela de Mecánica de la Armada. Moreno, pelo negro, rostro duro. Era buen alumno, inteligente. Decidido, capaz. Tenía tesón. Travieso, como todos. “Un chico bien de campo, trabajador. No le tenía miedo a nada. Le gustaba descubrir cosas nuevas, por eso decidió irse a la Marina. Quería salir del campo”, cuenta.

De chico había criado un gato, cruza de gato común con gato del monte. Lo había acostumbrado a que se sentara en su hombro cuando caminaba. Crecido, el gatito era un defensor celoso: peleaba con todos los perros. Ella tiene fotos de la mascota, que murió de viejo y sobrevivió al dueño.

La mamá de Claudio tuvo un presentimiento en 1982. “Me contó que llevaba días sin escuchar la radio, porque sentía un rumor de que podía empezar la guerra. La apagó para no enterarse de nada”. A quien le avisaron del ataque al buque fue al padre de Claudio. “Ella se encerró en su mundo. Así me lo contó mi mamá. Me dijo que mi papá se encargó de todo. Ella era cortante con el tema. Era chapada a la antigua”, sigue el relato. Un veterano le comentó qué había pasado. “A tu hermano le tocó ahí, durmiendo”, se acuerda.

“Mis hijos y mi esposo sirvieron de psicólogos porque nunca perdí la esperanza de volver a verlo en el pueblo, de conocerlo. Eso lo saqué de mi mamá. Para ella fue muy difícil aceptar que no iba a volver más. Como no le entregaron el cuerpo nunca perdió la esperanza. Le dolía no saber dónde prenderle una vela”, continúa Guillermina. La medalla la habría recibido un primo de la familia, que se llamaba igual que uno de los hermanos Condorí.

En los 90 pusieron una placa en Rodeo (en verano es imposible llegar al pueblo, por la crecida del río Gonzalo y porque no hay puente), y en 2005 otra en Choromoro. Guillermina descubrió un sobre con fotos tras la muerte de su madre. Ahí encontró la última noticia que conocieron los Condorí sobre Claudio: una carta mandada desde Ushuaia. Contaba la convocatoria de urgencia al General Belgrano, que había subido dos kilos, que no se preocuparan, que no habría guerra. Que esperaba que le dieran franco en julio de 1982.

“Querida mamá hoy me dirijo a usted por medio de estas líneas para saludarla y espero que al recibir la presente se encuentre bien de salud en compañía de mi familia quedando yo bien gracias a Dios”, escribió Claudio el 22 de abril de 1982. Con letra cursiva prolija, redondita y pulso aplicado, el suboficial contaba que lo llamaron “impensablemente” para abordar el Belgrano. Que el frío era duro pero que de todas formas lo prefería al calor. Estaba contento de conocer el sur. Todavía se lee “urgente” en el sobre. “Quedensé tranquilos, que no pasará nada. Chau-chau mamá, muchos saludos para todos. Claudio”.

Le hicieron un nicho en la entrada del cementerio de Rodeo Grande. “Ahora tendría 56 años, me lo imagino como mi hermano más grande. Con su barba canosa”, termina la charla Guillermina, sosteniendo la mirada.

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