10 Abril 2014
TENSIÓN. Franquistas increpan a los cineastas durante un acto en Madrid. playloud.org
Cuenta Dietmar Post que viajando a visitar a sus suegros un cartel en plena ruta le llamó la atención. Llanos del Caudillo. ¿Qué era su lugar? ¿Quién vivía ahí? Fueron tan escasas las respuestas que puso proa a ese pueblito, quijotescamente enclavado “en algún lugar de La Mancha...” Quince años de trabajo después la historia tomó forma de documental. Un excelente documental. Se vio en el Virla, presentado por el propio Post.
“Los colonos del Caudillo” representa un enfoque particular a los 40 años de franquismo y a la sociedad que emergió al cabo de esa dictadura. La España de ayer y la de hoy se cruzan una y otra vez al compás de las voces que narran el experimento rural pergeñado durante el régimen de Francisco Franco.
Armados con la cámara y el micrófono, Post y su mujer, Lucía Palacios, exponen las caras, las manos y la palabra de quienes protagonizaron la frustrada revolución agraria imaginada por el franquismo. Llanos del Caudillo fue uno de los cientos de pueblos creados por el extinto Instituto de Colonización, la promesa del paraíso a cambio del trabajo de la tierra. La realidad fue un sistema corrupto, en el que el Estado se quedaba con el grueso de la producción y los colonos ni siquiera recibían los títulos de propiedad de casas y parcelas. Esa deuda histórica apenas empezó a pagarse con la llegada del nuevo siglo, 25 años después de la muerte de Franco.
El fondo de la historia es la brecha social. La película cuenta, por ejemplo, cómo en plena democracia la mayoría de los habitantes del pueblo rechazan el cambio de nombre. “Los colonos del Caudillo” instala la discusión sobre la (falta de) memoria y sobre la manipulación de la información; la campana de silencio que protege los crímenes del franquismo, la violencia, la reivindicación de un pasado impreciso e idealizado.
Post sostiene que en España subsiste el miedo. Pone como ejemplo el Festival de Cine de Valladolid, cuyo director se negó a hacer públicas las presiones a las que estuvieron sometidos los cineastas antes del pase del filme. Las entrevistas a los franquistas -a quienes pinta como surgidos de la pluma de Bertolt Brecht- son parte imprescindible de “Los colonos del Caudillo”. La verborrágica apología de José Utrera Molina, ex ministro de la dictadura, se contrapone con el nerviosismo del ex funcionario del Instituto de Colonización. A Post y a Palacios les llevó cinco años convencerlo para que brindara su testimonio.
La película pasó por el Bafici y recorrió salas de Buenos Aires, Tucumán y Córdoba. El sábado se proyectará por primera vez en Llanos del Caudillo. Para los protagonistas será el momento de encontrarse por primera vez en la pantalla. Por supuesto que habrá debate posterior. En esa capacidad de provocar la reflexión genera buena parte de la riqueza del filme.
“Los colonos del Caudillo” representa un enfoque particular a los 40 años de franquismo y a la sociedad que emergió al cabo de esa dictadura. La España de ayer y la de hoy se cruzan una y otra vez al compás de las voces que narran el experimento rural pergeñado durante el régimen de Francisco Franco.
Armados con la cámara y el micrófono, Post y su mujer, Lucía Palacios, exponen las caras, las manos y la palabra de quienes protagonizaron la frustrada revolución agraria imaginada por el franquismo. Llanos del Caudillo fue uno de los cientos de pueblos creados por el extinto Instituto de Colonización, la promesa del paraíso a cambio del trabajo de la tierra. La realidad fue un sistema corrupto, en el que el Estado se quedaba con el grueso de la producción y los colonos ni siquiera recibían los títulos de propiedad de casas y parcelas. Esa deuda histórica apenas empezó a pagarse con la llegada del nuevo siglo, 25 años después de la muerte de Franco.
El fondo de la historia es la brecha social. La película cuenta, por ejemplo, cómo en plena democracia la mayoría de los habitantes del pueblo rechazan el cambio de nombre. “Los colonos del Caudillo” instala la discusión sobre la (falta de) memoria y sobre la manipulación de la información; la campana de silencio que protege los crímenes del franquismo, la violencia, la reivindicación de un pasado impreciso e idealizado.
Post sostiene que en España subsiste el miedo. Pone como ejemplo el Festival de Cine de Valladolid, cuyo director se negó a hacer públicas las presiones a las que estuvieron sometidos los cineastas antes del pase del filme. Las entrevistas a los franquistas -a quienes pinta como surgidos de la pluma de Bertolt Brecht- son parte imprescindible de “Los colonos del Caudillo”. La verborrágica apología de José Utrera Molina, ex ministro de la dictadura, se contrapone con el nerviosismo del ex funcionario del Instituto de Colonización. A Post y a Palacios les llevó cinco años convencerlo para que brindara su testimonio.
La película pasó por el Bafici y recorrió salas de Buenos Aires, Tucumán y Córdoba. El sábado se proyectará por primera vez en Llanos del Caudillo. Para los protagonistas será el momento de encontrarse por primera vez en la pantalla. Por supuesto que habrá debate posterior. En esa capacidad de provocar la reflexión genera buena parte de la riqueza del filme.
Temas
Tucumán