La fortaleza de la fragilidad
"¿Cómo sé dónde estaban los pozos? Un día que quemaban cuerpos, cambió el viento y nos vino el olor a carne quemada. Había una mecánica para destruir al ser humano. Cuando no dabas más del dolor, te arrancaban un nombre o una dirección. Sabía que con eso les arrancaba la vida a ellos" (O.P, cautivo entre julio de 1976 y junio de 1977). "Me leyeron una lista, les dije que no los conocía. Me violaron. Después, me tiraron sobre colchas con olor a orina. Cuando se silenció todo, escuché que había más gente. Me arruinaron la vida, quiero paz nada más" (N.C, secuestrada entre septiembre y noviembre de 1976). "Un día nos sacaron a todos porque iba a ir el jefe (Antonio) Bussi. Nos hicieron formar fila. Iban sacando personas de la hilera. Me sacaron '¡Esa no es, métela!', dijo uno. La sacan a Trini (Iramain), que estaba detrás. Nos vuelven a hacer entrar. Sentimos una ráfaga de ametralladoras. Fue la última vez que la vi. Es muy triste saber que toda esa gente que estaba ahí está muerta. Recordar todo es muy feo, pero peor era no decirlo" (Cristina Rodríguez, en cautiverio entre septiembre y octubre de 1976). "(El Arsenal estaba) preparado para que todos los que estuvieran allí escucharan las torturas, los gritos, los golpes. Esa era una forma para domesticar, ablandar y eliminar. Porque uno entra allí y termina pensando que no existe" (Alderete Soria, detenido entre octubre y noviembre de 1976).

Podrían llenarse todas las páginas de este diario con retazos como estos de la megacausa "Arsenales II-Jefatura II". El juicio cumple mañana un año. Más de 400 testigos declararon durante las 80 audiencias celebradas. El proceso oral y público que lleva adelante el Tribunal Oral Federal (TOF) tucumano está en la etapa final, la de alegatos. La mayoría de los abogados querellantes y el Ministerio Público Fiscal han destacado en sus argumentaciones el valor como prueba de los testimonios brindados en la sala. Sobre todo, los relacionados con el centro clandestino de detención y exterminio que funcionó en el Arsenal Miguel de Azcuénaga, mencionado por los acusadores como el más grande del NOA. Es la primera vez que se juzgan los cruentos crímenes ocurridos allí. El predio militar alberga en sus entrañas un testimonio irrefutable del horror: las fosas en la que se hallaron restos humanos quemados. Los vestigios de 12 desaparecidos, varios de ellos víctimas de la megacausa, estaban allí.

Las declaraciones impactantes -pero frías- que contienen los expedientes poco tienen que ver con los relatos directos de los sobrevivientes. Sus voces temblorosas, sus lágrimas incontenibles y sus respiraciones agitadas. Los ojos fijos en los recuerdos y los puños apretados. Y ese miedo que no prescribe. Pero con valentía, y apuntalados por psicólogos, abrieron las puertas del galpón "N° 9" -donde estaban los prisioneros- y llevaron hasta allí a los que escucharon. Coincidieron en detalles clave sobre el funcionamiento de ese centro: a quienes vieron, los que supieron que estuvieron, las torturas y los verdugos. El hambre, el frío, los golpes, los llantos, los quejidos, las órdenes, los piojos, la mugre, la muerte. También sus contrapuntos ahí dentro: los diálogos, el apoyo, la contención, los pedidos y hasta alguna canción.

La mayoría de ellos lamentaron que hasta el hallazgo de las fosas sus historias hayan sido relativizadas e inclusive, puestas en duda. Muchos subrayaron la importancia de que al fin se escucharan sus "verdades" y algunos pocos se atragantaron con la angustia y no pudieron terminar sus relatos. Todos, sin embargo, pidieron justicia. La fragilidad a las que se expusieron al revivir el dolor derivó en la fortaleza de las pruebas. La sentencia se pronunciará en diciembre, mes en el que se cumplirán 30 años de democracia en el país. En la sala, ellos demostraron que el paso del tiempo es relativo y que la justicia, aunque tarde 37 años en llegar, es necesaria para reparar.

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