El patrimonio de árboles requiere protección

El patrimonio de árboles requiere protección

19 Febrero 2012
En Tucumán, como bien se sabe, cada vez que se desata una tormenta intensa, o sopla con alguna fuerza el viento, se produce la caída de árboles en nuestras calles y paseos. Por regla general, se trata de ejemplares añosos, que brindaban sombra a transeúntes y a viviendas, y que constituían una preciada decoración de nuestra capital.

Es comprensible que asistamos con tristeza a tales acontecimientos. La inmensa mayoría del vecindario valora los árboles, sobre todo cuando han constituido su entorno familiar durante muchas décadas. Nos apena asistir a su desaparición, y más cuando se calcula el prolongado tiempo que ha tardado en crecer un ejemplar de ese porte. Pero se trata de episodios derivados de fuerzas naturales, y no son sencillas las medidas de prevención o corrección a nuestro alcance.

Con todo, hay algunos recaudos que podríamos tomar y que no tomamos. Es verdad que fuertes tormentas y vientos derriban los árboles.

Pero también lo es que la debilidad del tronco de muchos de ellos no es sólo obra de la naturaleza y de los años, sino también de la predatoria acción humana. Es conocido que muchos vándalos dañan la base de los troncos por medio del fuego. O que algunos, buscando directamente librarse del ejemplar, proceden a arrancarle la corteza para que se seque.

Se trata de actitudes antisociales, que no existirían si estuviera generalizada una adecuada conciencia del medio ambiente. Pensamos que debieran ser denunciadas a las autoridades por cualquier vecino que las detecte, para que el depredador pueda ser responsabilizado civil y penalmente por su acto.

Y otra medida obvia para paliar en algo la pérdida de los árboles es, por cierto, que los mismos sean replantados en forma constante. De tanto en tanto, nuestras autoridades municipales informan que llevan a cabo esas tareas. Pero pensamos que las mismas tienen que desarrollarse con mucha mayor amplitud e insistencia. Además, debiera verificarse periódicamente el estado de los nuevos ejemplares -ya que muchos son pronto objeto del vandalismo- para poder plantarlos de nuevo en caso de destrucción. Todo esto es importante porque, si no cuidamos de reponer los ejemplares que por cualquier causa van desapareciendo, un día nos encontraremos con una ciudad sin árboles, lo que es una perspectiva suficiente para horrorizar.

La autoridad debe también intervenir en los casos en que algún vecino decide, arbitrariamente, retirar el árbol porque le molesta, o porque su existencia afecta la visión del cartel de su negocio: como se percibe, por ejemplo, en varios tramos de la avenida Mitre. Semejantes atentados no se producirían, si el poder público vigilara de modo constante su parque arbóreo y dispusiera sanciones lo suficientemente ejemplificadoras.

Tenemos la felicidad de habitar en una provincia rodeada por el impresionante esplendor de la naturaleza. Nuestros grandes hombres han defendido a todo trance los árboles, y convendría meditar sobre las razones que expusieron en ese sentido.

Juan B. Terán decía que "plantar árboles, defenderlos, amarlos, es un acto del más puro patriotismo. Es la devoción por los hijos, por el porvenir, por los demás hombres, por la humanidad. Es decir, es el amor, que significa sacrificio, lo que hace la grandeza de ese acto sencillo de levantar árboles.

Porque en verdad, no estamos seguros de refrescarnos bajo su sombra o de nutrirnos con sus frutos; pero hay también una sombra y un dulzor de fruto que se goza intensamente cuando se los planta: es la emoción de haber trabajado por el bien y por la belleza".

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