Por los caminos de Rodolfo Rabanal

Por James Neilson. En el prólogo, el autor advierte que estas páginas oscilan entre las notas personales, el relato imaginario y el artículo literario. En uno de los escritos más polémicos se pregunta cómo será visto por nuestros sucesores el arte de hoy.

COSTUMBRES. Rabanal cuenta que, a la mañana, suele escribir a mano y, por la noche, en la computadora. COSTUMBRES. Rabanal cuenta que, a la mañana, suele escribir a mano y, por la noche, en la computadora.
06 Abril 2008
Los novelistas y poetas suelen ser mejores ensayistas que quienes se especializan en el género. Incluso los más dogmáticos se permiten divagar. Sabedores de que en última instancia lo que más importa son las sensaciones que les producen sus contactos siempre aleatorios con ideas, con personas vivas o muertas, con ciertas palabras que por algún motivo les causan una impresión o con el flujo del tiempo, o sea, con el universo cuya mera existencia les parece un tanto rara, no temen alejarse de lo que se supone es el camino principal antes de retomarlo, si es que deciden hacerlo. No se trata de egocentrismo, aunque pensándolo bien todo creador es a su modo particular un megalómano que se cree con derecho a oficiar de Dios, sino de la conciencia de que el mundo está hecho de detalles a primera vista insignificantes que merecen ser recordados y señalados.
Claro, mucho depende de la calidad del novelista o poeta. Si son irremediablemente malos, sería injusto pedirles demasiado. Por fortuna, éste no es el caso de Rodolfo Rabanal, cuyo nuevo libro de ensayos, El roce de Dante, acaba de ser publicado por Seix Barral. Además de ser un novelista notable, es uno de los dos o tres mejores prosistas de la actualidad hispanoamericana. Entre sus contemporáneos argentinos, el único comparable era Juan José Saer, que falleció en París en 2005. Como el de Saer, el estilo de Rabanal podría calificarse de "elitista", lo que es un alivio en estos tiempos signados por el populismo que se ve fomentado por grandes empresas comerciales que, por razones sin duda comprensibles, proceden como si fueran alquimistas resueltos a convencer a los "consumidores de libros" de que todo cuanto se les ofrece es oro.
En este sentido por lo menos, Rabanal se ubica en la tradición representada por Manuel Mujica Lainez y, a su modo, Jorge Luis Borges. Lo mismo que ellos, busca lo que Flaubert llamaba le mot juste: con frecuencia lo halla. Y como ellos es lo bastante erudito como para ocuparse de manera a veces juguetona con la Divina Comedia y hablar, casi al pasar, de la poeta rusa Marina Tsvétaieva, cuya obra conoce muy bien. Aunque a nadie se le ocurriría tildarlo de reaccionario, al igual que sus precursores siente que algo muy valioso está perdiéndose en el tumultuoso mundo moderno al debilitarse la noción de que algunas obras son esencialmente superiores a otras, de suerte que es necesario buscar algo más que procurar escandalizar al público que se supone interesado en "la cultura" confeccionando artefactos pretendidamente originales. En uno de los ensayos más polémicos del libro, Objetos de ansiedad, se pregunta cómo será visto por nuestros sucesores el arte de hoy, "¿Se nos observará como a unos curiosos especímenes generadores de un arte bárbaro, blasfematorio, simple o chato como un pedazo de madera, de un arte absolutamente fiel a la decadencia que parecería motivarlo?" Huelga decir que el interrogante así planteado presupone la respuesta.
El ensayo principal del libro de Rabanal es El roce de Dante en el que, además de discutir de manera muy interesante algunas facetas de la obra poética suprema no sólo del mundo medieval sino también del Renacimiento italiano, nos habla de sus experiencias en la Italia actual cambiante, un tanto cabizbaja y muy confundida. Puesto que es un novelista, las divagaciones abundan, lo que hubiera merecido la plena aprobación del primer ensayista de occidente moderno, Miguel de Montaigne, que entendía que, si bien ninguna forma literaria podría incluir absolutamente todo, en buenas manos la que inauguró sería la más holgada. © LA GACETA

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