La misa de hoy: siempre al Espíritu Santo

La misa de hoy: siempre al Espíritu Santo

28 Mayo 2023

La venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés no fue un hecho aislado en la vida de la Iglesia. El Paráclito la santifica continuamente, como a cada alma a través de inspiraciones que son “todos los atractivos, movimientos, reproches y remordimientos interiores, luces y conocimientos que Dios obra en nosotros, previniendo nuestro corazón con sus bendiciones, por su cuidado y amor paternal, a fin de despertarnos, movernos, empujarnos y atraernos a las santas virtudes, al amor celestial, a las buenas resoluciones; en una palabra, a todo cuanto nos encamina a nuestra vida eterna”. Su actuación en el alma es “suave y apacible (...); viene a salvar, a curar, a iluminar”.

Los Apóstoles fueron robustecidos en su misión de testigos de Jesús, para anunciar la Buena Nueva a todas las gentes. Cuantos crean en Él tendrán el dulce deber de anunciar que Cristo ha muerto y resucitado para nuestra salvación. Y sucederá en los últimos días, dice el Señor, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños. Y sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días y profetizarán. Predica Pedro la mañana de Pentecostés, que inaugura los días en que ha sido derramado de una manera nueva el Espíritu Santo sobre aquellos que creen que Jesús es el Hijo de Dios, y llevan a cabo su doctrina.

Todos los cristianos tenemos la misión de anunciar, de cantar las magnalia Dei, las maravillas que ha hecho Dios en su Hijo y en todos aquellos que creen en Él. Somos un pueblo santo para publicar las grandezas de Aquel que nos sacó de las tinieblas a su luz. Al comprender que la santificación y la eficacia apostólica de nuestra vida dependen de la correspondencia a las mociones del Espíritu Santo, nos sentiremos necesitados de pedirle frecuentemente que lave lo que está manchado, riegue lo que es árido, cure lo que está enfermo, encienda lo que es tibio, enderece lo torcido. Porque conocemos bien que en nuestro interior hay manchas y partes que no dan todo el fruto que debieran porque están secas, y partes enfermas, y tibieza, y también pequeños extravíos, que es preciso enderezar.

Nos es necesario pedir también una mayor docilidad; una docilidad activa que nos lleve a acoger las inspiraciones y mociones del Paráclito con un corazón puro.

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