La Perla, un mundo tan irreal como real que tiene un ángel de la guarda tucumano

La Perla, un mundo tan irreal como real que tiene un ángel de la guarda tucumano

La Perla, un mundo tan irreal como real que tiene un ángel de la guarda tucumano

En mi agenda ya sabía lo que iba a hacer para la previa de la Selección con Países Bajos. Mi historia era llegar a la historia de Federico Marliotti, tucumano de nacimiento, nómade por cuestiones laborales. A Fede lo conocí en una entrevista vía zoom, fue él quién nos orientó un poco sobre Qatar, sobre Doha, sobre la vida en el pequeño emirato y sus costumbres. Y así como nos ayudó a nosotros estando en el piso de LG Play, es para muchos de los tucumanos que pudieron viajar hasta acá una especie de padrino, de mano solidaria. Si algo necesitás, el ingeniero está para ayudar.

Al ya conocer mi hijo de ruta, como que me relajé la noche del jueves e imaginé un sueño plácido de al menos 8 horas, cosa que solo en mis sueños en despierto había ocurrido durante el Mundial. Pero como lo raro ataca cuando menos lo esperás, de las 8 que anticipé apenas si puede embolsar en posición horizontal tres horas con despertares repentinos. Creo haberme dicho a mí mismo, “si pasé este clavario será porque lo bueno vendrá después”.

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Hago el viaje hasta la Perla en Uber, quiero apreciar el paisaje, la mutación de colores y la competencia en altura de los rascacielos. Quizás la primera zona que impacta es West Bay, donde se ve la mayoría de estas obras de arte en altura y donde fue tiempo atrás el punto central de todo en Doha, de los negocios, de viviendas y playas exclusivas. La constante evolución del país hace que nada dure para siempre. Voy sobre cuatro ruedas donde antes era el mar. Puedo decir, entonces, que camino a La Perla corrí por el mar.

En total, son 33 kilómetros de emprendimientos inmobiliarios que nublarían la vista de un águila. Es glamour compuesto de más glamour y de más glamour, en una ecuación donde ya los ceros no caben en una calculadora.

Fede vive en el complejo Vía Bahriya en la torre 4. Se ganó su lugar en este mundo de ostentación después de 18 años de vivir en containers habitacionales en campos de explotación de petróleo y gas; de mudarse de Sudamérica a África, de Europa a Medio Oriente y más combinaciones. No solo eso. El sacrificio de vivir en la ostentación, porque su empleador así lo decidió (no él), no alcanza en las noches que una videollamada con Roi, su esposo desde hace 14 años, resulta tan vacía como una caricia a la pantalla del celular. “Es duro, pero así nos conocimos. Yo estaba en un proyecto en Río y bueno, después nuestra vida se dio así”.

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Justo cuando decidió hacer un parate laboral por la pandemia de Coronavirus le surge la posibilidad de viajar a Qatar. Confiesa que no estaba muy convencido al principio. El cargo no era importante y debía volver a los campos. Fede mantiene vínculo con una empresa petrolera francesa desde hace 60 años.

Su misión en Qatar, si la aceptaba, era hacer las veces de volante central en el fútbol: mantener al equipo compensado y ordenar a quien no se encuentre en su lugar. “Era instalarme en una planta que estaba bajando su nivel de producción y a su vez llevar adelante la instalación de plataformas con personal nuevo. Y que todo marche perfecto”, me cuenta ya en el patio trasero del edificio.

Lo de patio trasero es un decir.

El hall de entrada es tan amplio y alto que entraría una hache de rugby. La caminata hacia el solarium es en línea recta, previo paso por mesa de entrada y registros de guardias de seguridad. En las afueras, mis ojos se topan con una piscina imponente, no por su tamaño sino por la sutileza de su construcción y detalles. Hacia arriba, en otro sector, un jacuzzi es la base de una panorámica con acceso a la playa privada.

Imagine de la siguiente manera, si es tucumano. La playa privada sería una porción circular del lago San Miguel, aunque de agua salada -tiene salida al mar-, estrepitosamente limpia y con juguetes tales como kayaks para poder disfrutar. El plus, guardavidas constantemente custodiando la zona.

La Perla, un mundo tan irreal como real que tiene un ángel de la guarda tucumano

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Como si fuera un edificio de los nuestros, hay que anotarse y pedir el quincho, nada ostentoso pero cabedor. Resulta que los cordobeses también lo habían pedido y la resolución fue, “todos juntos y listos, a cantar por la Selección”.

No sé quién se encargó de las carnes ni fue el asador oficial en una parrilla pequeña a gas. “Uno de los cordobeses que alquiló el penthouse lo hizo”, me dice uno de los tucumanos que fue a visitar a Fede. “Es un capo, yo lo conocí acá. Vine con su primo”, me cuenta Rafael Ponce de León, que forma parte del grupo de “Tucus” que llegó el mismo día del partido con Polonia y tiene planes hasta la final.

Rafa es fanático de San Martín, de hecho viste una camiseta del Santo. Llevaba su bandera a todos lados hasta que se la afanaron después del partido con Australia. De no creer. “La até y cuando terminó el partido fui a buscarla donde la había colgado y no estaba. La verdad, no sé quién pudo haber sido. Mandé mensajes a varios grupos de argentinos y nada. Muy mala leche, el que me la robó”, se lamenta.

Lo que pasó no cuenta como una mancha para Doha de Rafa. “Naaaa, este lugar es impecable. Raro por sus costumbres, pero te da tranquilidad caminar por estas calles. El miedo como que no existe”.

José Yamús, Sergio Mena, Rafael Ruiz Huidobro, Patricio Manson y Juan y Patricio Varela completan el team que se vino desde Tucumán.

El que sí sufrió miedo en carne propia fue el Turco Yamús. “No sabés lo que son los locos que te llevan al desierto. En ruta iban a 225 kilómetros por hora. Tuve que pedirle por favor que bajara la velocidad. ‘Tengo cuatro hijos y quiero volver a verlos’”, el piloto soltó la patita, pero se clavó en 165.

Entre el miedo y la añoranza hay un paréntesis, me explica el Turco. “No hay un bache acá, hermano. Pensar que en Tucumán tenemos hasta en la pista del aeropuerto. Es una locura este lugar, sobre todo cuando hablamos de seguridad”, ustedes que quizás leen desde Tucumán, la seguridad es un estado tan lejano que cuando llegamos a un lugar donde sí la palpamos termina siendo nuestra figurita repetida.

La Perla, un mundo tan irreal como real que tiene un ángel de la guarda tucumano

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Cruzo a Claudio Torres, lo conozco del gym. Hace unas horas se bajó del avión y vino a lo de Fede porque “acá era la juntada”. Es su primer Mundial y lo vive con total ansiedad. “Vamos Argentina”.

Intento buscar a Fede, el deber me llama y quiero charlar un rato más con él. Nos sentamos cerca del Jacuzzi y David Nalbandian, pasa a saludar. El “Rey” formaba parte de la comitiva de cordobeses que había alquilado el penthouse. Buena onda, selfie y a seguir.

En una tierra donde el verano suele hervir, me quedo mirando hacia el cielo de los departamentos y no veo el popular motor del aire acondicionado split. Entonces, me doy cuenta lo lejos que estamos.

“En cada barrio hay un edificio exclusivo para los condensadores. Recibe el líquido refrigerante y luego acondicionan los departamentos”, qué decirles. Luego caigo de espaldas por lo que Federico paga de Luz. El cooling, que es el servicio de refrigeración, va aparte. “No estoy mucho, pero debo pagar entre 50 y 80 qataríes”, hablamos de entre 13 y 23 dólares mensuales. Otra buena de Doha. Ni corte programado ni falta de energía.

Agradezco a Fede por su buena onda, por la camaradería, porque siempre está disponible para ayudar a los tucumanos y emprendo el regreso a la estación de metro. “Justo enfrente tenés la parada del bus que te lleva, el 109”, entonces fue cuando lo extraño me dejó de cama.

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El refugio del bondi tiene sensores, TV, aire acondicionado y un botoncito si estás dentro para abrir las puertas. Sus asientos son de madera lustrada y al lugar le faltaría un colchón y un baño para ser el monoambiente perfecto; tiene luz pero no deja que el sol te liquide.

Unos 5 minutos esperé el bondi. Vino abarrotado de gente, que era lo de menos. Al no conocer la ciudad, puede llevarme de la pantalla que está sobre la cabeza del chofer. En una TV de 24 pulgadas ves cómo se mueve el bus, cuál es la siguiente parada, la final y el tiempo estimado en llegar. Esto es todo tan irreal que pareciera que sigo caminando sobre el agua. Como cuando me vine hasta La Perla.

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