Héctor Tizón: “Un escritor no debe ser solo un bello pájaro ciego que canta, sino un hombre libre”

Héctor Tizón: “Un escritor no debe ser solo un bello pájaro ciego que canta, sino un hombre libre”

Hace una década se fue el narrador jujeño, uno de los destacados creadores de la literatura argentina. La UNT lo distinguió en 2005

Héctor Tizón: “Un escritor no debe ser solo un bello pájaro ciego que canta, sino un hombre libre”

Solo. Los bigotes miran la borra del café. Un abrazo de libros lo cobija en la mesa del bar. Rostro familiar: “Disculpe, tiene un gran parecido con Héctor Tizón”. Se sonríe: “Soy yo”. “- Hace un tiempo comenté una novela suya para LA GACETA Literaria. - ¿Cuál será? - Era la historia de un hombre que se fuga de la prisión y llega a un pueblo al cual, muchos años atrás, un obispo le había prometido un cura. Durante algunos meses, el hombre se niega a que lo tomen por sacerdote, pero ante la insistencia se da cuenta de que es la única manera de no volver a la cárcel y asume ese rol. En realidad, el fugitivo es uno solo con su doble a cuestas. - ‘El hombre que llegó a un pueblo’. ¿Le gustó? - Los personajes que parecen almas en soledad recuerdan al ‘Pedro Páramo’. ¿Se anima a que lo entreviste? - Vea, no estoy de Tizón oficial, sino de incógnito. Soy ahora el ladero de mi mujer que es doctora en Filología y vino a Tucumán a tomar un concurso en la UNT, nos vamos enseguida a Jujuy. No deje de visitarme cuando ande por mi provincia. - Un abrazo a Santa Leoncia de Farfán. - (se sonríe y agrega) No hay una pena de amor que por su boca no queme…”

2012. Una lágrima de silencio se derramó en la Quebrada de Humahuaca ese lunes 30 de julio. La mirada de sus bigotes se extravió tal vez en la memoria de su Yala natal. Escritor, abogado, periodista, diplomático, juez, la infancia ferroviaria nunca lo abandonó. “A un costado de los rieles”, su primer libro, fue publicado en México en 1960.

Se le dio por el alcohol

De Jujuy, la vida lo llevó a Salta para hacer el secundario y ver nacer sus primeros cuentos en el diario El Intransigente. La Plata y la carrera de Derecho le abrieron los brazos en 1949 y en el 58, durante el gobierno de Frondizi, la diplomacia lo condujo a México, donde conoció a Juan Rulfo, Ernesto Cardenal y Ezequiel Martínez Estrada. Una vez por semana lo visitaba a Rulfo. “Lamentablemente, le dio por el alcohol de manera frenética. El presidente mexicano le había otorgado una beca de U$S 1.000 por mes para que se fuera a un pueblo solamente a escribir. Él se fue, pero no escribió un pito. Un día, su mujer me confió que no entendía cómo era posible que Juan amaneciese borracho todas las mañanas, si no bajaba de su habitación. Sucedía que el irresponsable de Pedro Coronel, un amigo suyo por el que le puso Pedro a Pedro Páramo, le ataba del cuello de una botella una soguita y se la izaba. Pobre... y cuando dejó de beber se volvió tan aburrido”, contaba.

Su obra narrativa no tarda en ser galardonada. En 1969, La Casa de las Américas de Cuba le otorga su máxima distinción por “Fuego en Casabindo”; “Extraño y pálido fulgor” recibe en 1999 el Prix des Deux Oceans, en Francia, y en 2002, el Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes en 2002.  El cantar del profeta y del bandido; Sota de bastos, caballo de espadas; La casa y el viento; El hombre que llegó a un pueblo; El viaje; Luz de las crueles provincias; La mujer de Strasser; Extraño y pálido fulgor; El viejo soldado y La belleza del mundo.

La última dictadura militar lo empuja a España en 1976. En “El hombre que llegó a un pueblo”, primera novela escrita tras el exilio, el escritor jujeño juega en forma permanente con la dualidad existencialista: “Somos como nos ven y como nos ven no somos. Ni siquiera un árbol o una casa es siempre como nos parece que es… los libros son como Dios, y mientras convivimos con el libro, vivimos con Dios. Dios es la palabra y en el silencio estamos solos. Ahora lo sabía, la gente de las ciudades vive rodeada de palabras y no necesita más...” Tizón define a su vagabundo como una suerte de mesías canalla y se pregunta: “¿Somos hechura de nuestra propia historia, de nuestros deseos e ilusiones, o hechura de aquello que nos atribuyen? Solo a veces nuestros sueños son más desmesurados que nuestra propia vida... porque todos somos dobles. Y la realidad, a la larga, es la que queremos ver y no precisamente la que es”.

Como las avispas

2005, 26 de julio. La Universidad Nacional de Tucumán lo designa Doctor Honoris Causa. “Un escritor no debe ser solo un bello pájaro ciego que canta, sino un hombre libre… los intelectuales son como avispas que sacuden la comodidad de la siesta provinciana, obligan a los poderosos a mantener insomnio y vigilancia. Tratar de mantener vivas las esperanzas en un mundo cada vez más desigual implica mantener ideales como la probidad, la compasión y las convicciones del corazón”, reflexionó.

Escribe ensayos: Tierra de fronteras, No es posible callar y El resplandor de la hoguera; también libros de cuentos: A un costado de los rieles, El jactancioso y la bella, El traidor venerado, Recuentos, El gallo blanco, Cuentos completos. Sus libros son leídos en francés, inglés, ruso, polaco y alemán. Alterna la escritura con su profesión de juez de la Corte jujeña: “El discurso de un jurista es muy parecido al de un escritor. Un escritor de ficción trabaja con personajes y un jurista, con personas. Pero, además, un juez, a diferencia de un narrador, no puede emplear sobrentendidos ni ambigüedades: su tarea le exige la precisión absoluta. Esa rigurosidad aparece con nitidez en el caso del Código Penal: si uno quita o cambia de lugar una coma de la ley, modifica completamente la tipificación del delito. He llegado a la conclusión de que el buen magistrado debe conocer la literatura”.

De corazón yrigoyenista, había visto la luz el lunes 21 de octubre de 1929 en Yala. “Eso que llamamos felicidad es un pequeño impacto de las circunstancias. No somos felices aunque podamos llegar a sentirnos así por un rato. Lo curioso es que ignoramos lo que nos produce esta sensación: quizá la actitud de búsqueda es lo que causa la felicidad”, afirmaba. Ese lunes 30 de julio, los 82 años de Héctor Tizón se despidieron quizá tarareando: “alegre como pocas doña Santa se amanece, el manantial de sus coplas va por senderos viejos, despenando su soledad…”

PUNTO DE VISTA

Héctor, el ternurador de las palabras

Por Alejandro Carrizo

Escritor jujeño

Conocí a Héctor Tizón primero por sus libros y luego físicamente, por mi revista literaria El Duende, que dirigí en Jujuy desde 1993 hasta 2005. Desde el primer número se sumó entusiasta este hombre sobrio, con una mezcla de ternura y dolor en la mirada (marcas tal vez de su exilio). Éramos vecinos, él vivía en una hermosa casa en las escaleras a Ciudad de Nieva y yo abajo, a pocos metros. Como siempre, la literatura nos incitó a la amistad. Entonces también me encariñé con Flora Guzmán, su esposa, que me presentó al gran poeta tucumano Mario Romero. Y nos juntamos con Santiago Sylvester y Leonor Fleming, y con Rhonda Buchanan, investigadora estadounidense. Héctor me convidó de sus amigos Aníbal Ford, Héctor Yánover, y yo le restituí con Pedro Orgambide y Rodolfo Alonso.

Pasamos gratos momentos en su casa de Yala, en esa mágica galería entre árboles y pájaros, con su perro “López”. Tuvimos muchas anécdotas felices con la revista, y otras un tanto complicadas, como aquella en que, jóvenes rebeldes y desafiantes, conseguimos una nota de la embajada de Irán, luego del atentado a la AMIA. Héctor me llamó urgente a su oficina y me dijo, enojado: “sacame del staff, ¡es un atentado terrorista!” Tenía razón, fue un infantilismo periodístico. Lo singular era que lo decía con un tono paternal y afable. Al poco tiempo tocó la puerta de mi casa y me dijo: “tengo una nota para la revista”, y me abrazó con ese tono suyo tan cordial. Siempre me llamó la atención eso: hablaba poco, pero sus palabras eran un diáfano manantial, como en sus escritos.

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