La única certeza en el PJ es la que nadie quisiera tener

La única certeza en el PJ es la que nadie quisiera tener

Entre los oficialistas circula una sola certeza: con este rumbo, retener el Gobierno nacional y buena parte de las provincias en manos del peronismo será imposible. Por eso los exponentes de ese espacio, sean kirchneristas, albertistas o moderados, están inquietos. Al punto que se multiplican las ideas desde diferentes puntos del país de adelantar las elecciones provinciales para así despegarlas de los comicios nacionales. Apenas cerrado el primer trimestre de 2022 y con largos meses por transcurrir hasta 2023, prima más la sensación de que cada uno debe buscar su propio salvavidas y cuanto antes, sin importar lo que le depare el destino al resto de la tripulación.

Sobre esto conversan desde encumbrados referentes justicialistas hasta dirigentes que, cada vez con mayor frecuencia, admiten que ya ni siquiera pueden caminar por los barrios. Allí, donde el peronismo cimienta su política electoral, ellos mismos se sienten inseguros y rechazados. Más allá de que pueda existir algún fogoneo por detrás, la imponente convocatoria de las organizaciones sociales y piqueteras para reclamar por comida y trabajo al Estado, hace una semana, es una muestra de la distancia que hay entre lo que el PJ ofrece y la realidad de la calle. Hay, de manera generalizada, una sensación de temor hacia lo que puede depararles el electoralísimo 2023.

“Veo un profundo deterioro de la gobernabilidad”, dijo el jueves, durante su paso por Tucumán, el auditor General de la Nación, Miguel Pichetto. En público, el ex compañero de fórmula de Mauricio Macri no quiso profundizar en las alarmas, pero dejó en claro que hay una tensión creciente en las calles. En cambio en privado, según relataron varios de los interlocutores con los que conversó en esta provincia, fue mucho más dramático en sus presagios respecto del devenir del Gobierno de Alberto Fernández. “El Gobierno nacional está quebrado. Está con graves diferencias”, amplió a LG Play. El intendente Germán Alfaro, su bendecido local dentro de Juntos por el Cambio, fue aún más directo: “Debemos buscar la gobernabilidad para que este Gobierno termine su mandato”.

Entre quienes son gobierno coinciden en que la fractura entre el Presidente y la vicepresidenta difícilmente tenga retorno y que la fragilidad es indisimulable. Los más optimistas afirman que habrá una convivencia tensa hasta la finalización del mandato, en el mejor de los casos. En paralelo, en el espacio que lidera Cristina Fernández de Kirchner aclaran que no harán nada para obstruir la gestión. Pero luego avivan el fuego interno y celebran la ironía que lanzó la ex presidenta durante el homenaje a los caídos en Malvinas. El sábado, la titular del Senado trajo desde los años 80 el fantasma de la hiperinflación de Raúl Alfonsín. Al menos, poco oportuno y riesgoso.

El tiroteo verbal de quienes simpatizan con La Cámpora hacia el Gobierno tiene un nivel de virulencia inédito. Decididamente, le perdieron el respeto al Presidente. Porque no se trata de voces marginales o aisladas del Instituto Patria, sino de un ataque sostenido que encabeza la primera línea cristinista. “Esto se va a poner feo”, llegó a alertar esta semana el secretario de Comercio, Roberto Feletti. Lo dijo luego de reclamarle al ministro de Economía, Martín Guzmán, “líneas claras de política económica que preserven ingresos populares”. En cualquier otro Gobierno ya habría sido echado, pero no en esta gestión disfuncional en la que la vice tiene más poder que el jefe de Estado.

Cuando logra desprenderse de sus exasperantes vacilaciones, el albertismo se defiende como puede. Dicen que optó por no responder, aunque sí contraatacar. En rigor, que el jefe del bloque oficialista en Diputados desactive el tratamiento express de la reforma del Consejo de la Magistratura es una muestra de la hostilidad mutua. Es, ni más ni menos, el proyecto que a nivel personal más interesa a Cristina porque es central para su pelea con la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Y, así como al pasar y luego de haber conseguido que sea aprobado con lo justo en el Senado, Germán Martínez dijo que no le parece serio tratar un asunto de esa envergadura en tan poco tiempo (según el fallo del máximo tribunal, la nueva composición del órgano encargado de seleccionar magistrados debería ser aprobada hasta el viernes).

Salvataje

La posibilidad concreta de que vaya en aumento la escalada de tensión interna aflige al jefe de Gabinete, Juan Manzur. A los tucumanos que lo visitaron esta semana en la Casa Rosada les admitió su preocupación por el nivel de beligerancia y de sus consecuencias. Hay un impacto inmediato: pese al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la gestión de Alberto Fernández ni siquiera carretea en la pista. En su entorno se defienden con el argumento de que el contexto internacional, antes por la pandemia de coronavirus y ahora por la guerra en Europa del Este, no le permite despegar. Así las cosas, ya hay quienes se preguntan si el gobernador en uso de licencia tiene listas las valijas para saltar del avión.

Ante los ojos de cualquiera, el tucumano se presenta como uno de los armadores del albertismo. Con el reparto de fondos federales en sus manos, Manzur construye en su nombre relaciones con los gobernadores peronistas y con el sindicalismo. Pero, ¿qué pasa si en los próximos meses la débil situación del Presidente se torna aún más difícil de sostener y sus proyectos reeleccionistas no maduran? Su permanente sonrisa esconde la respuesta: habrá construido una red con los caudillos provinciales que le abre la chance de sentarse a hablar de poder con Cristina. En rigor, los mandatarios entienden ese juego al que los invita a participar Manzur y se enganchan porque, mientras le hacen creer a Alberto que construyen para él, en realidad lo están haciendo sin él. Y para ellos.

Los sustos electorales del año pasado sirven como advertencia: el Frente de Todos pasó sofocones en provincias históricamente imbatibles. Desde entonces son conscientes de que hoy casi ninguno garantiza triunfos cómodos –Tucumán es un ejemplo- y que para ganar, Cristina debe estar adentro de cualquier armado porque es la única que fideliza un tercio de los votos. El asunto a resolver es cómo llegar a 2023 con una coalición que sea competitiva. “Si no es Cristina, será Sergio Massa”, cuentan que repite Máximo Kirchner en reuniones cada vez menos reservadas. El rechazo que genera la figura de la ex presidenta en la mayoría de la población es la puerta que se le abre al titular de Diputados. Como la elección del próximo año se presenta pareja y todo indica que podría haber balotaje, el tigrense suena como alternativa. Para eso, claro, deberá sostener el equilibrio entre los dos extremos –cada vez más alejados- de esta alianza gubernamental. Hasta aquí, ha demostrado que no tiene pereza en hacerlo: se tomó un avión para venir a cenar con Manzur y Alberto en Tucumán la misma noche que el Senado aprobó el acuerdo con el FMI y una semana después intercambió sonrisas y mimos con Cristina en el Congreso.

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