¿Qué hago con la ira para no actuar como Will Smith?

¿Qué hago con la ira para no actuar como Will Smith?

La reacción del actor a la agresión que sufrió su esposa generó repudio y memes, pero también apoyo. Especialistas tucumanos nos ayudan a pensar posibilidades alternativas que no sean violentas.

NO SÓLO EN HOLLYWOOD. Reacciones cargadas de ira parecen ser “el pan nuestro de cada día”, también debido a la sensación de impunidad. NO SÓLO EN HOLLYWOOD. Reacciones cargadas de ira parecen ser “el pan nuestro de cada día”, también debido a la sensación de impunidad.

“El amor te hace hacer cosas locas”. La frase formó parte del discurso con el que, entre lágrimas,  intentó del algún modo justificar su acción Will Smith en el momento en que, con la estatuilla en la mano, agradecía a la Academia de Hollywood el premio al mejor actor protagónico de los Oscar.

Había pasado sólo un rato desde que, desbordado por una agresión verbal pública a su esposa, le había propinado una bofetada a un colega. Todo sobre el escenario, trasmitido en vivo al planea entero.  Luego regresó a su asiento y exclamó: “mantén el nombre de mi esposa fuera de tu maldita boca”.

“El amor te hace hacer cosas locas”, dijo, y la pregunta surge casi inevitablemente: ¿fue ese golpe un acto de amor?

“El detonante -un ‘chiste’ de pésimo gusto-, había sido terrible; y fue el primer y muy duro acto de violencia. Violencia sobre una mujer, afroamericana y con una enfermedad... -resalta la psicoanalista Silvana Yuse, que trabaja con personas en situación de violencia-. Pero la respuesta tenía que haber sido otra. Podría haber hecho un montón de señalamientos, poner palabras en lugar de golpe. Pero llegó el golpe”.

De todas formas, aclaremos, nuestro tema no es la (triste) anécdota; intentamos pensar cómo ayudar y ayudarnos a lograr modos de resolución de los problemas que no apelen al descontrol,  a responder la violencia con más violencia. Y eso no significa, claro, que enojarse esté mal...

Rol ancestral del enojo

Las emociones dicen qué nos está pasando y tienen dos caras, destruyen o resuelven, asegura Flavio Garlati, psicólogo gestaltista y perito forense. “Son como el tablero del auto: nos indican si hay nafta, falta aceite, no te pusiste el cinturón... Pero hay que aprender a decodificarlas”, añade y destaca que desde nuestros orígenes, hace millones de años, las emociones sirvieron para solucionar problemas. “Por ejemplo, ante las amenazas, el enojo nos pone en acción: aumenta la cantidad de adrenalina en sangre”, agrega.

“Ancestralmente, las soluciones posibles eran sólo dos, ataque o huida. Hoy tenemos maneras de controlar el enojo sin que ello implique replegarnos y renunciar a buscar soluciones”, explica. Resalta que el enojo no es malo en sí mismo y apela a palabras de Norberto Levy (fundador de la Asociación Gestáltica de Buenos Aires) para explicarlo: “El enojo es, en esencia, un remanente de energía que está destinado a aumentar nuestros recursos para resolver el problema que nos produce enojo. Sin embargo, al no saber cómo canalizarlo, termina convirtiéndose en un factor que daña aún más la situación a que nos enfrentamos”.

“La frase, tomada de su libro ‘La sabiduría de las emociones’ se completa con esta reflexión: ‘es de fundamental importancia conocer de qué está hecha esta emoción y aprender a transformar el enojo que destruye en enojo que resuelve”, agrega.

“Claramente no puedo saber qué fue lo que Smith sintió durante la ceremonia al momento de al agresión -aclara-; pero mi hipótesis es que vivió que amenazaban a alguien que siente como una parte de sí mismo, de su proyecto personal, a su pareja... y no pudo manejar la situación de una manera resolutiva; el enojo se hizo destructivo y se transformó en ira”.

“Y la adrenalina que se acumula nubla la posibilidad de pensar con claridad. Se trata de una cuestión de grados, como describe también Levy”, añade Garlati y nos da un dato más: en la base del enojo suele estar el sentimiento de frustración.

Yuse elige llamar impotencia a lo que Garlati describe como  frustración, y reflexiona sobre lo ocurrido en términos de “ganar un lugar frente a otro hombre”.

“Con esa reacción, Smith de alguna manera acalla a su pareja, como si ella necesitara un hombre que la defendiera. Pero, además, una vez más alguien se escuda en que ‘el amor te hace hacer cosas locas’ para ejercer violencia. Hay tantos casos ya... ¿qué impide suponer que, también ‘por amor’, sea capaz de pegar, o de matar? ”, se pregunta y reflexiona que la vida en sociedad se sostiene en normas, en sistemas que regulan las relaciones y que buscan minimizan el riesgo de la violencia.

“Había otras maneras posibles de reaccionar: tomar el micrófono, por ejemplo, y desenmascarar ante el público -como había tenido lugar la violencia inicial- la agresión disfrazada de chiste”, agrega Yuse; por supuesto, Garlati coincide con ella.

Pero Yuse, psicoanalista al fin, insiste en las preguntas: “¿por qué reaccionó así? Cabe pensar: ¿es la primera vez que Smith ‘resuelve’ sus problemas a los golpes? Parece reflejarse allí un posicionamiento respecto de la masculinidad”, postula. (N de la R: ya en 2012 Will Smith había bofeteado  a un periodista que intentó besarlo en la boca).

¿Qué aprendemos?

Pero insistimos: la cuestión no es repasar una y otra vez la anécdota de Hollywood, sino abrir la posibilidad a pensar y a pensarnos, como sujetos y como sociedad. Por eso, volvamos a la pregunta inicial: ¿qué hacemos con nuestra ira para no actuar como lo hizo -hace dos días- esta estrella mundial del cine, y lo hace tanta gente con tanta frecuencia aquí nomás, cerquita de nosotros? ¿Qué nos pasa a todos cuando el enojo “se nos va a las manos”?

“La ira desorganiza y activa las estructuras más primitivas de nuestro cerebro, las que responden al esquema ataque-defensa”, nos recuerda Garlati, pero precisa que hay herramientas conductuales que ayudan a controlar la situación del momento, sin implicar la resignación al ataque ajeno.

“Por ejemplo, se puede empezar por descargas físicas que no sean violentas (ataque), pero que hagan bajar la adrenalina: respirar profundo, caminar, hasta pegarle al asiento...”, intenta una enumeración.

“La cuestión es que esas acciones nos permitan frenar, volver a pensar y activar la palabra en lugar del golpe -añade-. Y en este segundo punto, por ejemplo, elevar la voz y que en ella se manifieste nuestro enojo es una combinación posible de ambas”.

Dicho de otro modo: sin llegar al golpe, en el caso que estamos tomando sólo como ejemplo, habría sido una salida “honorable” la frase de Smith: “mantén el nombre de mi esposa fuera de tu maldita boca”.

“En tercer lugar, ayuda mucho a disipar la ira lograr del otro una formulación reparatoria, es decir, que el agresor se disculpe. Así, el deseo de castigar se puede resolver”, añade Garlati.

La pregunta es clave

Yuse coincide, en términos generales, con él; pero tiene algunos reparos. “Los ejercicios de control pueden ser una solución si se trata de casos aislados de estallidos de un sujeto; pero el control, por sí solo, no toca nada de la subjetividad; del origen de la persona que es agresiva”, explica.

Y ante la violencia que parece repetirse (tanto la física de Will Smith como la verbal de Chris Rock, que la detonó, y que es tan frecuente) lo que les permite a los sujetos el cambio es hacerse preguntas profundas, explica.

“Hay que lograr ser capaces de interrogarnos ¿por qué me desbordo?; ¿qué fue lo tan íntimo que tocó el detonante que me quedé sin más recursos que el golpe para responder? Nuestra violencia debe llamarnos la atención”, resalta. “Es crucial que nuestros actos se transformen en síntomas para nosotros mismos; es decir, nos sorprendan, nos pongan en cuestión”, destaca.

Sucede que ni justificaciones ni ‘atenuantes’ (‘el amor’, alcohol o abuso sufrido) sirven para solucionar la cuestión. “Si la persona agresiva no se conmueve por su acto, si no ‘le hace ruido’, si no se angustia ante él, nada va a cambiar. Y en ese punto, intentar sólo el ‘control’ es como ponerle un tapón a la problemática. Si no te enfrentás a ella, va insistir; así o de otra manera, pero va a insistir”, finaliza.

Punto de vista

Problemas de las buenas formas

Por Sergio Hernández / Psicoanalista

¿Debería haber puesto cara de circunstancia y, en honor a las buenas formas, conservar la llamada compostura? ¿O será que nuestras sociedades posgenocidios entienden que las buenas formas son formas de silencio ante los excesos de los demás?

Una mujer fue humillada públicamente y su compañero emitió un mensaje claro: no te burles de ella. Y el chirlo afirma que es algo que no está sobre la mesa de negociaciones, aunque tal vez no lo inviten más a los premios Oscar.

¿Sentenciarlo como violento no encubre ese modelo de pensamiento que juzga violentas las pintadas en protesta por los múltiples femicidios? ¿Las mujeres debieran mantener la calma pese a que matan una cada 27 horas en la Argentina? ¿Los pueblos debieran permanecer calmados ante el saqueo? ¿Qué es preferible: la indignación agitada o el autismo de las buenas formas?

Al igual que el público de los Oscar, hay sectores de la sociedad que no registran el exceso. El Poder Judicial, por ejemplo, como lo demuestran las 14 denuncias que realizó Paola Tacacho sobre el riesgo que corría su vida. ¿Cómo no esperar reacciones sin “buenas formas”, cuando la ley se transgrede obscenamente?

Es cierto que fracasó la palabra, pero cabe preguntarse, ¿dónde comenzó ese fracaso? ¿En el interior de la subjetividad de Will Smith? ¿O más bien es preciso remontarse a la tentación de Chris Rock de humillar a una mujer?

Como enseñó Freud, en los confines de la subjetividad reina la violencia, y lo que permite que esta oscura e íntima tentación se atempere es la posibilidad de hacer pactos. Esto supone que las transgresiones no sean llevadas a los empujones al olvido, sino puestas en relación con la ley, que los transgresores puedan pagar por su exceso, y así volver a dar vigencia al intercambio simbólico que nos resguarda del imperio del mas fuerte.

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