“Un gruñón querible que destilaba afecto”

“Un gruñón querible que destilaba afecto”

DEFINICIÓN. ”No vendía libros, construía pasión”, dice de él Ladetto.  DEFINICIÓN. ”No vendía libros, construía pasión”, dice de él Ladetto.

Estaba en la puerta con los brazos cruzados. Si le preguntabas por algún libro, te contestaba: “¿Lo vas a llevar?”. Según la respuesta (habitualmente era “no sé, quiero verlo”), franqueaba o no el paso. Ya había pasado por el mesón en la calle; eran los 80 y estaba instalado en un local en una esquina frente a la plaza Urquiza. Para los adolescentes de la época era un gruñón querible que destilaba afecto detrás de cada ladrido, que con cada comentario medía quién eras y qué querías para abrirse de par en par sólo con algunos.

De barrio Norte se fue al centro. A principios de los 90, entre los estantes de su librería ya en Córdoba al 500 se forjó el sublema “El miedo no es tonto”, con miles de votantes para Palito Ortega que, más que por convicción que por deseo, fueron a las urnas con su boleta para que no llegue Antonio Bussi al poder. A mitad de esa década ya no alcanzó, y su sitio se transformó en espacio de resistencia militante donde hablar de los derechos humanos. No era nuevo en él ni en muchos otros; para los más jóvenes, fue despertar a una experiencia distinta. No vendía libros: construía pasión, conocimiento, emoción, compromiso.

En Muñecas al 200, el café entre libros se transformó en puerto obligado para fieles devotos; recién llegados que buscaban una brújula para entender Tucumán y visitantes ilustres en lista interminable, que recibían el consejo de los iniciados de sus países de recalar allí cuanta vez viniesen. Siempre el quiosco de su madre a un costado.

En tiempos de franquicias sin identidad, llegar en su territorio significaba adentrarse en el espacio del discurso explícito, con el peronismo como estandarte. No había dudas de dónde estabas cuando atravesabas la puerta y consumabas el ritual del reencuentro. Su sala alojó poesía, teatro, presentaciones, charlas, música, sabedor de que el saber se expresa más allá de la letra impresa.

Resiliente de 1.000 batallas, las apuestas estaban a su favor una vez más. Pero en tiempos aciagos, la taba cayó del lado malo. Que se haya ido Miguel Frangoulis sólo será cierto si se lo olvida, lo que será imposible para quienes lo quisieron. El legado seguirá alto en Silvia, Juan Manuel y Caro, que más que herederos son también constructores de la historia de El Griego.

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