Bibliotecarios de ayer y de hoy

Bibliotecarios de ayer y de hoy

En el Día del Bibliotecario, que se conmemora hoy, algunos de ellos nos cuentan cómo viven el oficio en esta época de enciclopedias online y de una marea de libros digitales. La metamorfosis de las bibliotecas de Tucumán y hacia dónde mira el futuro.

Bibliotecarios de ayer y de hoy

Verónica Estévez rememora el día en que fue a un curso para interiorizarse sobre la bibliotecología y quien lo dictaba resaltó: los bibliotecarios más peligrosos son los profesionales de Letras porque se quedan leyendo, hechizados, mucho tiempo los libros y aletargan el trabajo de catalogación.

En ese entonces el docente no se equivocó, ¿pero qué podía hacer ella? si al estar rodeada de tantas obras se sentía en el paraíso.

Desde 2008, Estévez administra la biblioteca de letras del Centro cultural Alberto Rougés. El área es una recopilación de alrededor de 10.000 textos donados por David e Inés Lagmanovich y de la adhesión de las bibliotecas personales de la docente Nilda Flawiá de Fernández y del antropólogo cultural Adolfo Colombres.

Su fuerte es la literatura y cultura del NOA, aunque existen además otras joyas como un sector dedicado a la narrativa policial. No obstante, la estructura subsiste con la visita de investigadores que realizan sus tesis doctorales, trabajos académicos o buscan archivos especializados (aún con una actitud casi reverencial hacia el papel) antes que por lectores comunes.

En relación a la oferta que muestra internet (la nueva “biblioteca universal”), Estévez recalca que algunas prácticas quedaron vetustas. “Un fenómeno interesante es que antes en las bibliotecas era de suma importancia el sector de referencias (con diccionarios y enciclopedias). La computadora, Google y Wikipedia reemplazaron estos textos que ocupan grandes superficies de almacenamiento. A tal punto que, desde mi llegada, nunca nadie consultó este material”, comenta.

En paralelo, la noción de un lugar estático, silencioso y pasivo también desapareció. “Para activar la circulación de lectores y mantenerse en píe, las bibliotecas se han convertido o apuntan a ser focos dinámicos de animación de la lectura y de generación de proyectos, talleres, presentaciones, actividades culturales, etcétera. Lo que prima es un espacio con diversas experiencias colectivas en su interior”, reflexiona.

Esa experiencia sensorial e inmersiva es lo que jamás podrá equiparar un e-book. Un ejemplo de ello, es lo que despierta inspeccionar el mobiliario que hay en la biblioteca Padilla (otra sala del centro cultural) y perteneció al ex gobernador o inspeccionar algunos ejemplares y hallar en sus márgenes escolios o reflexiones de sus antiguos dueños.

Sin ir más lejos, en la colección de “Cancioneros” de Juan A. Carrizo, hay rastros de la pluma de Ernesto Padilla criticando algunas coplas o peleándose con el autor. ¿El oficio deja sus mañas? “Nunca pude leer ficción desde un dispositivo electrónico y eso deriva en constantes llamadas al carpintero para que me coloque más estantes. En mi biblioteca tengo unos 2.000 títulos y al mudarme también llegan las quejas del transportista por las cajas y cajas por llevar. La verdad, disfruto mucho del trabajo. Hay personas que sugieren que paso el día metida en un subsuelo sin hablar con nadie. Para nada, estoy rodeada de libros, así que las conversaciones sobran”, aclara.

Alberdi inmortal

La biblioteca popular Alberdi es un sinónimo de resiliencia, un insecto kafkiano que muta de piel para sobrevivir. En su memoria hubo libros entre los escombros, humedad y una larga clausura después de que (el 4/11/2019) se desprendiera una parte del cielo raso. En el medio, también hubo actos vandálicos que diezmaron la colección de obras y tecnología.

La mayoría de los tucumanos pensó que sería el último round y ante el estupor general el espacio volvió a activarse. En ese sentido, el bibliotecario Marcos Uliarte presenció el apogeo, la caída y la resurrección de su héroe desde detrás de las estanterías.

Su vínculo con la biblioteca arrancó hace unos 20 años como un lector más. “Entré por primera vez siendo adolescente, recuerdo que me había mudado hacía poco a la provincia y estaba fascinado”, relata el docente de Plástica.

Con el tiempo se volvió una cara habitué y surgió la sugerencia de colaborar en la atención al público y capacitarse. En su experiencia, Uliarte asegura que las bibliotecas poseen una ventaja comparativa. “La gente tiene demasiada información a su alcance por lo que muchos desconocen cómo filtrarla, chequear su veracidad o separar lo útil de otros datos. Sin darnos cuenta, siempre que ocurren situaciones de este tipo volvemos a remitirnos a los libros porque son una fuente confiable, ordenada y creíble. Al reabrir, nos pasó que bastantes estudiantes jóvenes o sus padres recurrieron a la biblioteca por este motivo”, explica.

El otro beneficio es ejercitar nuestras capacidades cognitivas. “Venir a una biblioteca implica investigar, ser crítico con las obras que encontramos, compararlas y otra serie de pasos que suman valor al esfuerzo. No absorbemos los conocimientos de manera pasiva con la computadora, sino que nos volvemos buscadores activos de aprendizaje”, señala.

Para esta labor los temas sobran, y seguro habrá algún alma que hasta opte por levantar los gigantes manuales sobre piedras energéticas, esoterismo, higiene personal o “Los trastornos electrolíticos más frecuentes”.

En una vuelta de tuerca, lo curioso es que Marcos pasó de rellenar fichas a convertirse en “rescatista” luego de que la mayoría de los libros desaparecieran en la nube de polvo que dejó el accidente. Actualmente, una de sus funciones es lograr que las obras sean restauradas y vuelvan a los anaqueles.

El primer piso pasó a ser la base de operaciones, donde más de 7.000 títulos con lomos sepia o ennegrecidos esperan su aseo. “El proceso es complejo; ahora debo explorar y chequear el estado del material. Después sigue una limpieza superficial y otra interna, hoja por hoja. Aquellos libros que están sin tapa o dañados también pasan a otro rincón”, detalla mientras pasa, protegido con barbijo y guantes, un delgado cepillo por las páginas de un tomo. “Al llegar a la biblioteca Alberdi me enamoré de la parte histórica. No podía creer que hubiera tanta bibliografía del siglo XIX en nuestras narices y no estuviera clasificada o dispuesta para atraer a los visitantes. Lo que me incentiva a seguir es rescatar ese material, preservar nuestro pasado y darle el resto que se merece al exhibirlo como corresponde”, finaliza.

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