Cuatro escritores inspirados por la plaza Independencia

Cuatro escritores inspirados por la plaza Independencia

Cuatro escritores inspirados por la plaza Independencia
08 Julio 2021

Pablo Rojas paz

El encuentro con Lola Mora

Una mañana de 1904, el niño tucumano Pablo Rojas Paz decidió no ir a la escuela Belgrano. La señorita Escobar le exigía la tabla de multiplicar y no la había estudiado. Ya reconocido escritor, 36 años más tarde evocaría esa jornada en el delicioso libro “El patio de la noche”.

Rojas Paz se sentó en un banco de la plaza Independencia, mientras Lola Mora (foto) colocaba el mármol de La Libertad a pocos metros del “yutero”. Entonces la escultora se le acercó, preguntó su nombre y por qué no estaba en la escuela. “Me llamo Pablo y no sé la tabla de multiplicar”. Lola Mora le dijo: “siéntate a mi lado, vamos a estudiarla”. Se sentaron en un bloque de granito, Lola le ofreció caramelos y empezaron.

En un momento dado ella inquirió: “¿y cómo dices que no sabes la tabla de multiplicar?” Pablo respondió: “es que frente a la señorita Escobar me olvido de todo”. La escultora le recomendó que fuese a la escuela y se olvidase de miedos. Pero cuando miró hacia arriba cambió inmediatamente de gesto y tono; de dulce y amable se puso irascible y violenta. Y dando un grito exclamó: “¡abajo todo el mundo! ¡Estáis colocando ese bloque al revés!”

Pablo optó por retirarse y en ese momento oyó una carcajada y una voz que preguntaba: “¿a quién se le ocurre hacer la yuta en la plaza?” Era el padre Colombres, amigo de su casa. Y le dio un consejo: “vete hacia las quintas a robar naranjas o a hacer saltar el puntal de un vagón de caña. Nunca vengas a la plaza y con libros”. (Carlos Páez de la Torre (h), en la sección de LA GACETA “Apenas ayer”)

Paul Groussac

Romanticismo en la plaza

No necesitáis ser viajero, ganar las selvas vírgenes de los alrededores, para experimentar el inefable encanto; ciertamente, si algo hay que sea prosaico en una plaza pública, sentaos en la plaza de Tucumán una hermosa noche de primavera y saboread una hora de su prosaísmo.

El aire está apacible y estrellado el firmamento; una mano invisible alza en el cielo sereno la pálida luna, cual hostia enorme del sacrificio universal. En los naranjos de la plaza apenas si un ala de pájaro agita las hojas inmóviles; se desliza hasta aquí, entre las ondas sonoras de la atmósfera, el preludio de un piano lejano que mece sin estorbarla la soñadora meditación. (Del libro “Los jesuitas en Tucumán”)

Juan J. Hernández

Paseos en las noches de retreta

En verdad que uno de los grandes atractivos de nuestra ciudad es el paseo de la plaza, durante las noches de retreta. Tiene particularidades que lo distinguen, haciéndolo realmente incomparable. En medio de la concurrencia que a él asiste, no se cree estar en una plaza pública, sino en un salón lleno de distinciones.

(...) El paseo de anoche estaba bellísimo. Estaban allí muchas de las hermosas, cuyos nombres han prestado más de una vez brillo a la crónica social. Los ojos tenían en qué deleitarse. Era el paseo un salón; pero un salón animado y brillante. Rivalizaban allí las morenas y las rubias, de ojos negros y ardientes como las mujeres árabes las unas, y de azules ojos las otras, azules como los de las mujeres cantadas por Goethe. (Del libro “La ciudad de los sueños”)

Eduardo Rosenzvaig

El final feliz de la libertad

El reportero de El Orden estaba libre esa tarde y fue a la estación. A las cinco menos diez la artista Lola Mora subía apresuradamente al tren, entraba al coche dormitorio y abría la ventanilla. El periodista la reconoció enseguida, cuando la vio con la cabeza afuera, mirando hacia la entrada de la estación. Se sonreía.

- ¿De qué se ríe señorita Mora?

Ella no contestó. Él volvió a insistir. El gesto se hacía cada vez más amplio.

- ¡¿De qué se ríe?!

- Estoy mirando a La Libertad, mi estatua.

- ¡Pero si de aquí no se la ve!

- ¿Usted cree? Se la puede ver desde cualquier ángulo.

- ¡Su libertad causó buenos trastornos! -gritó él entre la gente que se despedía.

Ella empezó a reírse, mientras lo miraba agradecida.

- Sí, tiene razón.

- ¡De qué se ríe señorita! -gritó él casi corriendo.

- ¡La felicidad!

- ¡¿La felicidad qué...?! -alcanzó a gritar pero sin poder oírla por el traqueteo de los vagones.

- ... es una virtud. (Del libro “La espalda de La Libertad”)

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