El adiós de una guitarra con alma bohemia

El adiós de una guitarra con alma bohemia

El admirado músico y cultor del tango dejó huérfana a la noche tucumana. Hábil para muchos oficios. El Alto de la Lechuza.

DE BAJO PERFIL. Zazá del Pino era muy dúctil y de buena digitación, seguía la escuela de Grela. GENTILEZA DE CARLOS “EL lAUCHA” pÉREZ DE BAJO PERFIL. Zazá del Pino era muy dúctil y de buena digitación, seguía la escuela de Grela. GENTILEZA DE CARLOS “EL lAUCHA” pÉREZ

Acordes de guitarra han tejido su historia en los pentagramas de su oído y el corazón durante más de siete décadas. La música y su arte han eclipsado su vida personal, que tuvo, por cierto, algunos sinsabores. Voces y recuerdos de amigos y colegas reconstruyen la memoria de ese bohemio con alma de compadrito, que se apagó en la madrugada del lunes. Bruno de Jesús Moyano no sospechaba que por el tango Zaraza, que le gustaba cantar en sus mocedades, la peña El Alto de la Lechuza lo bautizaría Zazá y le agregó luego: Del Pino.

Su padre carpintero le enseñó el oficio y en forma intuitiva comenzó construir guitarras. “Se crió cerca de la cárcel, por la Venezuela y la avenida Mitre. Marcelo Véliz, gran guitarrista, fue su maestro; se conocieron en el club Central Córdoba, y comenzó a tocar tango. Después hicieron un dúo impagable; acompañaban a todos los cantores de Buenos Aires. En El Alto era Dios, todos iban a verlo ahí. Tocaba también valses peruanos, boleros, música cuyana”, evoca Carlos “El Laucha” Pérez que tocó con él durante 28 años, en dúo y en trío con Tono Lezana.

Seguidor de Roberto Grela, acompañó a Hugo del Carril, a Alberto Marino, Roberto Yanés, Nelly Vázquez, Jorge Valdez, Argentino Ledesma... “Fue cuatro años guitarrista de Mercedes Sosa, antes de que ella se fuera a Mendoza. Era sencillo, no muy hablador, más bien callado, un hombre reservado; tenía mucho swing y manejaba muy bien los pianos”, sostiene Pérez, quien grabó dos discos con él, aunque no llegaron a editarse.

Carlos Podazza lo conoció cuando iba a estudiar guitarra con Marcelo Véliz, “mi primer profe y un guitarrero increíble”, en la calle San Martín, frente a la Casa de la Cultura, en un sótano de una casa de artículos regionales. “El Zazá siempre estaba con él. Y después vino mi admiración como un gran guitarrista, nunca toqué con él ni en reuniones, siempre fue un conocimiento de saber lo que hacía uno y otro, un referente de la guitarra en Tucumán”, recuerda el fundador del taller cultural Nonino.

Muy reo y arrabalero

Para el cantautor taficeño Rubén Cruz fue una leyenda de la guitarra tucumana: “vivía en Villa Mariano Moreno, era un hombre muy hábil, un empírico total para muchos oficios: albañilería, herrería, alineaba autos, fabricaba guitarras... Lo relevante en él fue su arte para interpretar la guitarra en el rubro tanguero, compuso algunas melodías, era muy reo, muy arrabalero para cantar. En los últimos tiempos tocaba con el Rata Pérez y el Tono Lezana que hacía un trío fabuloso. Tuve la suerte de ser su amigo; un hombre tremendo, lleno de códigos y me acompañó en algunos discos míos. Es una gran pérdida para el tango y Tucumán”.

Los viernes de los últimos años los reunía en la casa de José Luis Cardozo, director de la Escuela de Lutería de la UNT. “Era de hablar poco. Fabricaba guitarras en forma autodidacta, buscaba siempre encontrarle otro tipo de sonido. Muy intuitivo e inteligente, hacía de todo. Tenía un Peugeot viejo que era a inyección electrónica, lo desarmó y le puso un carburador y empezó a andar. Tenía la escuela de Grela, hacía dúo con Véliz que tenía una forma cuyana de puntear. La Gayola era uno de sus tangos preferidos; acompañaba lo que sea; tenía ductilidad y muy buena digitación. Si no trascendió fue por su informalidad; era totalmente bohemio”, afirma.

“Me encerraron muchos años en la sórdida gayola y una tarde me libraron... pa’ mi bien...o pa’ mi mal... Fui sin rumbo por las calles y rodé como una bola; por la gracia de un mendrugo, ¡cuántas veces hice cola! Las auroras me encontraron largo a largo en un umbral…” Tal vez en la noche del lunes, la guitarra y la voz de Zazá del Pino se treparon al cielo de la Villa Mariano Moreno. Un acorde de tristeza explotó en el silencio del adiós.

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