El autoboicot maradoniano, la metáfora de un país

El autoboicot maradoniano, la metáfora de un país

“Los argentinos somos esto…”, “los argentinos somos aquello…” Generalizaciones que escuchamos a cada instante, la mayor parte de las veces para enumerar fracasos, derrotas, defectos, aunque también, las menos, para sentirnos orgullosos frente a algún triunfo, alguna conquista, algún objetivo alcanzado.

Cuando juzgamos o prejuzgamos, estereotipamos, agredimos, desacreditamos, saltamos automáticamente de la primera persona del plural, somos, a la tercera persona, son, ellos son. “Los peronistas son todos…”, “los gorilas son todos…”, “los hinchas de Atlético son…”, los de San Martín son…” y así hasta el infinito de las generalizaciones que, como sabemos, son peligrosas, injustas y casi siempre desacertadas.

Si dos personas que nacieron del mismo vientre, hermanos, vivieron toda su vida en la misma casa, el mismo barrio, la misma ciudad, pueden ser tan distintos a veces, incluso opuestos en todo sentido, cómo podemos entonces incluir bajo un mismo estigma a toda una filiación política o deportiva, o a enormes colectivos como pueden ser una provincia, un idioma, una religión, una raza, o a un país completo.

Nuestros cerebros son máquinas de buscar patrones, explica Marcelo Baudino, formador intercultural y experto en gestión de inclusión y diversidad.

“Nuestros cerebros odian la incertidumbre y siempre están buscando sintetizar la enorme cantidad de datos que nos llegan. Si no tuvieran una manera de catalogar esa información, ni siquiera podrían funcionar”.

Lo complejo surge cuando utilizamos el mismo estereotipo en un sentido, por ejemplo cuando defendemos un interés propio, una creencia o un razonamiento, y a la vez somos capaces de usar ese idéntico estereotipo a la inversa, cuando nos referimos al contrario, al adversario y más aún, a un enemigo.

La inflación o los índices de pobreza que dejó Cristina Fernández pueden ser tan distintos de la inflación y la pobreza que legó el gobierno de Mauricio Macri, o tan diferentes de las estadísticas que muestra la administración de Alberto Fernández, según quién sea el enunciante.

Ostentamos un talento asombroso para generalizar negativamente cuando nos referimos al oponente y la misma virtud enceguecida para generalizar los aciertos propios.

Tenemos visión de águila cuando observamos al vecino por la ventana, pero estamos más ciegos que un murciélago cuando nos miramos al espejo.

Una increíble capacidad de negación para reconocer errores, diagnosticarían los psicólogos.

#VergüenzaNacional

La multitudinaria y emotiva despedida al mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, Diego Armando Maradona -merecidísima, quién puede dudarlo-, fue la demostración más cabal de la división tuerta que erosiona los valores y principios de una sociedad resquebrajada.

La unidad nacional que “D10s” supo conseguir dentro de la cancha, como ninguno nunca antes, fue inversamente proporcional a la discordia que generó “Maradroga” fuera del fútbol.

Su pública y notoria identificación política con la izquierda latinoamericana y con el peronismo vernáculo fue razón suficiente para que ciertos sectores de la sociedad no tardaran en enterrar sus méritos deportivos y crucificarlo, vaya metáfora, como al mismísimo hijo de Dios.

Para una parte de la población, los desmanes ocurridos durante el velorio popular en Casa Rosada fueron responsabilidad del gobierno nacional, por su incapacidad para organizar actos masivos ordenados y por una ostensible muestra de improvisación, “como todo lo que hace este gobierno”.

Para otra parte de la ciudadanía, los hechos de violencia fueron generados por la represión de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires, que responde a Horacio Rodríguez Larreta.

No importa la verdad, siempre es mejor tener razón.

Muchos también justificaron los enfrentamientos con ese corrosivo argumento de que son “parte del folclore y la pasión futbolera”, el mismo razonamiento de quienes naturalizan la violencia en el fútbol.

Párrafo aparte, las imágenes televisivas mostraron a muchos barrabravas conocidos en el centro de la escena de los combates.

El verdadero cáncer argentino del deporte más popular del mundo, que no pocos países ya han logrado erradicar.

Aquí eso no ocurrirá jamás, mientras las barras violentas sigan siendo el brazo armado de la peor política, financiadas y amparadas por todos los partidos, sin excepción, en muchos casos liberadas para recaudar a partir de la ilegalidad y la delincuencia.

Porque en definitiva, a no confundirse, las barras son antes un negocio que una pasión. Sin dinero, el 90% de los violentos no verían un partido ni por televisión. De hecho, quienes vamos (o fuimos) a los estadios, sabemos que muchos de estos personajes se pasan todo el partido de espaldas al campo de juego o bebiendo y drogándose debajo de una bandera.

Amontonamiento social

Fueron dos los principales argumentos con que atacaron al gobierno de los Fernández por la bataola en el corazón de la sede nacional: su improvisación para organizar un velorio multitudinario y su grave irresponsabilidad al permitir una aglomeración masiva en medio de la pandemia, sin respetar los distanciamientos que tanto pregonan las autoridades de salud, y en muchos casos sin siquiera usar barbijos, como se vio por TV.

Cómo se explica que no se le permita a los chicos asistir a clases, mientras el jueves había cientos de niños con sus padres hacinados en Plaza de Mayo. Una incongruencia total.

Ahora bien, los mismos que hicieron blanco de críticas la negligencia de Casa Rosada, son los que ya acumulan ocho marchas de masivos amontonamientos en contra del gobierno nacional. Y no en Plaza de Mayo, sino en las principales plazas de todo el país.

De nuevo, la mirada sesgada y arbitraria que tenemos los argentinos. Aunque, como ya dijimos, las generalizaciones suelen encubrir equivocaciones.

Los mismos que pusieron el dedo en el pus de la pandemia, organizaron multitudinarios e irresponsables amontonamientos el 20 de junio (contra la cuarentena rígida y la expropiación de Vicentín); el 9 de julio (por la excarcelación de Lázaro Báez y contra la cuarentena obligatoria); el 1 de agosto (por la reforma judicial); el 17 de agosto, quizás la más masiva de todas (cuando a la extensión de las medidas de aislamiento se le sumaron el rechazo al proyecto de reforma de la Justicia, el aumento de la inseguridad, la caída de la economía, y el crecimiento del desempleo y la inflación); el 13 de septiembre (por la usurpación de tierras, la reforma judicial, las protestas de la policía bonaerense y la quita de una porción de la coparticipación a la ciudad de Buenos Aires); el 19 de septiembre, sólo una semana después (por la remoción de los jueces Bruglia, Bertuzzi y Castelli, quienes investigan a la vicepresidenta en causas de corrupción); el 12 de octubre (también por la extensión de la cuarentena, la caída de la economía y en apoyo a los jueces apartados); y la última, el 8 de noviembre, por todos los motivos anteriores.

Genios o inútiles

La improvisación no siempre es un defecto. En algunos casos y para algunas personas puede ser una gran virtud. Es una capacidad a la que no puede recurrir cualquier mortal, porque se requiere una notable inteligencia y mucha rapidez mental. En general, es un talento propio de los genios. Era el caso de Maradona, un jugador que era capaz de resolver situaciones muy complejas en un segundo, y un segundo más tarde de nuevo, y de nuevo y de nuevo, hasta dejar desparramado en el pasto a medio equipo contrario.

La improvisación es una aptitud valiosa en el deporte, en el arte, en un debate o discusión, ante una crisis repentina, como una catástrofe natural. o en situaciones súbitas e inesperadas, como un asalto o un sobresalto en la ruta.

Lo contrario de improvisar es planificar, reflexionar, organizar, preparar. Más o menos lo que debería o debiera significar gobernar, administrar.

Da la sensación, al menos esa es la imagen que nos devuelven desde el exterior, que la política argentina de las últimas décadas viene ejecutando las recetas cruzadas.

Improvisamos cuando debimos planificar, proyectar a largo plazo, mientras que venimos pensando, discutiendo y dilatando hasta el hastío, en general a causa de la paralizante polarización tozuda, acciones que tendrían que haberse ejecutado sin demoras, desde hace años, como por ejemplo generar empleos genuinos para bajar la pobreza.

Sin embargo, por alguna extraña ley de la física, los inútiles y los agrietados siempre terminan imponiéndose, mientras la mayoría observa pasiva e impotente como se profundiza la desgracia argentina.

Es lo que ocurrió el jueves en Plaza de Mayo, cuando un grupo violento y minoritario, que no representa al grueso de la sociedad decente y trabajadora, le mostró al mundo una imagen equivocada de nuestro país.

El eterno autoboicot argentino, tan maradoniano que espanta.

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