El progreso no anda en 4x4

“El comercio de la historia consiste en venderle a la gente un porvenir a cambio de un pasado”, escribió el descomunal escritor mexicano Carlos Fuentes, en el prólogo de “La Vida está en otra parte”, novela de otro gigante, el checo Milan Kundera.

Fuentes nos alerta con esta sentencia en qué consiste el molde discursivo de la política posmoderna: los gobernantes actuales han dejado de proyectar futuros, mucho menos a largo plazo, sino que plantan sus bases en reivindicar pasados, muertos y enterrados, para levantar banderas que, detrás de la embriaguez militante, no sirven para nada.

Inflan el pecho cantando himnos, marchas y repitiendo consignas muy bonitas para la correctitud política, ¡y que nadie se atreva a cuestionar porque será fusilado, como se fusila hoy, en el paredón virtual!, para barrer de esta manera, bajo la alfombra, sus incapacidades vitales: planes, proyectos, ideas en grande.

En definitiva, ocultan detrás de causas perimidas su inutilidad manifiesta. Ensordecen con sus gritos revisionistas el murmullo de los indigentes que agonizan en el barro.

El político actual, que no es otra cosa que una síntesis de la sociedad toda, es un ovillo de efemérides chauvinistas, demagógicas, oportunistas, sin perspectivas superadoras.

Le pongamos, como ejemplo, sello y firma. Cristina Fernández es una especialista en justificar sus desaciertos, su desconcierto, con injusticias pretéritas. “Te doy lo que no te dieron antes”. Pero no sé, en lo más mínimo, cómo darte un futuro, un proyecto de vida sustentable, una ambición saludable, un plan digno y emocionante, más que hacer largas y humillantes colas frente a un cajero automático.

Mauricio Macri, porque en esta bolsa de pordioseros estamos todos, dilapidó cuatro años, en que se suponía iba a cambiar este paradigma miserable, culpando a esta señora desorientada, obnubilada por las luces que alumbran un pedacito de la historia y donde ella pudo parecer, y sólo parecer, protagonista del pasado, pero jamás del futuro.

Macri cometió los mismos pecados, se olvidó del progreso porque pensó demasiado en el ayer. Dejó las luminarias donde las dejó Cristina, siempre apuntando a ella. No supo dirigirlas al horizonte para iluminar un futuro, una prosperidad. Y así la gente le dijo andate, no sos el cambio, sos más de lo mismo.

El progreso

¿Qué es el progreso? Una pregunta que, desnuda de ideologías y preconceptos, es incómoda y complicada de responder.

Para eso sirven las ideologías, como las religiones y los dogmas, para facilitarnos soluciones enlatadas a enigmas que de otro modo no podríamos resolver.

Por eso el militante, el hincha, el fanático, nos parece tan seguro, tan soberbio. Porque está repleto de respuestas, pero vacío de preguntas.

“La causa de todos los males de este país es el peronismo”. Y si a este dictamen le canjeamos peronismo por oligarquía llegamos al mismo destino: la nada.

Porque si la lámpara apunta al pasado, el futuro siempre estará oscuro, invisible.

Acaso, quizás, el problema de fondo de este país no sea ideológico, sino programático.

¿Y si en vez de buscar culpables empezamos a buscar soluciones? Sería algo inédito en Argentina.

Cuando algo se rompe en casa ¿cómo lo arreglamos? ¿Castigando al responsable o buscando alguien que lo arregle?

Argentina es un país roto sin un reparador a la vista. En cambio, tenemos a millones de jueces señalando culpables. Y cuando todos somos culpables nadie es responsable.

Tucumán, el botón de muestra

Esta semana LA GACETA publicó una nota en la cual se le consultaba a sus lectores si, dado el caso, utilizarían un servicio de mototaxis o bicitaxis.

Tucumán atraviesa en este momento por una de las mayores crisis del transporte público de su historia y hace años que venimos dando vueltas sobre el mismo eje, buscando culpables en vez de encontrar soluciones, alternativas nuevas, diferentes.

No sorprendió que la mayoría de las respuestas estuvieran cargadas de prejuicios y de desinformación. Y decimos que no fue sorpresa porque es lo que nos pasa como sociedad.

“Somos la India”, “somos África”, fueron algunas de las contestaciones que más se repitieron, palabras más, palabras menos.

Párrafo aparte, como si la India, con todas sus desigualdades y sus profundas diferencias culturales con occidente, no fuera una de las grandes potencias mundiales, o como si en África no hubiera varios países (Sudáfrica, Egipto, Nigeria, Argelia, etc) bastante más desarrollados que Argentina.

El asunto es que mucha gente relacionó estas modalidades de transporte, mototaxis y bicitaxis, con el subdesarrollo, el tercer mundo.

Lo cierto es que las bicitaxis son medios masivos y muy populares en ciudades como Shanghai y Pekín, urbes que por sí solas duplican el PBI de Argentina.

Y aquí volvemos al comienzo de la columna. ¿Qué es el progreso? Todo depende de dónde se sitúe el observador. Los chinos aman las bicicletas, mientras que los tucumanos, en general, aman las camionetas 4x4.

Para el tucumano promedio la bicicleta, fuera del esnobismo del mountain bike, es un transporte de pobres. Lo mismo que la motito. El tucumano nace y crece soñando con un auto de lujo. Y poder recorrer con él varias veces al día “la 25 de Mayo”.

Y así vemos a un montón de gente, un montón, que posee enormes camionetas sólo para circular por el microcentro. Ni media hectárea de campo tienen, pero sí una 4x4.

Barcelona, Berlín, Frankfurt, Hamburgo, Düsseldorf, Málaga, Munich, Copenhague, Londres, Viena, Bogotá, Ámsterdam, Nueva York, México, San Francisco, San Sebastián, Lima y Washington. ¿Qué tienen en común estas ciudades “pobres y tercermundistas”? Bicitaxis. En su mayoría, como un servicio para el turista o como transporte en cascos urbanos (microcentros).

Somos lo que pensamos. Nuestros gobernantes circulan en lujosos autos con chofer y guardaespaldas porque nosotros somos así.

En los países escandinavos y en varias naciones europeas las autoridades se trasladan en bicicleta, taxi, trenes o colectivos. Y son así porque ellos piensan así.

El tránsito de nuestra ciudad es un desastre, como muchos otros ítems urbanísticos colapsados- porque es el reflejo de nuestra forma de pensar.

Nos imaginamos superiores a los indios o a los africanos porque vivimos atascados en un pasado que ya no existe. Somos víctimas del “comercio de la historia”, como dice Fuentes.

Mientras el mundo desarrollado se está bajando de los autos para caminar o subirse a un colectivo o a una bici nosotros seguimos pretendiendo estacionar nuestra enorme camioneta, si es posible en doble fila, en plena 25 de Mayo.

Eso sí, la culpa de lo mal que estamos no es nuestra ceguera, nuestra incapacidad de proyectar un porvenir, sino del peronismo, de la oligarquía, de los militares, de los zurdos.

La historia no puede cambiarse, por más que nos obstinemos en hablar de ella. En cambio, el futuro sí puede modificarse, en la medida en que dejemos de hablar de culpas y empecemos a discutir planes diferentes, ideas distintas, proyectos que no hayamos hecho nunca antes.

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