Doble conmemoración: otro 25 de Mayo, la revolución un año antes

Doble conmemoración: otro 25 de Mayo, la revolución un año antes

Cada vez que pensamos en el 25 de Mayo, reparamos únicamente en la revolución libertaria argentina. Sin embargo, exactamente un año antes, ocurrió en la ciudad de Sucre una revolución que fue el inicio de una serie de insurrecciones al poder español y que terminó por escindir las colonias americanas de la península europea.

1- A la izquierda, Monteagudo, en un bronce en la plaza central de Sucre, protagonista fundamental del levantamiento de Chuquisaca. Arriba a la derecha, la figura de Zudáñez en un mural moderno de Walter Solón Romero. Abajo, escena de la ejecución del líder criollo Pedro Murillo. A su derecha, retrato de José Manuel de Goyeneche, nombrado Conde de Huaqui y Grande de España, por el monarca de España. 1- A la izquierda, Monteagudo, en un bronce en la plaza central de Sucre, protagonista fundamental del levantamiento de Chuquisaca. Arriba a la derecha, la figura de Zudáñez en un mural moderno de Walter Solón Romero. Abajo, escena de la ejecución del líder criollo Pedro Murillo. A su derecha, retrato de José Manuel de Goyeneche, nombrado Conde de Huaqui y Grande de España, por el monarca de España.

Nos dicen “veinticinco de mayo” y damos por sentado que se trata de un día que “amaneció frío y lluvioso”, que ocurrió hace más de doscientos años, un 1810 para ser exactos. Con una multitud frente al Cabildo de Buenos Aires, con “empanadas calientes para que duelan los dientes”, con vivas a una Junta de gobierno que estaba iniciando, en esos momentos, una revolución: El origen de la Patria. Pero no, no siempre esa fecha remite a una pintura tan entrañable y escolar como argentina. Hace muchos años, de viaje por Bolivia, entramos a la ciudad de Sucre, la “ciudad blanca”, famosa por su casco antiguo y sede del Poder Judicial boliviano. “Están a pocas cuadras de la plaza 25 de Mayo”, nos indicaba un policía como centro de la ciudad. Dábamos por entendido que se refería a “la gloriosa jornada argentina”, un lindo gesto de reconocimiento, decíamos. Al llegar vimos que no era así, que el reconocimiento era para otra revolución, no la nuestra. Una revolución que ocurrió exactamente un año antes, en esa misma plaza y en esas mismas calles. En 1809 ocurrió en esa ciudad una revolución que fue el inicio de una serie de insurrecciones al poder español y que terminó por escindir las colonias americanas de la península europea. Cuenta entre las más tempranas, por lo que se la conoce como el “primer grito de libertad americana”. Para ver su origen vámonos lejos, crucemos el Atlántico.

España

Napoleón cundía por el mundo europeo, arrasando con sus ejércitos y oscuros ardides políticos. En 1808, España cayó en sus garras. Con declarada ambición de atacar Portugal, una enorme fuerza militar napoleónica había entrado al territorio español como aliada, mas, una vez logrado su objetivo (toda la corte lusitana huyó a Brasil, incluida la familia real encabezada por la reina María I de Portugal y su hijo, el futuro Juan VI de Portugal), este ejército de más de 60.000 hombres se quedó en la península traicionando el pacto. Aquellos que suponían sus socios terminaron por ser sus invasores. Todo lo que sucedió después fue una enorme tragedia para la grandeza de España. El imperio se derrumbaría, perdiendo gran parte de sus territorios. La historia de las consecuencias españolas y americanas de aquella traición es interminable. En la península se sucedieron las dimisiones de reyes y sucesores, conocidas como “las abdicaciones de Bayona”. Quien terminó como rey fue el hermano de Napoleón, José, generando una reacción popular que desconocía la autoridad francesa. El 2 de mayo comienza una rebelión popular en Madrid que se generaliza en lo que los españoles llaman su Guerra de la Independencia. Una tras de otra, se intentan formas de autogobierno en las zonas no sometidas. Al principio se crean juntas en varias ciudades, luego la Junta de Sevilla aúna la obediencia del resto, hasta que en septiembre se crea la Junta Suprema Central. Desesperados, perseguidos por el poder napoleónico, las autoridades españolas corrían de ciudad en ciudad.

2- El famoso cuadro de Francisco de Goya “El dos de mayo de 1808 en Madrid”, también llamado “La carga de los mamelucos”. 2- El famoso cuadro de Francisco de Goya “El dos de mayo de 1808 en Madrid”, también llamado “La carga de los mamelucos”.

La zozobra de la monarquía peninsular instaló una gran incertidumbre en la América española. Un abismo se abrió entre América y España. Lazos que parecían sólidos mostraron estar intrínsecamente resentidos. Criollos y españoles, funcionarios y comerciantes, tomaron diferentes posiciones. Sin el rey, de quien dependían directamente esos territorios, ¿A quién obedecer? ¿Quién se instituía en autoridad soberana? ¿A quién representaba entonces el virrey? ¿Debían formarse juntas también en América? En junio, para calmar esta agitación americana, la Junta de Sevilla nombra a José Manuel de Goyeneche, un hijo de la ciudad peruana de Arequipa, enviado al Río de la Plata como representante plenipotenciario del gobierno español.

Chuquisaca

En medio de contertulios que intentaban sacudir al virrey Liniers, por francés, Goyeneche pasa por Montevideo y por Buenos Aires, asegurando su obediencia a la Junta peninsular. Ya en 1809, Goyeneche se dirige a Chuquisaca para lograr que sus autoridades se sometan al nuevo orden español y reconozcan su legitimidad. Fue recibido por su gobernador, García de León y Pizarro, quien rápido trenzó una alianza. Era de suma importancia obtener el apoyo de esta ciudad, en la que se asentaba la Real Audiencia de Charcas y que acumulaba poder, también, por la riqueza de su vecina, la Villa Rica de Potosí, el centro productor de plata más importante del imperio español. Desde un comienzo, estas tratativas generaron la discordia de los oidores de la Audiencia. Cuando salió a la luz que el delegado también auspiciaba la posición de la reina Carlota de Portugal para apoderarse del trono español, estalló una franca oposición al gobernador y al delegado.

Entonces, se pidió participación al otro poder que residía en la ciudad: el intelectual, que acaso no tenga la eficacia inmediata de los poderes coercitivos, pero que alimenta vivamente ideas y promueve posiciones. Consultado el síndico de la Universidad, declaró que dar cualquier cabida a la intención de Carlota era directamente una traición. Quedaron así conformados dos bandos. Por un lado, el gobernador Pizarro, el delegado y el arzobispo, y por otro, la Audiencia, la Universidad y el Cabildo local. Esta última pronto ganó el apoyo de una población que comenzó a tomar las calles. Ante la escalada, Goyeneche, sutilmente, se retiró al Perú. Mientras el núcleo revolucionario se reunía en la casa del decano de la Audiencia, Pizarro intentó amedrentar a sus oponentes, desplegando tropas en la vía pública. Potosí, advertida, aprestaba una fuerza militar para intervenir a favor del gobernador. Las acusaciones viajaban de uno a otro bando: “traidores a la causa del Rey”, “afrancesados”, “aportuguesados”. En este contexto comenzó a aparecer clara la voz de una causa americana.

Monteagudo

La Universidad Mayor de San Francisco Xavier, que escandalosamente volcó su apoyo a la Audiencia, había sido la cocina intelectual de gran parte de la ilustración del Río de la Plata. Por sus aulas habían pasado figuras que cobrarían vuelo en el proceso de emancipación. Mariano Moreno sirva de mejor ejemplo. O, para nuestra comarca, quien iba a ser gobernador de Salta del Tucumán en 1812, Domingo García. Otro coterráneo nuestro había pasado por “el claustro” y residía en la ciudad: Bernardo de Monteagudo. Doctorado en Teología y en Leyes, era un activo participante del mundo intelectual y político de la ciudad. Conocido luego como “tribuno de la revolución”, en 1809 participa de la oposición al nuevo poder español y escribe su “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos”, una intensa justificación de la causa americana.

A primera hora del 25 de mayo, la Audiencia exigió la renuncia de Pizarro, mientras este ordenaba la detención del Jaime de Zudáñez, uno de los principales agitadores. Este hecho desencadenó la reacción del gentío que ocupaba las calles, y que ya había tomado partido. Parte de la multitud se dirigió a la casa del gobernador y comenzó a apedrearla. Otro grupo ocupó el edificio donde se encontraba Zudáñez y lo liberó junto a otros detenidos. A la tarde y ante una casi total pérdida de su poder, Pizarro se entregaba y era encarcelado. Los días posteriores al 25, el coronel Arenales organizó una milicia para defender la ciudad. Monteagudo se dirigió, en nombre de la Audiencia, a otras ciudades altoperuanas. Llegado a La Paz, estalló una rebelión a mediados de julio. Esta revuelta, encabezada por el criollo Pedro Murillo, será mucho más radical que la chuquisaqueña. Se conformó la Junta Tuitiva de La Paz, buscando un gobierno exclusivamente americano. Entonces, el virrey de Perú, Abascal, encomendó una gran fuerza para sofocar las rebeliones.

Goyeneche

El encargo cayó sobre los hombros de Goyeneche, a la sazón nombrado gobernador del Cuzco. ¿Pero, quién era este personaje tan ubicuo? Había estudiado en España. Licenciado y Doctor en Filosofía. Fue nombrado Capitán del Regimiento de Granaderos del Estado y durante los dos ataques ingleses a Cádiz participó de su defensa. La Junta sevillana ya lo había ascendido al rango de brigadier del ejército español cuando fue enviado a Sudamérica para los trámites que ya vimos.

Luego del pedido de Abascal, el arequipeño formó un ejército y marchó con unos 5.000 hombres a someter la Junta de La Paz. A mediados de octubre, Goyeneche avanzó y atacó a las desorganizadas fuerzas de Murillo para derrotarlas en Chacaltaya. Aplicó crueles castigos a los insurrectos. El 29 de enero de 1810 fueron ejecutados todos los que habían encabezado la revolución. El historiador Bernardo Frías hizo un cuadro tremendo de la jornada: “conducidos al patíbulo por traidores, infames, aleves y subversores del orden público, según los términos de la sentencia. (Luego fueron) atados de pies y manos, arrojados sobre una estera o piel seca de bestia, cual si fueran montones de inmundicias, arrastrados por un asno y suspendidos a la horca por mano de verdugo. Don Juan Antonio Figueroa, español, habiéndose reventado las cuerdas al suspenderlo, fue bárbaramente degollado por el verdugo. Después de quedar seis horas en espectáculo los cadáveres, fuéronles cortadas las cabezas y colgadas en escarpios y clavadas en los caminos”.

El castigo fue ejemplar y suficiente. La Audiencia de Chuquisaca declinó su posición, dio libertad a Pizarro y entregó la gobernación al general Nieto, quien llegaba al mando de los Patricios de Buenos Aires. Pero el impulso libertario, ni con tanta crueldad, podía detenerse. Al año siguiente, fue Buenos Aires la que inició su revolución. En poco tiempo, la Junta porteña envió una fuerza militar al norte para asegurar su apoyo y su riqueza, pero el Alto Perú era todavía terreno de Goyeneche, y lo seguiría siendo. Después de las victorias en Cotagaita y Suipacha, en junio de 1811 el brigadier destrozó al “Ejército de la Libertad” en Huaqui, para convertirse en el masacrador de fuerzas libertarias. Goyeneche es el personaje ideal para ser el malo de la película patriota. Tiene los condimentos para ser el más odioso de la historia chica. No solo por su maldad, sino por su aptitud y su actitud: altivo, brillante, eficiente. Un personaje poderoso. Militarmente el mayor enemigo de la causa de la revolución en el norte.

Libertad

Cuando bajaba hacia Salta para desbaratar los últimos jirones del ejército patriota y poder así encaminarse a Buenos Aires, tuvo que parar. Una fuerte oposición antiespañola en Cochabamba frenó al ejército peruano, que se tomó un buen tiempo en dominar a los rebeldes. Luego vinieron nuestros conocidos “Éxodo jujeño” y las batallas de Tucumán y Salta. Con avances y retrocesos de los dos ejércitos, la guerra por la independencia duraría casi una década en toda esa franja de altiplano y quebradas.

En lo territorial, a Goyeneche le debemos que, a pesar de su indudable capacidad, nunca pudiera hacer pie al sur del altiplano. Nunca, ninguno de sus generales se sintió cómodo y, para sus ejércitos, gracias a Güemes siempre el territorio jujeño le fue hostil. Esa gran cesura fue la que, más o menos, terminó trazando el límite de nuestro país. Se separó así el Alto Perú del Río de la Plata. Con los años, aquellos territorios pasaron a formar la República de Bolivia. Ahora Chuquisaca queda en otro país. Hoy se llama Sucre y se la conoce como “la ciudad de los cuatro nombres”, pues también se la llamó Charcas y la muy noble ciudad de La Plata.

Todavía hay algo notable al revisar esas revoluciones y levantamientos americanos. Aunque acontecen en la primera mitad del siglo XIX, se alimentan de la gran incertidumbre e inquietud que se había originado ya a fines del siglo XVIII, con las revoluciones americana y francesa como contexto, y con las ideas ilustradas como base intelectual. La “Era de la Revolución”, al decir de Hobsbawm, no fue un solo momento, la revolución no ocurrió de una vez y para siempre, sino que fueron una serie de enfrentamientos y de alianzas, de instituciones creadas y desbancadas. Fue una larga construcción política que duró mucho tiempo. Fue ocurriendo en distintos espacios y lugares. De tal modo que la estampita escolar, en la que nace toda una revolución en “una mañana fría y lluviosa”, se desvanece para transformarse en una larga perspectiva por la que asoman los sucesos que la precedieron y los que, muchas décadas después, siguen sucediendo. La libertad es una revolución que todavía sigue.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios