La trama detrás de la prisión de “Dinho”

La trama detrás de la prisión de “Dinho”

La trama detrás de la prisión de “Dinho”

Ayer, día de su cumpleaños, Ronaldinho fue acaso uno de los pocos que pudo jugar fútbol en estos tiempos de pandemia. Ex número uno del mundo, acaso el mejor malabarista que tuvo la pelota, festejó y juega, eso sí, en el lugar que jamás se habría imaginado. Preso en Asunción, donde intentó ingresar con un pasaporte falso, acaso para iniciar un negocio que, según sospechan los fiscales paraguayos, incluía un gran lavado de dinero disfrazado de beneficencia. Sin visitas por el coronavirus, el patio de la prisión es asado y también futsal. Y él, a su modo, es la gran estrella del lugar.

¿Por qué cayó preso? ¿Cómo no fue mejor protegido por quienes lo usaron (y él se dejó usar, claro)? Las versiones indican que el gobierno paraguayo actuó duro porque Ronaldinho llegaba a Asunción de la mano de una empresaria amiga del ex presidente Horacio Cartes, que atraviesa una dura puja interna con su sucesor, Mario Abdo Benítez, que así se habría tomado venganza. Resulta difícil entender, si no, que haya sido “entregado” tan brutalmente. Personajes como él, se sabe, suelen contar con algún tipo de protección. Esta vez no fue así.

Lo que no debería sorprender es cómo Ronaldinho cayó tan bajo. Un simple repaso a los últimos años de su carrera iban dando un aviso. Barcelona se lo sacó de encima porque temía que fuera una mala influencia para “Leo” Messi (demasiada noche). Y luego se produjo la vuelta a Brasil cambiando palabra. Decepcionando a su amado Gremio primero (fue a Flamengo y luego al Atlético Mineiro) y ese final pobre en Fluminense, un ocaso que incluyó paso fugaz por el Querétaro mexicano. Las últimas experiencias seguían en la misma línea. Un reality show en Emiratos Árabes, fútbol-sala en la India y película con Mike Tyson. Y música, su otra gran pasión.

Pero los negocios, siempre de la mano de su hermano y agente Roberto de Assis Moreira, fueron saliendo mal, condenas judiciales incluídas, con multas millonarias y retiro de pasaporte. Se sintió impune e ignoró una tras otra las advertencias de la justicia. Acorralado, él, que fue símbolo del futbol-samba, y siempre tenía una sonrisa de dientes generosos cuando tocaba la pelota, terminó negociando con Jair Bolsonaro, elegido presidente con un discurso racista y autoritario, simulando una metralleta en lugar de una pelota. Es el Bolsonaro que, como le sucede también a Donald Trump, otro “presidente-macho”, atraviesa su peor momento político, desnudado porque, en su narcisismo, ambos tomaron al coronavirus casi como un ataque personal. Una conspiración contra el proyecto reeleccionario.

Bolsonaro usó a Ronaldinho para su campaña y le dio un pasaporte diplomático. El crack llegó a Paraguay acaso convencido de que su amistad con el presidente solucionaría todo. El ex juez Sergio Moro, actual ministro de Justicia de Bolsonaro, llamó a Asunción preguntando por Ronaldinho. Pero Ronaldinho sigue preso.

Paradójico, igual que el crack, también celebró ayer su cumpleaños el propio Bolsonaro. Sus últimos días son acaso el inicio de su propia debacle. Pese a estar sospechado de sufrir contagio, Bolsonaro participó el último fin de semana de una marcha de sus fieles contra el Congreso de Brasil. Los estrechó. Se sacó selfies con ellos. Un irresponsable.

Ya suman 22 miembros de la comitiva que lo acompañó hace dos semanas a Estados Unidos que dieron positivo a las pruebas de coronavirus. Él sigue asegurando que sus exámenes dieron negativo, pero pocos le creen. Si hasta había desafiado diciendo que, pese a las restricciones, haría una fiesta de cumpleaños. Ayer sufrió una nueva demostración popular de repudio. La gente lo caceroleó otra vez desde el encierro de sus casas. Su video con máscara, sacándosela, poniéndosela, fue una muestra de cómo no debe usarse. Resulta difícil entender que un político así lidere al país líder de la región, más aún en medio de estos tiempos dramáticos. Su amigo Ronaldinho puede ahora avisarle que la impunidad no es eterna. Él lo sabe.

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