La ciudad hacia 1883

Faustino Velloso conoció la ciudad de San Miguel de Tucumán en 1883, y residiría en ella durante un par de décadas. En su nostálgico folleto “Sintetizando recuerdos” (1950) cuenta que en esa época era apenas “un villorrio del tamaño de un pañuelo, pues su edificación compacta, con aspecto urbano, era un cuadrado de muy pocas cuadras en conjunto”. La destacaban las quintas de naranjos de los alrededores y, sobre el oeste, el “portentoso telón de fondo” del Aconquija.

Entre las quintas, la ciudad “tenía sus barrios con características propias. Algunos de ellos montaraces y belicosos, daban mucho que hacer a la incipiente autoridad de esos días”. Recordaba a algunos, que “fueron teatro de diversos acontecimientos que hicieron época”. Por ejemplo, el “barrio de ‘Las Cañas’, habitado por una larga familia de ese apellido, famosos cuchilleros y pendencieros, llegando el caso de que eran pocas las personas que se animaban a pasarlo de noche, porque al hacerlo tenían la seguridad de que no saldrían ilesas”.

Estaba también el barrio “El Peligro”, en el que, “como su nombre lo indica, lo había a cada instante, pues sus moradores, borrachos casi siempre -y en especial los sábados y domingos, días en que rendían mayor culto al dios Baco- sólo se dedicaban a la holganza y a la bebida”. Muy distinto era, recuerda, el barrio “El Algarrobo”. Este “se distinguía porque de él salieron ‘cholas’ muy lindas; sobre todo una, que se la conocía como ‘La Virgencita del Algarrobo’, de grandes ojos negros y pelo renegrido cuyas trenzas le llegaban a la cintura. Eran las ‘randeras’ tucumanas, esas que dieron nombre a sus prolijos y delicados trabajos de randa, que tan famosos se hicieron”.

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