“En algunos aspectos no nos va bien, pero le dimos al mundo una gran capacidad creativa”

“En algunos aspectos no nos va bien, pero le dimos al mundo una gran capacidad creativa”

La escritora María Rosa Lojo conversó con LA GACETA sobre el desarrollo de su mirada literaria y la historia de la Argentina.

MIRADA MULTICULTURAL. La escritora María Rosa Lojo conversa con LA GACETA en un hotel céntrico. MIRADA MULTICULTURAL. La escritora María Rosa Lojo conversa con LA GACETA en un hotel céntrico.
26 Mayo 2019

La casualidad siempre tiene algún capricho, como querer que el Ente Cultural aloje a María Rosa Lojo (Castelar, 1954) en el muy español hotel Carlos V. Este fue uno de los emperadores del largo Siglo de Oro; el padre de María, Antonio Lojo Ventoso, fue uno de los tantos exiliados republicanos que huyeron del franquismo y llegaron a la Argentina después de la Guerra Civil. Como María, la recepción de este hotel guarda recuerdos ibéricos: cántaros, cuadros de tipo colonial y el retrato de un hombre peninsular.

Son las nueve de la noche y María acaba de aterrizar en Tucumán, adonde llegó para dar una charla junto a Mónica Cazón en el marco del Mayo de las Letras. En el sillón del hall de entrada, algo molesta por los gritos de unos turistas sin duda porteños, María aclara que ella no tiene nada que ver con la Ciudad de Buenos Aires: “yo crecí, viví y vivo en Castelar, en el Gran Buenos Aires, que es una ciudad de calma y de árboles y verdes y jardines”. Al rato, los ruidosos desaparecen en los ascensores y María habla de su vida, su obra y su visión algo extranjera de la Argentina.

Nació en una familia española, donde se hablaba, por supuesto, en español de España: con “tú” y no con “vos”, con “vosotros” en lugar de “ustedes”. Cuando entró a la escuela primaria, María encendía las cerillas, vestía falda y caminaba por la acera; sus compañeritas, en cambio, prendían fósforos, usaban pollera y andaban por la vereda. “Recuerdo muchas veces -cuenta- la experiencia de sentirme extranjera a los seis años, a pesar de que yo había nacido en la Argentina. Después me adapté, enseguida. Pero esa diferencia marcó mucho mi sentido de la identidad y después apareció en mis libros sin querer. Ya había escrito cuatro, cinco novelas, y noté: ‘caramba, siempre hay alguien que viene de afuera y que está mirando cómo somos y que puede aportar algo que es distinto’”.

- Usted relata que, en lo español de su casa, leyó a Calderón de la Barca antes que a Shakespeare, a Cervantes antes que a Dickens. ¿Qué tanto influyen las lecturas de la juventud en la visión del mundo que uno tiene?

- Cada uno tiene su marca de fábrica como más basal, más fundamental, como una tradición en la que después se van insertando y se van agregando otras, ¿no? Pero creo que una gran riqueza de vivir en la Argentina, que ya la marcó Borges en “El libro y la tradición”, es que por nuestra peculiar constitución multicultural estamos abiertos a todas las tradiciones. Por eso una de mis intenciones en mis libros, primero inconsciente pero de la que ahora me doy cuenta, es poder captar esa totalidad tan rica que tiene la Argentina.

- Habla de una totalidad, pero el país se ha caracterizado por las antinomias. Unitarios y federales, peronistas y radicales...

- Sí, es como una mirada constitutiva de la visión de la Argentina, ¿no? Sin embargo, aun los autores fundadores del siglo XIX, que denostaban políticamente lo que consideraban barbarie, estéticamente caían en fascinación. La vitalidad de su escritura nace justamente de ese mundo al que rechazan. Eso se ve muy fuerte, es muy evidente en el “Facundo”, de Sarmiento. Y se ve incluso en “El matadero”, una narración tremenda, donde también el unitario es un violento; no sólo son violentos los federales, sino que también la misma víctima lo es. Pero Echeverría, como escritor que es, se puede hacer cargo de esa visión, de esa mezcla tremenda, y lo logra. El problema son los eslóganes, cuando la fuerza de la literatura termina reducida a eslóganes a favor y eslóganes en contra y el pensamiento se reduce y aparecen los fanatismos. ¿Por qué el mundo tiene que estar dividido entre, por ejemplo, Victoria Ocampo y Eva Perón?

- Ellas representan las dos partes de la Argentina, la de la alta cultura y la de la cultura popular. ¿No es una u otra?

- No, son las dos. El día que entendamos eso, vamos a vivir mejor, me parece a mí. Hay una parte muy linda del “Adán Buenosayres”, de Marechal, donde están los amigos vanguardistas buscando las revelaciones de la tierra y hablan de la Argentina como un país que se formó con elementos acarreados por el viento de la Historia desde todos los puntos del planeta; de una llanura hecha sin ninguna duda con elementos de destrucción, elementos de descarte. Pero con esos elementos se ha hecho un país lleno de creadores. Porque nos quejamos de que en algunos aspectos realmente no nos va bien, en organización social, política y económica siempre tenemos muchas dificultades, pero también le hemos dado al mundo, y le seguimos dando, una gran capacidad creativa, que creo que viene de ese choque iluminador de las diferencias.

- ¿Qué papel cumplió la inmigración europea en el desarrollo de esa capacidad creativa?

- Sólo alguien que viene de afuera puede vernos realmente, porque nosotros estamos sumergidos en nosotros mismos. A fines del siglo XIX la Argentina empieza a sufrir un proceso de autoconocimiento que no ha terminado ni terminará nunca. Y necesitaba a los extranjeros también para eso, para que le dijeran cómo la veían. Y yo creo que no era solamente un problema de inseguridad, que siempre hemos tenido como país colonial, sino también un problema de curiosidad, de crecimiento, de: “bueno, ¿realmente dónde estamos parados? ¿Cómo somos?”. Si no estuviéramos adentro, implicados en todas las consecuencias que trae, la Argentina sería una serie mejor que “Games of thrones”, porque pasan cosas fascinantes todos los días. Todos los días hay algo, es un país que sacude permanentemente. Está en ebullición, en estado de eclosión todo el tiempo. Claro, vivir adentro es otra cosa, porque no es fácil. Pero desde un punto de vista poético y creativo, la mejor mirada es la multicultural, la mirada polifacética, porque la Argentina es un país multifacético.

- La Argentina recibió mucha inmigración europea, pero hoy se ha revalorizado, al menos en parte, la herencia precolombina. ¿Qué tienen para aportarles, a los argentinos que descienden de Europa, las culturas originarias?

- Algo que realmente se borró de la historia argentina es la conciencia de que la construcción política del país se hizo en interacción con las comunidades aborígenes. Estuvieron en las guerras de Independencia, estuvieron aliados con unitarios y con federales, con realistas y con patriotas. No es que había en un pasado muy remoto algunos fósiles que se pueden encontrar en un lugar perdido de la Puna o la Patagonia. No, esa gente estaba viva cuando pasó toda nuestra historia. Hoy yo creo que eso se está viendo como un aporte que se puede integrar. Siempre lo pensé en relación con su noción de cuidado del mundo, porque se sentían parte de él. Se sentían mucho más habitantes que dueños del mundo. Y esa idea me gusta y creo que es más acertada que la idea occidental, que ha destruido el ecosistema. Entonces no está mal mirar hacia otros pueblos con otras formas de cultura, que se sentían ligados por vinculaciones a su medio natural. (Por Hernán Miranda).

> Última semana literaria
Entre mañana y el jueves se llevarán a cabo las actividades finales del mes de las letras
El final del Mayo literario concentrará a tres de las principales figuras invitadas. Mañana a las 20, en el teatro San Martín, el escritor Hernán Casciari ofrecerá un espectáculo de narración oral y stand-up (ver página 3). El martes, también a las 20, la profesora Cristina Bulacio y el director de Letras del Ente Cultural, Horacio Elsinger, conversarán sobre Borges en el museo Folclórico. El miércoles a las 21, en la sala Hynnes O’Conor, se proyectará un documental sobre la vida de Jacobo Regen. Finalmente, el jueves a las 10, la directora de la Biblioteca Nacional, Elsa Barber, hablará en la sala Orestes Caviglia.

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