Auroville, una intrépida utopía hecha ciudad

Auroville, una intrépida utopía hecha ciudad

Fundada hace 50 años en la India, Auroville es una comunidad dedicada a la vida sostenible, en la que no se emplea dinero y que no pertenece a nadie en particular. Su propuesta: realizar la unidad humana en una armónica convivencia y más allá de los credos, las ideologías, las razas, las nacionalidades.

17 Febrero 2019

La utopía, que, al igual que en Un mundo feliz de Huxley, puede leerse como un género literario, en la India –donde todo tiende a parecer literatura fantástica- se está haciendo realidad.

Estoy hablando de Auroville, la ciudad soñada, construida cerca de Pondicherry, según la inspiración de la célebre “Madre”, compañera espiritual de Sri Aurobindo, el famoso poeta y filósofo bengalí. En efecto, la pintora y música parisina Mirra Alfassa –más tarde, “La Madre”- conoció al Maestro en un viaje a este país durante la Primera Guerra Mundial y, cautivada por sus enseñanzas, decidió trasladarse a su Ashram de Pondicherry.

“Una vida divina pero sin religiones” fue la primera frase que me recibió, desde un cartel, al llegar al “Centro de visitantes”. Y enseguida un espectáculo fascinante: el “Matrimandir” –en sánscrito, el “Templo de la Madre Divina”-. Una esfera dorada de dimensiones físicas y metafísicas de inédita belleza, que parece acercarnos a un futuro ideal. Meditar allí, en su gigantesco e impoluto escenario circular de mármol blanco, nos sumerge a pleno en una dimensión trascendente. En su centro, un globo de cristal filtra la luz del sol y actúa como un poderoso foco de concentración, facilitando ese “estado de presencia” que celebran aquellos privilegiados que han alcanzado la Iluminación.

Auroville es un experimento con pocos referentes contemporáneos similares (una de las excepciones es la comunidad de Findhorn, en Escocia).

Fue inaugurada hace 50 años en una ceremonia a la que asistieron miles de personas. Reunidas alrededor de una gran vasija, como símbolo de universalidad, depositaron tierra de los más de cien países que se animaron a formar parte de esta iniciativa. Su propuesta: realizar la unidad humana en una armónica convivencia y más allá de los credos, las ideologías, las razas, las nacionalidades. “Auroville no pertenece a nadie en particular, sino a la humanidad toda”.

El diseño de la ciudad, realizado por el arquitecto francés Roger Anger, tiene la forma de una galaxia que se despliega a partir del “Matrimandir” (el alma de Auroville según “La Madre”). Recorrer sus sendas resulta una experiencia que contrasta con la incorregible algarabía india: paz, silencio, armonía, limpieza, más bicicletas que motores. A lo que se suma la curiosa inspiración de los nombres de sus zonas y calles: “Gracia”, “Ecuanimidad”, “Certidumbre”, “Serenidad”.

Sin ser anárquica, la “Ciudad de la Aurora”, es quizás la máxima expresión de la libertad y la igualdad, en sintonía con el consejo de “La Madre” que promovía evitar lo más posible las regulaciones y las leyes. Un par de ejemplos: las decisiones importantes se toman colectivamente en una asamblea de la que participan todos los residentes mayores de 18 años. Y uno de sus más intrépidos objetivos es lograr la creación de un sistema donde el intercambio de dinero no exista.

La probidad de sus fundadores ha sido reafirmada por el prestigio y la autoridad de las figuras que inauguraron los pabellones que representan las diferentes culturas (como fue el caso del Dalai Lama con el pabellón tibetano).

Aunque no llegué a conocerla, supe que, entre sus habitantes, vive una poeta argentina, rebautizada “Anandi”. Tuve oportunidad de apreciar alguno de sus poemas.

La convocatoria de los aurovillenses es de una osadía conmovedora: “La ayuda de todos aquellos que consideren que el mundo no es como tendría que ser, es bienvenida”. Y, sin duda alguna, desafiante: “Cada uno debe saber si quiere asociarse a un viejo mundo, listo para su muerte, o trabajar para uno nuevo y mejor que se prepara para nacer”.

© LA GACETA

Fernando Sánchez Sorondo - Escritor.

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