En las alas del ángel se fue Jacobo Regen

En las alas del ángel se fue Jacobo Regen

El destacado poeta salteño murió a los 84 años. Su paso por Noticias, diario tucumano.

La calva ha resbalado en un pensamiento en la noche. “Tan sólo mis fantasmas saben lo que sucede conmigo, yo lo ignoro”, gesticulan tal vez los anteojos de 84 años. En ese rumor de silencios que merodea su mirada, se presiente aún la sombra de Walter Adet, ese hermano del corazón que lo dejó a la intemperie de la amistad hace 27 años. Jacobo Regen, salteño, poeta, piensa quizás en ese “larguísimo poema que comencé en 1984, cuyo nombre no puedo anticipar porque desconozco”. El miércoles le ha cerrado las ventanas del corazón… es posible que ahora lo sepa.

Campo Quijano lo ha visto nacer el 5 de enero de 1935. La poesía le toma la mano de 12 años para dibujarle un destino. A los 29 años, saca del horno Canción del Ángel, libro que le traerá en sus alas el premio ‘Ricardo Jaimes Freyre en Tucumán. La autocrítica severa lo lleva a madurar lentamente sus poemas, como esa ginebra que conjuga por las noches entre amigos e ironías. “De 100 líneas del poema quedan ocho. ¡Pero hay que ver las que quedaron!”, dice.

En la semipenumbra reverbera el pasado tucumano en el vespertino “Noticias”, que en los ‘60, lo cobija como periodista. Adet, Alberto “El Flaco” Elsinger, Carlos Michaelsen Aráoz, Oscar Quiroga, Dardo Nofal, Pedro César Ramos, Manuel Aldonate y más allá, en los boliches, cofrades del arte y la nocturnidad: José Nieto Palacios, Aurelio Salas, Juan Bautista Gatti, se van abrochando al desvelo que ahora busca ser eterno. Las voces de Vallejo, Rilke y Whitman impregnan esas bohemias madrugadas.

Sus poemas se asoman a LA GACETA Literaria. “Muy importantes fueron para mí esos años tucumanos”, recuerda, mientras el cigarrillo traza un gesto pretérito y derrama unos versos: “Serenamente, digo: ‘soy un ángel’. Y me debes creer. Ningún platillo de la balanza sube, o baja, bajo mi peso. Incorpóreo, ligero, desnudo como la luz... Y sin embargo, toda mi trayectoria es una sombra, mi corazón es una sombra, una moneda oscura, destruida por el tiempo, sin tiempo y sin memoria”.

A la Canción del ángel (1964) le siguen Umbroso mundo (1971), El vendedor de tierra (1981) y una suerte de antología (“Poemas reunidos”). Sus versos también recorren los diarios La Nación, El Intransigente, Norte y El Tribuno.

En su escritorio yacen pilas de recuerdos y libros, también trabajos de mozos poetas que rastrean en su experiencia un consejo. “Si una obra no me gusta, lo digo. Es necesario tener siempre un sentido autocrítico”, piensa.

Desde su lugar en la Comisión Bicameral Examinadora de Obras de Autores Salteños, a lo largo de ocho años, impulsa la edición de una treintena de títulos y rescata algunos creadores olvidados como Roberto Albezao o Juan José Coll.

Soledad y achaques le ha traído la vejez, que “vino a cobrarlo todo: las trampas del amor, sus ademanes, y estos turbios espejos que se avergüenzan de mirar a nadie”.

La madrugada ya lo espera ansiosa con un abrazo. Le ha entregado a Salta sus mejores versos y ella lo ha reconocido. “Así, lejos de todo, crecerá en el olvido un árbol verde a cuya sombra vamos a dormirnos hasta que alguna vez el sueño nos despierte”, musita antes de que el humo del cigarrillo se escape por la ventana y se extravíe en el corazón de la poesía.

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