Ese infierno urbano que es vivir entre ruidos

Ese infierno urbano que es vivir entre ruidos

En la capital aumentan las denuncias por ruidos molestos. La contaminación sonora es alarmante en el centro tucumano.Ordenanzas desactualizadas. Cómo son los operativos.

PERJUDICIAL. El decibelímetro marca más de 70 dB en una calle céntrica; es una marca que puede dañar el oído. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO.- PERJUDICIAL. El decibelímetro marca más de 70 dB en una calle céntrica; es una marca que puede dañar el oído. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO.-

Mientras el boliche funciona, sus vidas se ponen en pausa. Si están viendo una película, la apagan. Si están durmiendo, se desvelan. Si al día siguiente hay que levantarse temprano para ir a trabajar, se angustian. Se llenan de enojo, de impotencia. Y es esa pausa lo más parecido al infierno que conocen, según describen.

“Los ruidos te pueden volver loco; es un sufrimiento insoportable”, resume Gonzalo Graña. Se agarra la cabeza de solo pensar en las épocas en que los vidrios de su balcón temblaban toda la madrugada. Vivía en Corrientes casi esquina Catamarca, en un séptimo piso. Cada fin de semana era una pesadilla. Por eso, en cuanto pudo, se mudó.

Para la familia de María (no da su nombre completo por temor) la situación se volvió dramática. Al punto que ella y sus hijos los fines de semana tenían dormir en el comedor de la vivienda, ubicada muy cerca de la avenida Ejército del Norte y Belgrano.

Víctor Serrano también tiene la sensación de que en cualquier momento va a enloquecer. Al lado de su casa céntrica hay un edificio en construcción. Las máquinas y el sonido de las herramientas son una verdadera tortura, dice.

Algunos vecinos se animan a pedir ayuda a las autoridades. Otros viven la pesadilla en silencio. En la capital aumentan cada vez más las denuncias por ruidos molestos; al punto que hoy son una de las aflicciones más importantes que deben atender los inspectores de la Dirección de Control Ambiental y Bromatología (ahora Dicab, antes Dipsa), detalló el titular de la repartición, Oscar Gramajo.

Algunas veces, el de los ruidos molestos es un problema de convivencia muy difícil de resolver entre los vecinos. Otras, una fuente sonora puede afectar seriamente la vida de una persona, describe el funcionario. En la Dicab solo en el último mes se incrementaron un 30% las denuncias. Con un listado en mano, Gramajo describe los sitios que más enojos causan: “pubs, peñas, bares, boliches, obras en construcción y talleres mecánicos, entre otros”.

Sin la denuncia es difícil llegar a una solución. Una vez detectado el problema, los inspectores de la Dicab fijan un horario para poder realizar mediciones desde el domicilio del denunciante. Luego de tomar un registro de los decibeles, si establecen que el local o vecino incumple con los valores máximos permitidos, lo clausuran o se multa al propietario de una vivienda.

Por la noche, si en la habitación de una persona el decibelímetro marca más de 50 decibeles (dB), eso significa que no podrá conciliar el sueño.

No es que la gente esté menos tolerante. Tal vez sea porque hay más ruidos y más conciencia de que se puede hacer algo, reflexiona el inspector Marcelo Barrionuevo. Él es quien acude a los lugares denunciados con un decibelímetro en mano. “Somos los odiados de la noche”, dice. La mayor cantidad de trabajo la tienen de jueves a domingo, y es el sábado el día más movido, describe. Hay madrugadas sin descanso. La del 1 de noviembre pasado, por ejemplo: entraron cuatro denuncias juntas, cuando el promedio es de una o dos por día.

Las faltas

En la mayoría de los casos –si el inspector prueba la falta con el decibelímetro- los infractores reciben su castigo. Las multas arrancan en los $2.000 para casas de familias que contaminan con ruido y hasta $20.000 o $30.000 si es un local comercial, informa el juez de Faltas, Marcos Alzabé. Los negocios son clausurados y solo pueden volver a abrir una vez que demuestren haber acondicionado el sitio desde el punto de vista sonoro.

Son faltas graves, porque el ruido es una contaminación ambiental, remarca. Claro que no tiene tan mala prensa como el monóxido de carbono. Estamos tan acostumbrados al ruido que no tomamos conciencia del daño que nos hace. Puede causar malestar, irritabilidad, cansancio y hasta puede alterar las funciones del sistema digestivo.

Según la Organización Mundial de la Salud, el límite de ruido molesto comienza con 65 dB; y si se supera esa barrera puede implicar un riesgo: “hay que tener en cuenta que el daño no sólo es provocado por el nivel sino también con el tiempo de exposición al mismo”, indican los entrevistados.

Daños a granel

Los ruidos pueden dañar las estructuras internas del oído y todo el organismo en general. La bioquímica Cristina Daives, de la cátedra de Toxicología de la Facultad de Bioquímica, explica que al ruido se lo considera un tóxico que puede ocasionar alteraciones en la frecuencia cardíaca, en el sistema nervioso e incluso en el sistema digestivo por el estrés que genera. Cuando se lo escucha frecuentemente -por ejemplo vivir al lado de un boliche- puede conducir a estados de irritabilidad y también depresivos, destaca.

Estar expuestos a diario a sonidos como bocinazos y escapes libres de motos, por ejemplo, también puede producirnos un daño acumulativo, sostiene Daives.

La arquitecta Beatriz Garzón, responsable de la materia electiva Sonido y Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la UNT, señaló con preocupación cómo aumentan los decibeles, especialmente en el centro tucumano. De acuerdo a las mediciones que realizaron desde su cátedra, el centro de San Miguel de Tucumán soporta un ruido de entre 90 y 100 dB (Una aspiradora andando equivale a 90 dB y 100 a una moto con escape libre).

“Estamos soportando niveles muy dañinos”, dice la experta. Y añade que a diferencia de otros problemas ambientales, la contaminación acústica sigue en aumento y cada vez nos afecta más porque también es una situación que genera problemas sociales, como la violencia.

¿Qué se puede hacer?, le consultamos. Lo primero es concientizar, resalta la arquitecta, que tiene un equipo de trabajo con alumnos de la UNT y con investigadores y becarios del Conicet. “En las encuestas que hacemos vemos que la gente se está acostumbrando a ruidos cada vez más altos y eso no está bueno. Otras personas son escépticas y piensan que aunque denuncie no va cambiar nada”, detalla.

Otro punto, según la doctora Garzón, es actualizar las normativas vigentes de regulación y control. Ella, por ejemplo, participó en la reformulación de la ordenanza de Yerba Buena y en la actualidad en el equipo que revisa la de San Miguel de Tucumán. “Las normas eran de vieja data. Hoy las ciudades cambiaron mucho y es necesario establecer nuevos valores límites admisibles, y especificarlos por áreas”, resaltó. Respecto de la ordenanza capitalina, la 288, explicó que no contempla esos niveles máximos admisibles.

Igualmente, con normas viejas o nuevas, habrá que ver cómo se controla la emisión de ruidos molestos. En la actualidad, la Municipalidad actúa más que nada ante denuncias. Casi no se hacen controles a fuentes móviles de ruidos (por ejemplo a colectivos o motos con escapes libres). Los responsables de hacer operativos para que los vehículos circulen respetando los límites de la OMS son los inspectores de la Dirección de Tránsito. Pero casi no se hacen procedimientos de este tipo. O al menos estas causas nunca llegan al Tribunal de Faltas.

“Lo importante no es solo tener una ordenanza, sino ver también cómo se va a aplicar”, insiste Garzón.

Que el silencio es salud no es una novedad. Desde hace cientos de años las sociedades buscaron reducir los ruidos. Una norma de Julio César -varias décadas antes de Cristo- restringió la circulación nocturna de carretas para preservar el sueño de los romanos. Pero hoy la vida ha cambiado tanto que seguramente no nos alcanzarían las prohibiciones para bajarle el volumen a la ciudad.

> En el centro, todos los ruidos son perjudiciales
¿Cuántos decibeles (dB) soportamos en el centro tucumano?

Marcelo Barrionuevo, inspector de la Dirección de Control Ambiental y Bromatología (Dicab) nos acompañó en un recorrido con un decibelímetro en mano para medir cuáles son los ruidos más perjudiciales para nuestros oídos.
De forma casi generalizada, el viernes a media mañana el aparato marcó de 70 dB para arriba (de 65 dB para arriba ya es perjudicial para el oído según la Organización Mundial de la Salud).
Las calles más ruidosas son aquellas por las que pasan los colectivos. La Santiago del Estero, por ejemplo, tiene niveles de hasta 74 dB.
Cuando suenan bocinas o pasa alguna moto sin silenciador las marcas superan los 80 dB. Una esquina que se supone más tranquila, San Lorenzo y Alberdi, también marca más de 70 dB.
Otras arterias ruidosas son San Martín, Córdoba, 24 de Septiembre, Crisóstomo Alvarez, Laprida y 25 de Mayo.
En la mayoría son los colectivos los que elevan las marcas del sonómetro. Las peatonales, que se supone deberían ser menos ruidosas por la ausencia de autos, también miden más de 65 dB. “Tenemos varias denuncias por ruidos molestos en estos sectores. Personas que trabajan en oficinas se quejan por el sonido que emiten vendedores ambulantes, artistas callejeros y  negocios que ponen parlantes en la vereda y música a todo volumen”, detalla Oscar Gramajo, titular de la Dicab.

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