Por qué el mountain bike engancha al segmento de más de 35 años

Por qué el mountain bike engancha al segmento de más de 35 años

La fiebre urbana por la bicicleta no para de crecer. En Tucumán, se ha consolidado como un deporte para cuarentones y hasta los 70 años. ¿La razón? La bici es -en el fondo- una vuelta a la niñez; a aquello que hemos ido perdiendo en nuestras últimas décadas de cuerpos y mentes burócratas. Cuando pedaleamos somos despreocupados. Somos felices. Somos libres. Somos amigos... somos niños, otra vez.

LA GACETA/FOTO DE DIEGO ARÁOZ LA GACETA/FOTO DE DIEGO ARÁOZ

“Andar en bici es lo más parecido a volar”, dice Sergio Salica. “Con la bicicleta se diluyen los años”, responde Pilar Carbonell. “Es una forma de no sentirse viejo”, coincide Miguel Kachurosky. “Pedalear a los 40 es volver a descubrirse”, añade Matías Haedo. “La bicicleta me dio amigos”, cuenta Julián Colombres. “Me desenchufa. Eso es lo más lindo”, piensa Miguel Gauna. “Es democrática: cualquiera puede empezar”, anota Gabriela Stordeur. “Se trata de competir contra uno mismo”, aclara Rodrigo Martínez Pardo.

Las personas que dan estas definiciones están locas. Una siesta cualquiera de Tucumán, cuando las calles quedan vacías, abrasadas por el sol, y mientras otras personas permanecen dentro de edificios de temperatura controlada, ellas salen al sopor. Pedalean. Se secan el sudor. Y vuelven a pedalear. En un rato, habrán dejado atrás las avenidas. Y estarán en una montaña. O frente a un dique. O al borde de un río. O entre cañaverales. O en cualquier otro lugar al que sus piernas hayan sido capaces de llevarlas. Y con amigos (igual de locos). El ciclismo se ha vuelto un fenómeno.

¿Por qué? ¿Por qué pedalea toda esta gente? ¿Qué tiene de interesante? ¿A dónde quieren llegar? Miguel Kachurosky ensaya una respuesta: la bicicleta es contagiosa. A él, que desde 1994 organiza el Trasmontaña -una competencia de mountain bike que carga con la fama de ser de las más duras y multitudinarias de América Latina-, le provoca impacto el hormiguero de ciclistas en el que se ha transformado la avenida Perón, por ejemplo, en la ciudad de Yerba Buena. “Ves gente que anda. O tenés un amigo que te dice ‘vamos; es lindo’. Entonces, te sumás”, razona. Kachurosky aporta otro dato: la franja etaria de los bikers va desde los 35 años en adelante. Y aquí viene su segundo razonamiento: “a esa edad, tenés una profesión, un trabajo e hijos. Te han pasado los años. Y necesitás hacer algo por vos... algo que te devuelva la juventud”.

SENSACIONES. Andar en bicicleta reúne dos de nuestros impulsos más primarios: el miedo y el placer.  LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ. SENSACIONES. Andar en bicicleta reúne dos de nuestros impulsos más primarios: el miedo y el placer. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ.

Ante esto, el ciclismo aparece como el más noble de los deportes. Eso plantea Pilar Carbonell -37 años, empresaria y biker-. Y cuando habla de nobleza, se refiere a la generosidad de la bicicleta para aquellos que la montan recién a sus treinta y pico de años (”te permite volverte relativamente bueno, en un tiempo prudente”). A ella le toca explicar qué ha encontrado en esta especie de caballete con ruedas que la hace sentirse bendecida. Y contesta lo siguiente: amigos. “He sumado a mi vida gente valiosa. Mis siestas son para salir en bici con ellos. Me divierto. Cuando pedaleamos, todos pasamos a ser jóvenes. Se diluye nuestra edad”.

Rodrigo Martínez Pardo tiene 41 años y da clases de ciclismo. Él también dispone de una respuesta que indique por qué la bicicleta les sienta bien a los adultos. “Ni tiene impacto ni necesita rapidez. Sólo hace falta resistencia. Aquí, cada uno va a su ritmo. Todo ciclista sabe que se trata de competir contra sus propios límites. Tengo alumnos de hasta 70 años”, relata. ¿Cómo se aprende de grande a largarse por una cuesta? ¿A colocar la cola detrás de la silleta -literalmente, en el aire- en un descenso? ¿A agarrar las ramas con las ruedas de frente? Matías Haedo, profesor y corredor de trail running, considera que, a esta edad, los alumnos tienen más temores, pero también más convicciones. “No se dan por vencidos. Intentan una y otra vez hasta que adquieren las distintas técnicas. Eso los estimula. Aprender es un estímulo”, apunta.

Andar sin freno

Oír tus pulsaciones. Transpirar. Sentir tu cuerpo. Sentir tu alma. Acabar de pedalear con la sensación de que has hecho el día. ¿Cómo más se describe esta pasión general? ¿Acaso huyen de las turbaciones mundanas? ¿O se trata de un replanteo de valores? Julián Colombres -39 años, abogado- confirma ambas sospechas: “la bici es mi cable a tierra. Mi profesión es intensa. Necesito escapar de esa vorágine”. También lo hace Miguel Gauna. Tiene un grupo de WhatsApp al que él y los demás miembros han llamado “Los bikers de los 40”, en referencia a la edad de los participantes. Salen dos veces por semana. Y ni bien acaban de volver, “no ven la hora” de que les llegue el día de la salida, de nuevo. “Pedaleamos para juntarnos. Y para sentirnos libres, sanos y en paz”, afirma.

Al indudable círculo virtuoso de la bicicleta -es placentera, saludable, sirve para hacer amigos y aclara la mente, entre sus bondades- cabe agregarle otro componente: “te lleva a conocer lugares líndisimos”. Eso anexa Gabriela Stordeur, arquitecta, 39 años y mamá de cuatro niños. En el caso de Tucumán -destaca-, existen ventajas geográficas. “Aquí, uno se encuentra a 15 minutos de una senda de montaña”.

A sus 37 años, Sergio Salica dirige una academia de mountain bike. Él tiene una idea que lo define: la vida es mejor en bicicleta. La bicicleta transforma. Transforma el pensamiento, el ánimo y el espíritu. “¿Qu é se siente? Cuando pedaleo, siento que vuelo. La bici me transmite muchas sensaciones, a la vez. Es adrenalina; pura adrenalina”, describe. En definitiva, de día o de noche, sobre el asfalto o la tierra, las ruedas resuenan por medio Tucumán, como una señal de que hay gente que ha hallado la felicidad.

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