Perdió la memoria en un accidente y tuvo que empezar una nueva vida

Perdió la memoria en un accidente y tuvo que empezar una nueva vida

Cuando el auto en el que viajaba volcó, la mente de Sara Lía Tolosa quedó en blanco. Y el tejido en telar fue su gran rehabilitación.

LA TRAMA DE LA MEMORIA. Sara Lía Tolosa encontró en el tejido en telar no solo la mejor terapia, sino una nueva fuente laboral. la gaceta / foto de Osvaldo Ripoll LA TRAMA DE LA MEMORIA. Sara Lía Tolosa encontró en el tejido en telar no solo la mejor terapia, sino una nueva fuente laboral. la gaceta / foto de Osvaldo Ripoll

Un día Sara Lía Tolosa abrió los ojos y no entendió nada. Había cables y sondas a su alrededor. Había médicos y enfermeras que la revisaban. El último recuerdo era algo muy difuso. “Tuviste un accidente, pero ya está todo bien”, le dijeron. ¿Todo bien?, se preguntaba ella. Buscaba en su memoria y sólo encontraba un gran vacío...

Con el tiempo fue reconstruyendo lo que le pasó, pero lo cierto es que ese día, 14 de septiembre de 2007, tuvo que empezar una nueva vida: tenía 40 años y había sufrido un accidente.

En ese momento era docente en dos escuelas: una de Concepción (donde vive) y otra en Las Talitas. Hasta allí se iba todos los días por la ruta 38. Fue precisamente volviendo de ese trabajo cuando el vehículo en el que circulaba junto a su esposo, Emilio Cabrera, tuvo un desperfecto y dio varios trompos. También viajan con ellos dos sobrinos.

“Todos salieron ilesos, menos yo... me golpeé fuertemente la cabeza y en el cuerpo. Mi esposo, que es policía, me hizo primeros auxilios. Me trasladaron primero al hospital de Famaillá, luego al Padilla y finalmente a un sanatorio. Todo esto me lo contaron, porque no recuerdo nada”, detalla la mujer, que tiene cinco hijos y una nieta.

Vaya a saber por qué... quizás como un mecanismo de defensa. El hecho es que Sara Lía perdió la  memoria de gran parte de su vida, especialmente de todo lo relacionado a su carrera como docente.

“No me acordaba cómo llegar a la escuela, ni de los alumnos ni de mis colegas de Las Talitas. Fui a muchos médicos; me hicieron tantos estudios... Los golpes me afectaron un poco la visión y había perdido la capacidad de hacer cálculos: ya no sabía contar, ni sumar, ni restar ni dividir. Tenía que volver a primer grado, prácticamente. Así que no podía pensar en regresar a mi trabajo. Me daba fobia salir a la vereda... El psiquiatra me dijo que tenía que hacer algo para superarme”, relata Sara Lía, que hoy tiene 50 años.

De un día para otro, pasó de tener dos empleos a estar todo el día en su casa sin hacer nada. Después de pensarlo bastante, se decidió a emprender un nuevo camino. Le pidió a su mamá, que era profesora de tejido, que le enseñara el oficio... y se enamoró del telar. Eso le ayudaba mucho en la tarea de reaprender a hacer cuentas. “Hacía series con hileras de colores y ese ejercicio era fundamental”, confiesa.

Primero hizo ponchos; después, chales y ruanas. Una tarde fueron a visitarla varias amigas y quedaron fascinadas de sus tejidos. Así empezó a venderlos. Le fue tan bien que transformar esa terapia en un emprendimiento. Y se hizo tan famosa en Concepción que en 2010 el Gobierno le propuso participar de los paseos artesanales provinciales.

“De a poco me fui perfeccionando en esta técnica ancestral. Tejo todo el tiempo. Uso muchas lanas,  rústicas o de fantasía. Preferencialmente las busco en los Valles, porque son teñidas con productos naturales”, especifica Sara Lía.

A todas las exposiciones va acompañada por su hija, Natalia. La joven comenzó a hacer bijou artesanal y así se amplió el proyecto. Hace poco fueron seleccionadas como emprendedoras destacadas por el Ente de Turismo. Además, las convocaron a formar parte de la ruta de artesanos del Sur provincial.

“Todavía me cuesta hacer muchas cosas. Ahora trabajo como secretaria en la escuela donde era docente y a la tarde me dedico a tejer. Tengo dificultades para charlar con la gente. A veces quiero decir cosas y no me salen; no puedo elaborar frases, no registro bien los nombres ni los apellidos, y me olvido de las cosas”, confiesa.

Para ella, el tejido es su lugar en el mundo. “Aprendí que de todo lo malo se puede sacar algo bueno. Cuando tejo, estoy como en otro mundo... sin problemas ni preocupaciones. Tengo cada vez más encargos. Mis clientas saben que jamás haré dos productos iguales. Obviamente: nunca me acuerdo de cómo era el anterior”, dice con un humor que sorprende. El mismo que la llevó a superarse y a sacarles el jugo a sus dificultades.

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